– ¿Por qué tengo que ser siempre yo quien haga el primer movimiento? -Hubo una risa sorda al otro lado de la línea-. ¿Sabe por qué me llamó la última vez? Para echarme en cara mis robos. Tuve que oír el catálogo completo desde que tenía diecisiete años hasta el presente. Y de ahí él dedujo que yo había asesinado a mi madre en un ataque de ira y que después había iniciado una campaña de calumnias para chantajearlo y hacer que me entregara sus propiedades. Para mi padre no existe el perdón. Se formó una imagen de mi carácter cuando yo estaba en la escuela y se niega a cambiarla. -Otra carcajada-. Hace tiempo que llegué a la conclusión de que, haga lo que haga, siempre seré culpable.
– Podría intentar sorprenderlo -sugirió Mark.
– ¿Como esa nietecita tan fina y atildada? ¿Está seguro de haber hallado a la persona correcta? No se parece a ningún Lockyer-Fox que yo haya conocido.
– Su padre considera que es un cruce entre su abuela y su madre.
– Entonces tengo razón. Ellas eran Lockyer-Fox por matrimonio. ¿Es guapa? ¿Se parece a Lizzie?
– No. Es alta y morena, de hecho se parece a usted, pero tiene los ojos castaños. Debería estar agradecido por eso. Si tuviera los ojos azules hubiera creído a Becky.
Otra carcajada.
– Y si hubiera sido cualquier otra persona quien lo dijo, salvo Becky, hubiera podido dejar que usted lo creyera… aunque sólo fuera para divertirme. Es una zorrita celosa… desde el primer momento la tomó con Lizzie. De hecho, le culpo a usted. Hizo que Becky se creyera importante. Un terrible error. Trátalas mal, oblígalas a competir. Es la única manera, si no quiere echarla a perder para el próximo hombre que aparezca.
– No me gustan las puertas giratorias, Leo. Prefiero tener esposa e hijos.
Hubo una vacilación momentánea.
– Entonces es mejor que olvide todo lo que aprendió en la escuela, amigo mío. Eso de que los padres de ojos azules no pueden tener hijos de ojos castaños es un mito. Mamá era experta en recesiones genéticas. Se sentía mejor consigo misma si podía culpar de las adicciones de sus hijos y del alcoholismo de su padre a algún ancestro distante, miembro del Club del Fuego Infernal. -Otra pausa para ver si Mark picaba, pero eso no ocurrió-. No se preocupe. Puedo garantizar que el hijo de Lizzie no tiene nada que ver conmigo. Dejando a un lado cualquier otra cosa, nunca me gustó lo suficiente para acostarme con ella… y aún menos cuando empezó a salir con escoria.
Esta vez Mark picó.
– ¿Qué tipo de escoria?
– Los soldadores irlandeses que trajo Peter Squires para que le repararan los cercados. Los tuvo todo un verano acampandos por ahí. En realidad fue bastante gracioso. Mamá se hizo un lío cuando decidió hacerse cargo de la educación de los hijos de los soldadores y enloqueció cuando descubrió que uno de ellos se estaba tirando a Lizzie.
– ¿Cuándo ocurrió eso?
– ¿Cuánto vale esa información?
– Nada. Se lo preguntaré a su padre.
– Él no sabe nada de eso. Siempre estaba de viaje… y mamá nunca se lo contó. Todo aquello se mantuvo en silencio para que los vecinos no lo descubrieran. Me enteré mucho después. Estuve cuatro semanas en Francia y cuando regresé mamá había encerrado a Lizzie. Fue un error. Debió de haber dejado que todo siguiera su curso natural.
– ¿Por qué?
– El primer amor -respondió Leo con cinismo-. Después ninguno fue tan bueno. Aquello originó el comienzo de la caída de mi pobre hermanita.
Nancy tensó los músculos de los muslos y se puso de pie con una sacudida tambaleante mientras Wolfie seguía a horcajadas sobre su cadera izquierda. El golpe de una pluma habría bastado para hacerla caer, pero rezó para que la anciana no se diera cuenta de ello.
– Apártese de la puerta, señora Dawson, por favor. Ahora Wolfie y yo vamos a bajar.
Vera negó con la cabeza.
– Fox quiere a su hijo.
– No.
Las negativas la perturbaban. Comenzó de nuevo a entrechocar sus puños.
– Él pertenece a Fox.
– No -dijo Nancy con mayor brusquedad-. Si Fox tuvo alguna vez derechos como padre, los perdió cuando separó a Wolfie de su madre. La paternidad no significa posesión sino el deber de cuidar, y Fox no le ha mostrado el menor cariño a este niño. Usted tampoco, señora Dawson. ¿Dónde estaba usted cuando Wolfie y su madre necesitaban ayuda?
