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Monroe frunció el entrecejo.

– ¿Quién es el hombre que telefonea? ¿Lo conoce usted?

– No, pero estoy segura de que Eleanor Bartlett sí -dijo, ansiosa-. Pensé que la información provenía de Elizabeth… al menos, eso fue lo que me dijo Eleanor… pero el señor Ankerton dice que Eleanor se ceñía a un guión, y creo que tiene razón. Cuando se les oye a los dos, al hombre y a ella, uno se da cuenta de todas las repeticiones.

– ¿Qué quiere decir exactamente? ¿Que ese hombre ha escrito el guión?

– Bueno, sí; eso es lo que creo.

– ¿Está diciendo que la señora Bartlett está conspirando con ese hombre para chantajear al coronel Lockyer-Fox?

A Prue no se le había ocurrido aquella idea.

– Oh, no… Sólo pretendía avergonzar a James y hacerlo confesar.

– ¿Confesar qué?

– El asesinato de Ailsa.

– La señora Lockyer-Fox murió por causas naturales.

Prue hizo un gesto de desesperación con la mano.

– Ése fue el veredicto del juez de instrucción… pero nadie lo creyó.

Fue una declaración generalizada que el sargento prefirió ignorar. Hojeó sus notas.

– ¿Y usted asume que el coronel la mató porque el día antes de su muerte su hija dijo a la señora Lockyer-Fox que el hijo era de él? ¿Está totalmente segura de que la señora Lockyer-Fox vio a su hija ese día?

– Ella fue a Londres.

– Londres es una ciudad muy grande, señora Weldon, y, según nuestra información, ella participó en la reunión del comité de una de sus organizaciones caritativas. Además, tanto Elizabeth como Leo Lockyer-Fox dijeron que llevaban seis meses sin ver a su madre. Eso no encaja con lo que usted alega.

– Yo no -dijo ella-. Yo nunca he alegado nada. Cuando llamaba, me mantenía en silencio.

El ceño de Monroe se frunció aún más.

– Pero usted sabía que su amiga sí alegó eso. Entonces, ¿quién la convenció de lo contrario?

– Debe de haber sido Elizabeth -dijo Prue, incómoda.

– ¿Por qué haría eso si nos dijo que no había visto a su madre desde hacía seis meses?

– No lo sé. -Prue se mordió el labio con ansiedad-. Ésta es la primera vez que oigo por boca de ustedes que sabían lo del viaje de Ailsa a Londres. Eleanor asegura que James no les contó nada.

El sargento sonrió levemente.

– Usted no tiene un buen concepto de la policía de Dorset, ¿verdad?

– ¡Oh, no! -le aseguró ella-. Creo que es maravillosa.

La cínica sonrisa del agente se evaporó de inmediato.

– Entonces, ¿por qué cree que no íbamos a comprobar los movimientos de la señora Lockyer-Fox los días previos a su muerte? Hasta que el patólogo llevó a cabo el análisis post mortem estuvimos investigando sobre la causa de su muerte. Durante dos días hablamos con todas las personas que habían tenido contacto con ella.

Prue se abanicó mientras un cálido rubor le subía por el cuello.

– Eleanor dijo que todos ustedes eran francmasones… igual que el patólogo.

Monroe la miró pensativo.

– Su amiga está mal informada, actúa con malicia o es una ignorante -dijo antes de volver a consultar sus notas-. Usted asegura estar convencida de que el relato de la reunión era verdad debido a la discusión que oyó, en la que la señora Lockyer-Fox acusaba a su marido de arruinar la vida de Elizabeth…

– Parecía tan lógico…

El sargento no le prestó atención.

– … pero ahora no está segura de que ella estuviera hablando con el coronel. Además, usted cree que situó los hechos en una secuencia incorrecta y que el señor Ankerton tuvo razón cuando dijo que la muerte del perro del coronel estaba relacionada de alguna manera con el golpe que usted oyó. Él cree que la señora Lockyer-Fox fue testigo de la mutilación deliberada de un zorro.

– Eso fue hace tanto tiempo… En ese momento era lo que yo pensaba… fue algo horrible, sobre todo porque a la mañana siguiente Ailsa estaba muerta… No se me ocurrió que hubiera podido ser otra persona, excepto James.

