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Nancy se preguntó quién sería «su niño» y cómo había adivinado quién era Nancy cuando James la había presentado como una amiga de Mark.

– Me confunde con otra persona, señora Dawson. Mi madre vive en Herefordshire y no tengo tíos. La única razón por la que estoy aquí es porque soy amiga del señor Ankerton.

La anciana la señaló con un dedo torcido.

– Sé quién es usted. Yo estaba aquí cuando nació. Usted es la pequeña bastarda de Lizzie.

Era el eco de lo que Fox la había llamado y Nancy percibió cómo se le erizaba el vello de la nuca.

– Vamos a bajar -le dijo bruscamente a Wolfie-. Levántate y ayúdame a incorporarme. ¿De acuerdo?

El niño se movió levemente como si se dispusiera a hacerlo, pero Vera se escabulló hacia la puerta, la cerró de golpe y se acercó a Nancy.

– No es suyo, no se lo puede llevar -masculló entre dientes-. Sea una buena chica y déselo a su abuela. Su papá lo está esperando.

¡Por Dios! Sintió cómo los brazos de Wolfie se cerraban en torno a su cuello como si la estuviera estrangulando.

– No pasa nada, cariño -le dijo con urgencia-. Confía en mí, Wolfie. Te dije que te protegería y lo haré… pero debes dejarme respirar. -Se llenó los pulmones de aire cuando los brazos del niño se relajaron y levantó la bota de nuevo-. No me tiente, señora Dawson. Como se ponga a tiro, la reviento a patadas. ¿Tiene suficiente cordura aún para entender lo que le digo, vieja zorra senil?

– Usted es como la señora. Se cree que puede decirle a la pobre vieja Vera lo que se le ocurra.

Nancy volvió a bajar el pie y concentró todas sus fuerzas para desplazarse hacia delante en el asiento.

– Pobre vieja Vera, una mierda -espetó-. ¿Qué le hizo a Wolfie? ¿Por qué le tiene tanto miedo?

– Le enseñé buenos modales cuando era pequeño. -Una extraña sonrisita se deslizó por sus labios-. Tenía unos preciosos rizos castaños, exactamente como su padre.

– ¡No es verdad! ¡No es verdad! -lloró Wolfie histérico, agarrándose de Nancy-. Nunca he tenido el pelo castaño. Mi mamá me dijo que siempre he sido así.

La boca de Vera comenzó a trabajar con ferocidad.

– No desobedezcas a tu abuela. Haz lo que se te dice. Vera sabe sus cosas. Vera todavía está en sus cabales.

– Ella no es mi abuela -Wolfie se apresuró a susurrarle a Nancy-. No la he visto nunca antes… es que la gente mala me asusta… y ella es mala porque las líneas de su sonrisa están al revés.

Nancy examinó el rostro de la anciana. Wolfie tenía razón, pensó sorprendida. Todas las líneas giraban hacia abajo, como si el resentimiento hubiera cavado zanjas en su piel.

– No pasa nada -intentó calmarlo-. No voy a dejar que se te lleve. -Levantó la voz-. Está confundida, señora Dawson. Este no es su nieto.

La anciana se relamió los labios.

– Yo sé mis cosas.

«No, no lo sabes, vieja estúpida… estás a punto de colmar el vaso…»

– Entonces, dígame el nombre de su nieto. Dígame el nombre de su hijo.

Era un ordenador sobrecargado.

– Usted es igual que ella… pero yo tengo derechos… aunque por la forma en que me tratan piense que no. Haz esto… haz lo otro… ¿Quién se preocupa por la pobre vieja Vera que no sea su niño querido? «Levanta los pies, mamá, así», me dice. «Quiero que estés bien.» -Apuntó un dedo airado hacia Nancy-. Pero mira lo que hizo la preciosa Lizzie. Era una puta y una ladrona… pero todo se lo perdonaron, todo lo olvidaron porque ella era una Lockyer-Fox. ¿Y qué pasó con el niño de Vera? ¿Lo perdonaron? No. -Cerro los puños y los hizo entrechocar con impotencia-. ¿Y qué pasó con Vera? ¿La perdonaron? ¡Oh, no! Bob tenía que saber que Vera era una ladrona. ¿Eso está bien?

Aunque Nancy hubiera sabido de qué demonios estaba hablando la anciana se dio cuenta de que no ganaba nada con asentir. Era mejor zaherirla para que siguiera alterada que mostrarle ni un ápice de conmiseración. Al menos, mientras hablaba mantenía la distancia.

