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– ¿Qué debo buscar?

– Un compartimiento del tipo que sea. Debe de existir uno, Martin, aunque debe de estar muy bien camuflado. De lo contrario, ya habríamos hallado el archivo.

Mark salió al jardín con el teléfono móvil.

– Le haré una promesa -le dijo a Leo cuando estuvo bien lejos de los oídos de los que en aquel momento se encontraban en la casa-. Negocie honestamente conmigo los próximos cinco minutos y haré todo lo posible para que su padre le restituya sus derechos. ¿Le interesa la propuesta?

– Quizá -dijo el otro, divertido-. ¿Se trata de la nieta?

– Limítese a responder a las preguntas -dijo Mark, sombrío-. ¿Conoce a un hombre que se hace llamar Fox Evil?

– No. Aunque es un buen nombre… Quizá yo mismo lo adopte. ¿Quién es? ¿Qué ha hecho?

– Vera alega que es su hijo y que la ayudó a matar a la madre de usted. Pero se trata de una mujer trastornada, así que podría no ser cierto.

– ¡Dios todopoderoso! -repuso Leo con genuina sorpresa. Hubo una breve pausa-. Mire, eso no puede ser cierto, Mark. Es obvio que está confundida. Sé que vio el cuerpo de mamá en la terraza y eso la impresionó mucho, porque la llamé después del funeral para decirle que lamentaba no haber podido hablar con ella. Repetía constantemente que mamá debió de haber sentido mucho frío. Puede que esté convencida de que todo fue culpa suya.

– ¿Y en cuanto a que ese hombre es hijo suyo?

– Es un camelo. No tiene hijos. Papá lo sabe. Yo era su niño de ojos azules. Si yo se lo hubiera pedido, habría saltado por encima de la luna.

Mark miró hacia la casa mientras meditaba con el ceño fruncido.

– Bueno, está bien. Fox Evil acaba de ser arrestado por entrar ilegalmente en la mansión y le han encontrado un distorsionador de voz. ¿No le dijo su padre que la mayoría de las acusaciones de incesto fueron hechas por alguien que hablaba como Darth Vader?

– Creí que se trataba de una baladronada -dijo Leo con amargura.

– Nada de eso. Ese individuo es un psicópata. Ya había atacado a su sobrina con un martillo y cuando lo detuvieron llevaba encima una escopeta de cañones recortados.

– ¡Mierda! ¿Ella está bien?

Parecía sincero.

– Tiene un brazo y una costilla rotos, pero está viva. El problema es que tanto usted como Lizzie están implicados en este asunto, debido al distorsionador de voz. La señora Bartlett dijo a la policía que usted se puso en contacto con ella en octubre para que Lizzie pudiera contarle su versión de los abusos de su padre. Como Darth Vader ha estado contando lo mismo que la señora Bartlett, la conclusión obvia a la que ha llegado la policía es que usted y Lizzie contrataron a ese canalla para que asediara a su padre.

– Eso es ridículo -dijo Leo, molesto-. La conclusión obvia es que la señora Bartlett es quien está detrás de todo esto.

– ¿Por qué?

– ¿Cómo que por qué? No ha hecho más que mentir.

– ