– ¿Y los restos en el martillo?
– Si no tenemos ADN o grupos sanguíneos con los que comparar, no nos servirá de nada.
– Podemos detenerlo por agredir a la capitana Smith. Le dio una buena paliza.
– Sí, pero no dentro del vehículo… y de todos modos, lo más probable es que alegue defensa propia. -Echó un vistazo a la bolsa que contenía la navaja-. Si esa sangre es suya, entonces él podría estar en peor estado que ella. ¿Qué estaba haciendo en la mansión? ¿Alguien lo sabe? ¿Has encontrado alguna prueba de que la entrada haya sido forzada?
– No.
El sargento suspiró.
– Todo esto es muy extraño. ¿Qué relación tiene con este lugar? ¿Por qué atacó a la nieta del coronel? ¿Qué está buscando?
Barker se encogió de hombros.
– Lo mejor que podemos hacer es vigilar el autocar y esperar a que vuelva.
– Pues espéralo sentado, colega. Por el momento, no creo que haya nada aquí que le incite a volver.
Nancy bajó a Wolfie al suelo y cerró la puerta a sus espaldas. Le dio la mano.
– Pesas mucho -le dijo, a guisa de explicación-. Me crujen los huesos.
– No tiene importancia -se apresuró a decir él-. Mi mamá tampoco podía tomarme. -Miró al pasillo con nerviosismo-. ¿Nos hemos perdido?
– No. Tenemos que seguir adelante, las escaleras están al final, al doblar la esquina.
– Hay muchas puertas, Nancy.
– La casa es grande -asintió ella-. Pero estamos a salvo. Soy un soldado, no lo olvides, y los soldados siempre consiguen orientarse. -Le dio un leve apretón de mano-. Vamos, poquito a poco, ¿eh?
El niño retrocedió.
– ¿Qué pasa?
– He visto a Fox -dijo, y la luz del pasillo se apagó.
El teléfono de Mark volvió a sonar, avisándole del mensaje de Nancy. Echó un vistazo a la trascocina.
– Voy a subir -dijo a Bella-. Parece que la señora Dawson está asustando a Wolfie.
Ella dejó caer la tapa del congelador.
– Entonces voy con usted, colega -dijo, decidida-. Esa mujer empieza a caerme muy mal. Acabo de ver una puñetera rata sacando la cabeza por detrás del rodapié.
Con todos sus instintos instándola a retroceder, Nancy no se molestó en comprobar si Wolfie tenía razón. Soltó su mano y volvió a abrir la puerta que daba al dormitorio, iluminando por un momento el pasillo mientras empujaba al niño dentro. No perdió tiempo en mirar a sus espaldas, cerró la puerta y se recostó en ella con todo su peso, buscando la llave con la mano izquierda. Demasiado tarde. Fox era más fuerte y pesado que ella y lo único que logró hacer fue retirar la llave para evitar que él los encerrara, impidiendo la llegada de ayuda.
– Corramos hacia el rincón más lejano -dijo a Wolfie-. ¡Ahora!
Vera no se había movido del sitio a donde Nancy la había empujado, pero no hizo nada para obstaculizar el desplazamiento de ambos. Incluso pareció asustarse cuando Fox entró violentamente en la habitación, como si el súbito aumento de actividad la hubiera alarmado. Se volvió hacia la pared mientras el hombre caía de rodillas debido al impulso.
Hubo un instante de calma en el que no ocurrió nada, salvo que Fox cerró la puerta de un puñetazo y después levantó la vista para mirar a Nancy, respirando pesadamente mientras ella se colocaba delante de Wolfie. Fueron unos pocos segundos, muy extraños, durante los cuales pudieron verse y valorarse mutuamente por primera vez. Ella nunca sabría lo que él había visto, pero Nancy veía a un hombre con sangre en las manos que le recordaba la foto de Leo en el comedor. Fox sonrió al ver el miedo en el rostro de ella como si eso fuera lo que buscaba, y después se puso de pie.
– Dame al niño -dijo.
Ella negó enérgicamente con la cabeza, la boca demasiado seca para hablar.
– Pasa el pestillo a la puerta, mamá -ordenó a Vera-. No quiero que Wolfie se escape mientras acabo con esta zorra. -Pero Vera no se movió y él se giró hacia ella, molesto-. ¡Haz lo que te digo!
