Sus agudos oídos captaron el sonido de unos neumáticos rodando sobre la gravilla y percibió el alivio de Nancy cuando ella bajó la linterna para iluminar las losas bajo sus pies. No debió de hacer eso, pensó, porque la única vía de escape de Fox era pasar corriendo junto a ella en dirección a la parte trasera de la casa. El pánico se apoderó de él cuando volvió a mirar a su padre y contempló con alarma cómo Fox sacaba una mano del bolsillo.
Monroe aparcó junto al Discovery de Nancy y dejó el motor en marcha mientras descendía para examinar las ventanillas del todoterreno. La puerta del conductor no tenía seguro y el detective trepó al asiento y se inclinó para recoger un bolso de tela que yacía en el suelo frente al asiento del pasajero. Con el pulgar, marcó los números de su móvil mientras revisaba el contenido del bolso.
– He encontrado un coche -dijo-. No hay señales del dueño pero aquí hay una billetera con una Visa a nombre de Nancy Smith. El coche tiene las llaves puestas, pero yo diría que el motor lleva un rato apagado. No hace mucho calor aquí. -Miró a través del parabrisas-. Este lado está en total oscuridad… no, el coronel se sienta en la habitación que da a la terraza. -Frunció el ceño-. ¿Está fuera? ¿Quién llamó? ¿El abogado? -Volvió a fruncir el ceño-. Eso me suena raro. ¿Cómo sabe el abogado que esa mujer está en peligro si está a medio camino de Bovington? Y, de todos modos, ¿quién es ella? ¿Por qué el pánico? -La respuesta lo dejó anonadado-. ¿La nieta del coronel? ¡Dios mío! -Miró hacia atrás, al camino de acceso, al oír el sonido de un coche que se aproximaba-. No, colega, no tengo la menor idea de lo que ocurre aquí…
– No debió haberles dicho quién era Nancy -protestó James, molesto-. ¿Es que no se da cuenta? Mañana saldrá en todos los diarios.
Mark no le prestó atención.
– Leo la llamó «el fruto del amor de Lizzie» -dijo, acelerando a noventa en un tramo recto de la carretera-. ¿Habitualmente se refiere así a ella? Yo habría pensado que lo más adecuado para él era decir «bastarda».
James cerró los ojos mientras se acercaban a la curva antes de llegar a la granja Shenstead a gran velocidad.
– Nunca se refiere a ella de ninguna manera. No es un tema que hayamos tratado. Nunca lo hemos hecho. Preferiría que se concentrara en la carretera.
Mark hizo caso omiso.
– ¿De quién fue la idea?
– De nadie -dijo James con irritación-. En ese momento, aquello parecía igual de terrible que un aborto… y uno no habla de abortos en la mesa.
– Yo creía que usted y Ailsa habían discutido por eso.
– Razón de más para considerar cerrado el tema. Se había llevado a cabo la adopción. Nada que yo hubiera podido decir o hacer habría dado marcha atrás al proceso.
James apoyó las manos en el salpicadero mientras los arbustos de la cuneta flagelaban lateralmente el coche.
– ¿Por qué le molestó tanto?
– Porque yo no le entregaría un perro a un completo desconocido, Mark. Y un niño, menos todavía. Ella era una Lockyer-Fox. Teníamos un deber con ella. Está conduciendo demasiado rápido.
– Déjese de quejas. Entonces, ¿por qué Ailsa la entregó en adopción?
James suspiró.
– Porque no se le ocurrió otra salida. Sabía que Elizabeth rechazaría a la niña si la obligaba a reconocerla, y era imposible que Ailsa pudiera hacerla pasar como suya.
– ¿Qué otra opción había?
– Admitir que nuestra hija había cometido un error y hacernos responsables nosotros. Por supuesto, es fácil ser sabio en retrospectiva. No culpo a Ailsa. Me culpo a mí mismo. Ella creyó que mis puntos de vista eran tan rígidos que no valía la pena preguntarme. -Otro suspiro-. Todos habríamos deseado actuar de manera diferente, Mark. Ailsa asumió que Elizabeth tendría otros hijos, así como Leo. Como eso no ocurrió, el shock fue terrible.
