Veintisiete
Bella, espléndida en su vestido púrpura, condujo a sus tres hijas hasta la puerta principal y tendió la mano a James.
– Señor -le dijo-, les he dicho a todos que mantengan las manos dentro de los bolsillos, así que no va a tener problemas. -Echó una mirada de reojo a Ivo-. ¿No es así, Ivo?
– Cierra la boca, Bella.
La mujer no le prestó atención.
– El señor Barker me ha dicho que Wolfie está con usted -prosiguió, apretando los dedos de James como si fueran salchichas-. ¿Cómo está?
Abrumado, James le palmeó la mano.
– Está perfectamente, querida. De momento no podemos separarlo de mi nieta. Están arriba, en uno de los dormitorios. Creo que le está leyendo las Fábulas de Esopo.
– ¡Pobre chiquillo! Tiene esas ideas sobre los maderos… salió disparado como un puñetero cohete cuando el señor Barker le hizo unas preguntas. Le dije que no se preocupara, pero no sirvió de nada. ¿Puedo verlo? Él y yo somos amigos. Si sabe que no lo he abandonado se sentirá mejor.
James miró a su abogado para que acudiera en su ayuda.
– ¿Qué opinas, Mark? ¿Wolfie cambiará a Nancy por Bella? Quizás eso permita que Nancy se avenga a ir al hospital.
Mark sufría en su cuerpo el asalto de los maltratados alsacianos que se entretenían en olisquear las perneras de sus pantalones.
– Podríamos ponerlos en la trascocina -sugirió.
– Se van a pasar toda la noche ladrando -advirtió Zadie-. No les gusta estar lejos de los niños. Toma -dijo, dándole la cadena a uno de sus hijos-. Vigila que no levanten la pata en cualquier sitio y mantenlos alejados de los sofás. Y tú -dijo, acariciándole la cabeza a otro de sus hijos-, procura no romper nada.
Martin Barker, detrás de ella, contuvo una sonrisa.
– Es muy generoso de su parte, señor -dijo a James-. Dejo aquí a Sean Wyatt, se hará cargo de todo. Si permanecen en la misma habitación será más fácil protegerlos.
– ¿Y qué lugar de la casa sugiere?
– ¿En la cocina?
James contempló el mar de rostros.
– Pero los niños parecen muy cansados. ¿No sería mejor acostarlos? Tenemos habitaciones suficientes para todos.
Martin Barker miró a Mark y con un gesto señaló varias piezas de plata sobre una mesa Chippendale junto a la puerta y negó con un breve movimiento.
– La cocina, James -dijo Mark con firmeza-. Hay comida en el congelador. Comamos primero y luego veremos cómo van las cosas, ¿eh? No sé los demás, pero yo estoy muerto de hambre. ¿Qué tal se le da a Vera la cocina?
– Muy mal.
– Ya me encargo yo -dijo Bella, interponiendo a sus hijas entre Ivo y la mesa Chippendale en el preciso instante en que la mano del hombre avanzaba hacia una cigarrera-. Aquí mi amigo puede pelar las patatas. -Agarró a James por el brazo con firmeza y se lo llevó con ella-. ¿Qué le pasa a Nancy? ¿Le hizo daño el cabrón de Fox?
Wolfie pellizcó frenéticamente a Nancy cuando Vera Dawson empezó a fisgar por la abertura de la puerta.
– Ella ha vuelto… ha vuelto… -le susurró al oído.
Nancy se apartó de «Androcles y el león» con un silbido de dolor.
– ¡U-ushhh!
Estaba sentada en un butacón en el dormitorio de Mark con Wolfie sobre el regazo. Cada vez que el niño se movía, su costilla se movía con él, lo que le provocaba temblores en el brazo derecho. Tenía la vana esperanza de que si le leía él se dormiría, pero la anciana no quería dejarlos solos y Wolfie se retorcía de pánico cada vez que la veía.
Nancy suponía que lo que aterrorizaba al niño eran los balbuceos y susurros de Vera, ya que era una reacción muy extraña para tratarse de una desconocida. Estaba tan asustado que podía percibir cómo temblaba. Trató de calmarlo en su regazo y miró a la anciana con el ceño fruncido. ¿Cuál sería el problema de aquella vieja idiota? Nancy le había pedido en varias ocasiones que bajara, pero Vera se sentía atraída por ellos como si fueran monstruos de feria y Nancy comenzaba a sentir hacia ella la misma aversión que sentía el niño.
