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Mark repasó su muy limitado vocabulario psicológico, adquirido en los interrogatorios a otros abogados sobre los informes psiquiátricos de sus defendidos. Transferencia… compensación… desplazamiento… despersonalización… Decidió ir paso a paso.

– Bien, comencemos con esa relación de la que has hablado: ¿es un hecho o sólo algo que intuyes?

– ¡Oh, por Dios! -dijo Becky, molesta-. Te dije que estuvieras atento a lo que dices. Eres tan irreflexivo, Mark. Cuando tienes razón, el resto del mundo te importa una mierda.

Eso era más propio de la Becky que él conocía.

– Tú eres quien hablas… cariño -dijo con frialdad-. Lo que yo pueda decir es algo puramente incidental. ¿Hecho o suposición?

– Suposición -admitió ella-. Se pasaba la vida sentada sobre su regazo. En realidad, nunca vi nada pero estoy segura de que ocurrió. Yo estaba todo el día en el trabajo, no lo olvides, ganando el puñetero di… -Volvió a interrumpirse-. Hubieran podido hacer cualquier cosa. Elizabeth quería hacerlo sin la menor duda. Se arrastraba ante Leo como si él fuera Dios.

Mark miró a James y vio que el coronel tenía los ojos cerrados. Pero sabía que le estaba escuchando.

– Leo es un hombre atractivo -murmuró-. Siempre tiene a mucha gente dando vueltas a su alrededor. También tú pensaste durante un tiempo que él era Dios… ¿o se te ha olvidado?

– Por favor, no me hagas eso -rogó la chica-. ¿Qué va a pensar el coronel?

– Más o menos lo que piensa ahora, me imagino. ¿Qué importancia tiene eso? No creo que vayas a conocerlo nunca.

Ella no dijo nada.

– Tú eras la única que tenía ilusiones -prosiguió, preguntándose si ella todavía tenía esperanzas con respecto a Leo-. Para todos los demás, su encanto ha ido desapareciendo.

– Sí, y yo lo descubrí de la peor manera -dijo ella con brusquedad-. Llevo mucho tiempo intentando decírtelo, pero tú no me escuchas. Es un actor. Utiliza a la gente y después se deshace de ella.

Mark decidió que sería contraproducente decirle que él ya se lo había advertido.

– ¿Cómo te utilizó a ti?

Ella no contestó.

– ¿La coartada era mentira?

Hubo una larga vacilación, como si ella estuviera sopesando sus opciones.

– No -dijo finalmente.

– ¿Estás segura?

Se oyó el sonido de un sollozo ahogado.

– Es tan hijo de puta, Mark… Me cogió todo el dinero y después me obligó a pedir un préstamo a mis padres y hermanas. Ellos están tan enojados conmigo… y yo no sé qué hacer. Me pidieron que se lo devolviera, pero le tengo tanto miedo… Yo tenía la esperanza de que tú… como eres el abogado de su padre y todo lo demás… Pensé que él podría… -Se sumió en el silencio.

Mark respiró hondo para ocultar su irritación.

– ¿Qué?

– Ya sabes…

– ¿Reembolsártelo?

El alivio de Becky era tan evidente que pudo percibirlo a través del teléfono.

– ¿Lo haría?

– No lo creo… pero hablaría del asunto con él si me das algunas respuestas sinceras. ¿Registraste alguna vez mi cartera? ¿Dijiste a Leo que el coronel estaba buscando a su nieta?

– Sólo una vez -dijo-. Vi el borrador de un testamento donde se mencionaba a una nieta. Eso fue todo lo que le dije. No había nombres ni nada por el estilo. No quería hacer ningún daño, de veras que no… lo único que le interesaba era cuánto iban a recibir Lizzie y él.

Un coche se aproximaba por el estrecho carril, cegándolos con sus faros. Viajaba a demasiada velocidad y cuando pasó junto al Lexus la corriente de aire que arrastraba a su paso se estrelló contra los costados del coche de Mark. Había pasado demasiado cerca para sentirse seguro y eso le puso los nervios de punta.

– ¡Por Dios! -exclamó, encendiendo las luces.