Nancy aprovechó el momento para poner la llave en la mano de Wolfie a sus espaldas, con la esperanza de que a él se le ocurriera tirarla por la ventana a la primera oportunidad, al mismo tiempo que lo empujaba en dirección a una cajonera a su derecha, sobre la que había dos pesados sujetalibros. Estaban en el lado menos conveniente para su radio de acción, tendría que darle la espalda a Fox para agarrar el más cercano, pero aun así eran lo más parecido a un arma. No se hacía ilusiones sobre su situación. Según la terminología militar estaba jodida… a no ser que ocurriera un milagro.
– ¡Vete! -gritó Vera, golpeando con los puños el aire delante de Fox-. Tú no eres mi hijo. Mi bebé está muerto.
Fox cerró sus dedos en torno a la garganta de la anciana y la aplastó contra la pared.
– Cállate, vieja estúpida. No tengo tiempo que perder. ¿Vas a hacer lo que te digo o tendré que hacerte daño?
Nancy percibió cómo Wolfie se desplazaba detrás de ella para coger un sujetalibros.
– Y tampoco es mi padre -añadió con furia, poniéndole el pesado adorno en la mano sana-. Creo que mi padre era otra persona.
– Sí -dijo Nancy, haciendo girar el sujetalibros contra el muslo para agarrarlo mejor con sus dedos húmedos por el sudor-. Yo también, amiguito.
Según los estándares, aquello no alcanzaba la categoría de hecho heroico. No hubo tiempo para pensar ni para sopesar el peligro, simplemente fue la respuesta visceral a un estímulo. Ni siquiera fue algo inteligente, pues había un policía en el piso de abajo, pero el corazón de Mark se henchía al recordar aquello. Al doblar la esquina tras subir las escaleras, Bella y él alcanzaron a ver la silueta de un hombre que se destacaba contra la luz que se colaba de uno de los dormitorios, antes de que la puerta se cerrara de un tirón y el pasillo quedara sumido de nuevo en la oscuridad.
– ¿Qué demonios…? -exclamó él, sorprendido.
– Fox -dijo Bella.
Fue como agitar un trapo rojo delante de un toro. Mark se lanzó a la carga por el pasillo y echó la puerta abajo.
Bella, cuyo instinto de supervivencia estaba más arraigado, se demoró lo suficiente para lanzar un grito de auxilio escaleras abajo y después ella también echó a correr, esforzándose con una intensidad impropia en ella desde hacía años.
Mark pasó por delante de Fox y entró en la habitación; instantes después vio a Nancy en el rincón.
– ¡Cógelo! -dijo ella, lanzándole el sujetalibros-. Detrás de ti, a tu izquierda.
El abogado tomó el pesado adorno como si fuera una pelota de rugby y giró sobre sus talones en el instante en que Fox soltaba a Vera para enfrentarse a él. Su parecido con Leo resultaba extraordinario también para Mark, pero fue una impresión momentánea que desapareció en cuanto le vio los ojos. Mientras el grito de ayuda de Bella reverberaba en el pasillo, levantó el sujetalibros en su mano izquierda y avanzó hacia él.
– ¿Quiere intentarlo con alguien de su tamaño? -lo invitó el abogado.
Fox negó con la cabeza, mirando el sujetalibros de reojo y con preocupación.
– Usted no va a golpearme con eso, señor Ankerton -dijo con confianza, mientras avanzaba hacia la puerta-. Me rompería el cráneo.
Hablaba igual que Leo.
– Defensa propia -dijo Mark, que se desplazó para impedirle salir.
– Estoy desarmado.
– Lo sé -dijo Mark, fingiendo golpear con la izquierda y lanzando un feroz gancho de derecha al mentón de Fox. Se apartó dando un paso de baile, mirando con ojos enloquecidos al hombre, cuyas rodillas comenzaron a doblarse-. Dé las gracias a mi padre por esto -dijo, entrando otra vez para asestar un puñetazo tras la oreja de Fox mientras éste caía-. Decía que todo caballero debe apreciar el arte del boxeo.
– Buen toque, colega -dijo Bella desde la puerta, sin aliento-. ¿Puedo sentarme encima de él? Me vendría bien un puñetero descanso.