– ¡No te va a hacer daño! -susurró a Wolfie al oído.
Pero el niño negó con la cabeza y siguió agarrándose de Nancy con desesperación.
Desconcertada, Nancy abandonó la cortesía y emitió una orden.
– Cierre la puerta y vayase, señora Dawson -dijo bruscamente-. Si no lo hace, llamaré a Mark Ankerton y le diré que nos está molestando.
La anciana entró en la habitación.
– Aquí no hay teléfonos, señorita.
«¡Oh, por Dios!»
– Suéltame un momento -dijo a Wolfie-. Tengo que sacar mi móvil. -Buscó en el bolsillo de la chaqueta, respirando superficialmente mientras Wolfie se apretaba contra ella-. Bueno, volvemos a estar como antes. ¿Sabes cómo funciona este chisme? Buen chico. El código para desbloquear es 5378. Ahora, revisa los números hasta que llegues al de Mark Ankerton, entonces pulsas «llamada» y me lo pones delante de la boca.
Cuando Vera se puso a su alcance, levantó un pie calzado con una bota.
– Le he dicho que se marche, señora Dawson. Está asustando al niño. Le ruego que no se acerque más.
– Usted no va a golpear a una anciana. Sólo Bob golpea a las ancianas.
– No necesito golpearla, señora Dawson, me basta con empujarla. No tengo muchos deseos de hacerlo pero si me obliga lo haré. ¿Entiende lo que le digo?
Vera mantuvo la distancia.
– No soy estúpida -masculló-. Todavía estoy en mis cabales.
– Se oye la señal de llamada -dijo Wolfie mientras presionaba el móvil contra la boca de Nancy.
Ella oyó cómo la llamada era desviada al buzón de voz. ¡Por Dios! ¿Respondía alguna vez aquel cabrón al puñetero teléfono? ¡Vaya!
– ¡Mark! -dijo con urgencia-. Levanta el culo y ven aquí, colega. La señora Dawson está asustando a Wolfie y no puedo hacer que se largue. -Miró a la mujer y enseñó los dientes-. Sí, por la fuerza si fuera necesario. Parece que su mente funciona a intervalos y ha olvidado que debe estar abajo contigo y con James. ¡Ahora mismo se lo digo! -Desconectó-. El coronel Lockyer-Fox quiere que vaya inmediatamente al salón, señora Dawson. El señor Ankerton dice que está molesto porque usted no está allí.
La anciana soltó una risita ahogada.
– Siempre está molesto… tiene mal carácter el coronel. Como mi Bob. Pero no se preocupe, al final reciben su merecido. -Se desplazó hasta la mesita a un lado de la cama y tomó el libro que Mark había estado leyendo-. ¿Le gusta el señor Ankerton, señorita?
Nancy bajó el pie pero no respondió.
– No debería gustarle. Ha robado el dinero de su madre… también el de su tío. Y todo porque a su abuela le encantaba… lo adulaba cada vez que venía a la casa… lo llamaba Mandragora y coqueteaba con él como una niña pequeña y tonta. Si no hubiera muerto, se lo habría legado todo a él.
Había sido un discurso bastante fluido y Nancy se preguntó hasta qué punto estaba loca.
– Eso es absurdo, señora Dawson. La señora Lockyer-Fox modificó su testamento meses antes de morir y el beneficiario principal fue su esposo. Apareció en la prensa.
La contradicción pareció alterar a la anciana. Por un momento se la vio perdida, como si le hubieran retirado algo sobre lo que se estaba apoyando.
– Yo sé lo que sé.
– Entonces no sabe mucho. Ahora, por favor, ¿podría abandonar la habitación?
– Usted no es nadie para decirme lo que tengo que hacer. Ésta no es su casa. -Tiró el libro sobre la cama-. Usted es como el coronel o la señora… Haz esto… haz lo otro… Eres una criada, Vera. No metas la nariz donde no debes. Toda mi vida he sido una bestia de carga, una esclava -dio un fuerte pisotón-, pero no lo seré por mucho tiempo, no si mi niño se sale con la suya. ¿Ésa es la razón por la que ha venido aquí? ¿Para quitarles la casa a su madre y a su tío Leo?