– No te enojes conmigo -imploraba Becky al otro extremo de la línea-. Sé que no debí hacerlo… pero tenía tanto miedo. Cuando no logra salirse con la suya es realmente horrible.

– ¿Qué es lo que hace?

Pero ella no iba a decirlo, no podía. No iba a compartir con Mark los terrores que Leo guardaba para ella, fueran reales o imaginarios. En lugar de eso, se volvió evasiva en un intento por descubrir si sus «terrores» persuadirían a Mark de recobrar el dinero de sus padres.

Puso fin a la llamada, diciendo que la batería parpadeaba.

Un año atrás, habría confiado en ella sin la menor duda…

… ahora no creía una sola palabra de lo que le había dicho…

Veintiuno

La sensación de aislamiento de Prue se había vuelto insoportable. Estaba demasiado avergonzada para telefonear a alguna amiga y su hija no respondía a sus llamadas. La soledad la llevó a imaginar que también Jenny había ido a casa de Jack y Belinda, y su resentimiento hacia Eleanor se incrementó. Se la imaginó en casa con Julian, utilizando sus trucos para atarlo a ella, mientras Prue se veía ante un abismo de rechazo y un divorcio.

El foco de su disgusto era aquella a la que llamaba su amiga. Darth Vader existía sólo en la periferia de su razonamiento. Su mente estaba demasiado hundida en la amargura para pensar quién podría ser o qué tipo de relación tenía con su amiga. Entonces, con un estremecimiento de terror levantó la vista y vio en la ventana el rostro de un hombre. Fue una visión momentánea, un destello de piel blanca y unas cuencas oscuras, pero de sus labios brotó un alarido.

Esta vez no dudó en llamar a la policía. El miedo la había vuelto incoherente pero logró dar su dirección. Desde la llegada de los nómadas, la policía sabía que tendrían problemas y despacharon un coche de inmediato para investigar. Mientras tanto, la agente femenina de la comisaría mantenía a Prue en línea para tranquilizarla. ¿Podía dar la señora Weldon una descripción del hombre? ¿Lo había reconocido? Prue detalló lo que parecía la descripción estereotipada de un ladrón o un atracador. «Cara blanca… ojos que me miraban…» Y repetía continuamente que no se trataba de Mark Ankerton ni de James Lockyer-Fox.

La agente le preguntó por qué aludía al coronel Lockyer-Fox o al señor Ankerton, y a cambio recibió un embrollado informe sobre una entrada en su casa a la fuerza, intimidación, incesto, llamadas amenazantes, grabaciones, Darth Vader, el asesinato de un perro y la inocencia de Prue, que no había hecho nada malo.

– Es Eleanor Bartlett, de la casa Shenstead, con quien deben hablar -insistió Prue como si la agente le hubiera telefoneado a ella y no al contrario-. Ella es la que dio pie a todo esto.

La mujer envió la información a un colega que había trabajado en la investigación del caso de Ailsa Lockyer-Fox. Eso podía interesarle, dijo. Y la señora Weldon sugería la existencia de algunos extraños secretos de familia de los Lockyer-Fox.

Lo que hizo que Prue hablara con tanta libertad fue la autocompasión. No había recibido ni una muestra de bondad a lo largo del día y la voz tranquilizadora al otro lado de la línea, seguida por la llegada de dos forzudos uniformados dispuestos a buscar al intruso en la casa y el patio, obtuvieron su rendición de tal modo que ningún interrogatorio hubiera logrado lo mismo en menos tiempo. Las lágrimas se agolparon en sus ojos cuando uno de los agentes le puso en la mano una taza de té y le dijo que no había nada de qué preocuparse. Quienquiera que fuera el mirón, ya no estaba.

Cuando el sargento detective Monroe llegó, media hora después, ella estaba entregada por entero a ayudar a la policía en todo lo que pudiera. Ahora que estaba mejor informada, debido a la visita de James y Mark, hizo una laberíntica exposición de los hechos, terminando con una descripción del hombre que hablaba por teléfono con un distorsionador de voz, el «asesinato» del perro de James y el robo en la mansión del que había hablado Mark.