El detective calló un momento; meditaba sobre algunos datos que había anotado.

– El coronel informó sobre un zorro mutilado en su terraza a principios del verano -dijo de repente-. ¿Sabía algo de eso? ¿O si después hubo otros?

Ella negó con la cabeza.

– ¿Cree que podría ser su amiga, la señora Bartlett, la responsable de eso?

– ¡No, por Dios! -protestó Prue, profundamente horrorizada-. A Eleanor le gustan los animales.

– Pero supongo que se los come.

– Eso no es justo.

– Creo que hay muy pocas cosas justas -dijo Monroe sin emoción-. Digámoslo de otra manera. Tras la muerte de su esposa, el coronel Lockyer-Fox ha sido víctima de un catálogo de brutalidades. Usted insiste en que la campaña de acoso fue idea de su amiga, entonces ¿por qué desecha la sugerencia de que ella pudiera matar a su perro?

– Porque tiene miedo a los perros -respondió sin mucha convicción-, sobre todo a Henry. Era un gran danés. -Sacudió la cabeza anonadada, tan a ciegas sobre lo ocurrido como el detective-. Es algo tan cruel… no soporto ni siquiera pensar en ello.

– ¿Y no cree que es cruel acusar a un anciano de incesto?

– Ellie dijo que si nada de eso era cierto, él se defendería, pero nunca dijo una sola palabra… se quedó encerrado en su casa e hizo como si nada ocurriera.

Monroe no se mostró impresionado.

– Si él hubiera dicho que no lo hizo, ¿usted lo hubiera creído? En ausencia del niño, era su palabra contra la de su hija, y tanto usted como su amiga habían decidido que la hija decía la verdad.

– ¿Por qué iba a mentir al respecto?

– ¿La conoce usted?

Prue negó con la cabeza.

– Pues yo sí, señora Weldon, y la única razón por la que acepté su declaración de que su madre no la había visitado el día antes fue porque la comprobé con sus vecinos. ¿Hizo eso su amiga?

– No lo sé.

– Claro que no -asintió el detective-. Para haberse proclamado juez, es usted de una ignorancia notable… y da miedo la prontitud con la que cambia sus opiniones cuando alguien las pone en duda. Con anterioridad, usted afirmó haber dicho a la señora Bartlett que no creía que el niño pudiera ser del coronel pero prosiguió con docilidad la campaña de difamación. ¿Por qué? ¿La señora Bartlett le prometió dinero si conspiraba para acabar con el coronel? ¿Se beneficiaría ella de que él tuviera que abandonar su casa?

Prue se llevó las manos a sus mejillas ardientes.

– Por supuesto que no -dijo, alzando la voz-. Es una suposición ultrajante.

– ¿Por qué?

La franqueza de la pregunta la hizo aferrarse con desesperación a un clavo ardiendo.

– Ahora todo parece tan obvio… pero en aquel momento no lo era. Eleanor estaba tan convencida… y yo había oído aquella horrible discusión. Ailsa dijo que la vida de Elizabeth había sido destruida, y sé que recuerdo eso correctamente.

El sargento sonrió con incredulidad. Había participado en demasiados juicios para considerar que la memoria fuera un testigo fiel.

– Entonces, ¿por qué ninguna de sus amigas estuvo de acuerdo con ese plan? Me dijo que se sintió horrorizada al descubrir que la única que participaba era usted. Se sintió embaucada. -Hizo una pausa y como ella no dijo nada, prosiguió-: Suponiendo que la señora Bartlett sea tan crédula como usted, cosa que dudo, entonces el instigador es ese hombre con la voz de Darth Vader. Dígame, ¿quién es él?

Prue mostró la misma ansiedad que se había apoderado de ella cuando Mark le hizo la misma pregunta.

– No lo sé -musitó con desconsuelo-. Ni siquiera sabía de su existencia hasta esta tarde. Eleanor nunca lo mencionó, sólo me dijo que eran las otras chicas las que llamaban… -Se detuvo de repente, mientras su mente se movía a tientas a través de la niebla de confusa vergüenza que la envolvía desde la visita de James-. Estúpida de mí -dijo, con súbita claridad-. Me ha mentido en todo.