Mark comenzó a frenar al ver las luces de otro coche que salía del Soto. Le echó un vistazo al pasar por su lado, pero no pudo ver nada tras los faros.
– ¿Dijo Lizzie alguna vez quién era el padre?
– No -respondió el anciano secamente-. No creo que ni ella misma lo supiera.
– ¿Está seguro de que Leo nunca tuvo hijos?
– Absolutamente.
Mark redujo una marcha cuando se aproximaron al camino de acceso a la mansión, mientras veía cómo las luces del otro vehículo bailaban a sus espaldas.
– ¿Por qué? Ha estado con un montón de mujeres, James. Según la ley de probabilidades debería de haber cometido un error por lo menos.
– Nos habríamos enterado -dijo el anciano, más seco todavía-. A él le habría encantado traer a sus bastardos a casa, sobre todo después de que Ailsa se afilió a la causa de la protección de la infancia. Los habría utilizado para sacarle dinero.
Mark enfiló el automóvil por el portón.
– Entonces, es algo muy triste. Me imagino a un pobre tipo disparando cartuchos de fogueo.
Monroe metió la mano por la ventanilla para apagar el motor de su coche y los otros dos vehículos se detuvieron detrás de él. Abrió la puerta del pasajero del Lexus y se inclinó para mirar dentro de la cabina.
– Coronel Lockyer-Fox, señor Ankerton -dijo-. Ya nos hemos visto antes. Sargento detective Monroe.
Mark apagó el motor y salió por el otro lado.
– Lo recuerdo. ¿La ha encontrado? ¿Está bien?
– Acabo de llegar, señor -dijo Monroe, poniendo una mano bajo el codo de James para ayudarlo a incorporarse-. Debe de estar cerca. Ha dejado detrás el bolso y las llaves.
Cuando el motor de Barker dejó de rugir, el silencio se impuso abruptamente.
La primera reacción de Wolfie fue la de cubrirse los ojos con las manos. Lo que no veía no podía causarle preocupación. Nada de cuanto ocurría era culpa suya. La culpa era de Bella. Ella había hecho algo malo al telefonear a instancias de Fox. Había dejado que la policía entrara en el campamento. Y les había mostrado que Fox no estaba allí.
Pero le gustaba Bella y su corazón sabía que la única razón por la que deseaba echarle la culpa era para sentirse mejor. En un rincón de su mente, en recuerdos fragmentarios que no podía retener, creía saber lo que le había ocurrido a su madre y al Cachorro. No podía explicarlo. Unas veces le parecían fragmentos de un sueño; otras, una película medio olvidada. Pero temía que todo fuera real y eso lo hacía consumirse de culpa porque sabía que debía haber hecho algo para ayudar y no lo había hecho.
Igual que ahora.
Nancy pensó en la posibilidad de gritar. El coche se había detenido pero aún podía oír el ronroneo del motor. Debían de ser James y Mark, ¿quién más podría ser? Pero ¿por qué no habían entrado en la casa y habían encendido las luces? Siguió repitiéndose que debía mantener la calma, pero la paranoia acallaba cualquier viso de razonamiento. ¿Y si no se trataba de James y Mark? ¿Y si sus gritos provocaban una reacción? ¿Y si nadie venía? ¿Y si…? «¡Oh, Dios!»
En su interior Fox la maldecía por haberse quedado inmóvil. Sentía su presencia, pero no podía verla, de la misma manera que ella a él tampoco, y si era el primero en moverse, ella estaría en ventaja. ¿Tendría el suficiente valor o el suficiente miedo para responder el ataque? La luz que se reflejaba en las baldosas no le decía nada, salvo que la mano que la sostenía era firme. Y eso lo preocupaba.
Eso sugería un adversario más fuerte que aquellos a los que él estaba acostumbrado…