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– Ésa no es la respuesta. Según la señora Weldon, todas las llamadas se grababan, así que no tenía importancia si estaba allí o no. También dijo que él se había convertido en un recluso. ¿Quiere explicarme eso? Es que no comprendo por qué cree usted que es cruel arrinconar a un zorro extenuado… pero no a un anciano de más de ochenta años. ¿Qué intentaba conseguir?

Más silencio. Toda la velada había estado llena de silencios, pensó el detective, mientras mujeres llenas de rencor inventaban justificaciones.

– Le estábamos dando a James un poco de su propia medicina -masculló la mujer, negándose a mirar al sargento.

– Ya veo -repuso él lentamente-. Basándose únicamente en la palabra de alguien a quien describe como «dañada». -Era una afirmación, no una pregunta-. ¿Por qué celebramos juicios, señora Bartlett? ¿Por qué cree que las historias de la fiscalía y la defensa son examinadas con rigor por un magistrado y un jurado antes de que pueda dictarse un veredicto y una sentencia? ¿Dónde estaba la duda razonable a favor del coronel?

Ella no dijo nada.

– ¿De quién fue la idea de disfrazar la intención delictiva como si fuera justicia?

Ella logró articular las palabra adecuadas.

– No se trataba de una intención delictiva.

– Entonces era algo peor -dijo el detective sin tapujos-. Usted tendrá que hacer frente a cargos de coacción y chantaje, en caso de que las cintas del coronel prueben la existencia de exigencias.

Nerviosa, Eleanor se pasó la lengua por los labios.

– Nunca hice tal cosa.

– Exigirle que confiese es coacción, señora Bartlett. Incluso en el caso de que sea culpable de lo que usted lo acusa, es un delito utilizar el teléfono para amenazarlo. Si ha pedido dinero a cambio de silencio -recorrió con la vista la habitación de forma demostrativa-, o aceptó dinero de una tercera persona para hacerle la vida tan insoportable que el coronel tuviera que doblegarse ante las exigencias de esa persona, se le acusará de una serie de delitos… el más grave de los cuales sería conspiración para cometer estafa.

– No he hecho tal cosa -insistió ella, volviéndose hacia su marido.

Julian negó bruscamente con la cabeza.

– No me mires en busca de ayuda -la previno-. En este asunto, tú y Prue estáis solas. Sigo el ejemplo de Dick. -Agitó las manos en el aire-. Busca a otro idiota para que te saque de ésta.

La creciente ira de Eleanor acabó con su paciencia.

– Eso te vendría muy bien, ¿verdad? Un paseo en libertad con esa zorrita… y que todo fuera culpa mía. ¿Cuánto has gastado con ella hasta ahora? Consultas del veterinario, un remolque para el caballo… -Aspiró aire con un estremecimiento-. Supongo que creíste que podías seguir indefinidamente con eso mientras me dabas las sobras… -pateó la alfombra- así. ¿La haces esperar? No, claro que no. Ni siquiera tú eres tan estúpido como para creer que una fulana de treinta y tantos años te querría por tu cuerpo.

Julian soltó una risita.

– Eres tan predecible, Ellie. Bla… bla… bla… -Movió la mano como si fuera una boca-. No puedes dejar las cosas en paz. Siempre tienes que tirarte a la garganta de alguien. Pero aquí yo no soy el malo, eres tú y tu pequeño clon obeso. -Resopló, despectivo-. Dime, por favor, ¿alguna vez Prue y tú habéis contenido la respiración el tiempo suficiente para preguntaros si tenéis razón? Si un idiota te cuenta una historia te la crees, siempre que confirme alguno de tus miserables agravios.

– Tú dijiste que James había asesinado impunemente -le respondió ella muy enojada-. Lo llamaste «Jammy hijo de puta… había cometido el asesinato perfecto… había dejado a Ailsa fuera, a la intemperie, y había tomado somníferos para no tener que oír sus gemidos en la terraza».