– Está usted senil -di}o en tono despectivo-. ¿Por qué hay que perdonar a un ladrón? Usted debería de estar en la cárcel junto con el asesino de su hijo, suponiendo que Fox sea su hijo, cosa que dudo, porque ni siquiera puede darme su nombre.

– Él no la mató -siseó ella-, nunca la tocó. No tuvo que hacerlo, ella se lo buscó con su lengua viperina… me acusó de arruinar a su hija. Más bien su hija arruinó a mi niño… eso está más cerca de la verdad… llevándoselo a la cama y haciéndole creer que le importaba. Lizzie era la puta, todo el mundo lo sabía… pero fue a Vera a la que trataron como una puta.

Nancy se pasó la lengua por la boca. «Soy el complicado producto de mis circunstancias… no el resultado predecible y lineal de una cópula accidental ocurrida hace veintiocho años.» ¡Dios mío! Qué absurda y arrogante sonaba ahora aquella declaración.

– No sé de qué está hablando -dijo en tono neutral, haciendo acopio de fuerzas para desplazarse hacia delante.

– Claro que lo sabe. -En los ojos de la anciana brilló un destello de taimada inteligencia-. Eso la asusta, ¿no es verdad? A la señora la asustaba. Una cosa es buscar a la pequeña bastarda de Lizzie… pero no fue nada divertido encontrar a la de Fox. Eso no era conveniente. Ella intentó pasarme por encima para decírselo al coronel… pero mi chico no lo aceptó. «Ve adentro, mamá, y déjamela a mí.» -Se palmeó el bolsillo e hizo que sonaran varias llaves-. Eso fue lo que detuvo su corazón. Lo vi en su rostro. No creía que Vera pudiera cerrar y dejarla fuera. ¡Oh, no! Si ella había sido tan bondadosa con Vera…

El grado de pulcritud de la casa de James no impresionó mucho a Bella.

– ¿Qué le pasa a la señora de la limpieza? -preguntó cuando Mark la llevó a la trascocina para enseñarle el congelador. Contempló con asco la suciedad en el fregadero y las telarañas en todas las ventanas-. Dios, échele un vistazo a esto. Es un milagro que el pobre viejo no esté en el hospital con tétanos o una intoxicación alimentaria. Si yo estuviera en su lugar la habría echado.

– Yo también -se avino Mark-, pero no es tan fácil. Por desgracia, no hay nadie más que pueda hacer el trabajo. De hecho, Shenstead es un pueblo fantasma, la mayoría de las casas son segundas residencias.

– Sí, nos lo dijo Fox. -Levantó la tapa del congelador y resopló al ver las capas de hielo sobre los alimentos-. ¿Cuándo abrieron esto por última vez?

– Lo revisé en Nochebuena, pero no se abre desde que la esposa del coronel murió, en marzo. No creo que Vera se acerque siquiera. En vida de Ailsa era bastante holgazana, pero ahora ya no hace absolutamente nada… Se limita a cobrar el salario y salir corriendo.

Bella lo miró asombrada.

– ¿Me está diciendo que le pagan para dejar las cosas en este estado? -preguntó con incredulidad-. ¡Mierda! Así que pagan por nada.

– Y vive en un chalé por el que no paga alquiler.

Bella estaba anonadada.

– Tiene que ser un chiste. Daría mi brazo derecho por llegar a un acuerdo como ése… y ni siquiera me aprovecharía.

Mark sonrió al ver la expresión de la mujer.

– Sinceramente, Vera no debería seguir trabajando. Está senil, pobre vieja. Pero usted tiene razón, ella se aprovecha. El problema es que James ha estado muy… -buscó la palabra apropiada- deprimido las últimas semanas y no la ha vigilado… ni ha hecho nada al respecto. -Su teléfono móvil comenzó a sonar-. Perdóneme -dijo, sacándolo del bolsillo y poniendo cara de perplejidad al ver el número desde donde se efectuaba la llamada. Se llevó el teléfono a la boca y preguntó con frialdad-: ¿Qué quiere, Leo?

Todas las dudas que Nancy había tenido alguna vez con respecto a su historia biológica clamaban por que la anciana mantuviera la boca cerrada, pero se negó a darle a Vera la satisfacción de decirlo en voz alta. Si hubiera estado sola habría negado cualquier relación con Fox o con su madre, pero era consciente de que Wolfie escuchaba con atención cada palabra que se decía. No tenía idea de cuánto comprendía el niño, pero no podía negar una relación de parentesco con él.