Wolfie apretó sus labios contra el oído de ella.
– El Cachorro también -le susurró con urgencia-. No olvides al pequeño Cachorro.
Ella no tenía la menor idea de qué o quién era el Cachorro, pero no quería desviar su atención de Vera.
– El Cachorro también -repitió-. ¿Dónde estaba usted cuando el pequeño Cachorro la necesitaba, señora Dawson?
Pero Vera tampoco parecía saber quién era el Cachorro y, como Prue Weldon, volvió a repetir su cantinela.
– Es un buen chico. «Levanta los pies, mamá», me dice. «¿Qué es lo que Bob ha hecho por ti que no sea tratarte como una sirvienta? No te preocupes, recibirá su merecido.»
Nancy frunció el ceño.
– ¿Eso significa que Fox no es hijo de Bob?
La confusión de la anciana se hizo más palpable.
– Él es mi hijo.
Nancy sonrió a medias, con aquel gesto que tanto recordaba a James. Si la anciana hubiera sido capaz de interpretarlo, eso habría sido un aviso.
– Entonces, la gente tenía razón cuando decía que usted era una puta.
– La puta era Lizzie -siseó-. Ella sí se acostaba con muchos otros hombres.
– Muy bien -dijo Nancy, alzando a Wolfie por encima de su cadera-. A mí me importa un carajo con cuántos hombres se acostó, siempre que Fox no sea mi padre… y usted no sea mi abuela. Ahora apártese de ahí… porque de ninguna manera voy a dejar que una vieja zorra asesina me quite a Wolfie. Usted no está en condiciones de cuidar de nadie, y menos aún de un niño.
La frustración hizo que Vera se moviera como si bailara.
– Usted es tan grande y poderosa… exactamente como ella. Ella era la que se llevaba a los niños. Siempre con sus obras de caridad… demostrando que sabía más que Vera. «No eres una buena madre», decía. No puedo permitirlo. ¿Es eso justo? ¿Acaso Vera no tiene derechos? -Levantó el dedo-. Haz esto… haz lo otro… ¿A quién le importan los sentimientos de Vera?
Era como oír el salto de la aguja en los surcos de un viejo disco, que producía ráfagas de sonido sin la menor relación entre sí. Se reconocía la melodía pero los fragmentos no tenían cohesión ni continuidad. ¿De quién hablaba en ese momento?, se preguntó Nancy. ¿De Ailsa? ¿Había tomado Ailsa alguna decisión respecto a la capacidad de Vera para ser madre? Parecía poco probable -¿con qué autoridad podía haberlo hecho?-, pero eso quizás explicara la curiosa expresión de Vera cuando habló de «reconocer a su hijo cuando lo veía».
Quizá Vera vio la indecisión en el rostro de Nancy, porque el dedo torcido volvió a apuntar en su dirección.
– Mire -dijo con júbilo-, yo dije que no era correcto, pero ella no quiso oírme. «Eso no va a funcionar» dijo, «es mejor dársela a gente extraña.» Tanto sufrimiento… y todo para nada, porque al final tuvo que buscarla.
– Si se refiere a mí -dijo Nancy con frialdad-, entonces Ailsa tenía razón. Usted es la última persona en el mundo a la que alguien le daría un niño. Mire todo el daño que hizo a su hijo. -Comenzó a avanzar-. ¿Va a apartarse o tendré que empujarla?
Los ojos de Vera se llenaron de lágrimas.
– No fue culpa mía. Fue Bob. Él les dijo que se libraran del niño. Ni siquiera me dejaron verlo.
Pero eso a Nancy no le interesaba. Le dijo a Wolfie que hiciera girar el picaporte y retrocedió, obligando a la anciana a echarse a un lado, y, con un suspiro de alivio, abrió la puerta con el pie y salió precipitadamente al pasillo.
La voz de Leo adoptó un tono divertido.
– Cuando papá regresó, dos o tres meses más tarde, descubrió que habían robado los anillos de su madre junto con varias piezas de plata de los expositores de la planta baja. Habían movido el resto de las piezas para llenar los huecos, por eso mamá no se había dado cuenta, por supuesto; estaba demasiado interesada en sus obras de caridad, pero papá sí lo advirtió. Lo descubrió veinticuatro horas después de entrar por la puerta. Vea cuán codicioso es. -Hizo una pausa para ver si Mark aceptaba la provocación-. Bien, usted conoce el resto. Atacó a la pobre Vera como si fuera lo último que iba a hacer en la vida… y mamá nunca dijo una sola palabra.