– No seas imbécil -dijo-. Si de veras no hubiera podido entrar, habría caminado hasta la casa del guarda. Bob y Vera tienen llaves. -Los ojos de Julian se entrecerraron-. Debes preocuparte por tu cerebro, Ellie. La única persona en este pueblo que tiene más resentimientos que tú es Vera, y ella está totalmente senil. -Examinó el rostro de su esposa por un instante y soltó después un gruñido de incredulidad-. Espero que no hayas obtenido tu información de ella, zorra idiota. Odia a muerte a James desde que él la acusó de robar. Era culpable pero eso no le impidió difamarlo. Si crees algo de lo que ella dice, realmente necesitas que te revisen la cabeza.

Monroe vio cómo la catástrofe avanzaba un paso más en el rostro maquillado de la mujer, que bajó los ojos y se miró las manos.

– Yo… -intentó decir-. ¿Cómo sabes tantas cosas? -preguntó de repente-. ¿Te lo cuenta tu fulana?

Veinticuatro

Leo respondió al primer timbrazo.

– ¿Lizzie? -susurró con suavidad, como si estuviera en un lugar público y no quisiera que los demás lo oyeran.

El móvil de Leo no hubiera reconocido el número de Mark, pero asociar un número desconocido con su hermana era un hecho extraño.

– No, soy Mask Ankerton. -Aguzó el oído para detectar ei ruido de fondo, pero no había ninguno-. ¿Por qué creyó que se trataba de Lizzie?

– No es asunto suyo -dijo el hombre agresivamente, levantando la voz al instante-. ¿Qué quiere?

– ¿Qué tal «feliz Navidad, Mark? ¿Cómo le va a mi padre?»

– A la mierda.

– ¿Dónde está usted?

Risita burlona.

– ¿Le gustaría saberlo?

– No tengo especial interés. En realidad es con Lizzie con quien quiero hablar. He intentado ponerme en contacto con ella por teléfono pero no contesta. ¿Sabe dónde está y si se encuentra bien?

– Como si a usted le importara mucho.

– Si no me importara, no llamaría. -Miró de reojo a James-. Su padre ha decidido subirle la asignación. También está considerando su situación. No está contento con la riña que tuvieron el otro día… pero quiere jugar limpio.

Puso una mano sobre el brazo de James al percibir que el anciano estaba a punto de estallar de indignación.

Leo se rió con rabia.

– Quiere decir la rabieta que tuvo él. Yo no dije una sola palabra. Está totalmente senil, no debería hacerse cargo de nada. -Hizo una pausa, esperando que Mark le respondiera-. Usted está allí, como siempre, manejando los puñeteros hilos. Es mejor que sepa que he contratado a un abogado para impugnar el testamento. Es obvio que el viejo lleva años hecho polvo, probablemente también mamá lo estuviera, y usted redactó nuevos testamentos sin poner en duda su capacidad.

Mark decidió no prestar atención a la perorata.

– Estoy aquí, sí. No quería que pasara solo la Navidad. -Lo intentó de nuevo-. ¿Dónde está usted?

Otra risa rabiosa.

– Dios, es usted un hijo de puta condescendiente. Así que no quería que estuviera solo. ¿Tiene idea de lo asqueroso que suena eso? El cabrón de Mark dijo esto… el cabrón de Mark dijo lo otro… Influyó mucho en mi madre. Papá puso la propiedad fuera de nuestro alcance desde tiempos inmemoriales pero mamá siempre dijo que nos dejaría su dinero.

Mark dejó que aflorara su propia ira.

– Si ésa es la mierda que le ha contado a otro abogado, no llegará muy lejos. A usted y a Elizabeth les entregaron copias del testamento de Ailsa. Ella quería que su dinero se destinara a una causa útil y no creía que dárselo a usted y a Elizabeth sirviera para nada, excepto para su total dilapidación.

– ¿Y quién le metió esa idea en la cabeza?

– Usted mismo, cuando envió a Lizzie para que se llevara los Monet.

– Le pertenecen.

– Nada de eso. La madre de James se los legó a él hasta su fallecimiento. Sólo entonces pasarán a manos de Lizzie. Ailsa estaba furiosa con ustedes. Sabía que se los llevarían y los venderían… y eso dio lugar a otra pelea a gritos con Lizzie. Francamente, deberían estar agradecidos a Ailsa por no cerrarles la puerta del todo legando toda su fortuna a organizaciones benéficas. Al menos, al dejársela a su padre les dio una segunda oportunidad de demostrar su valía.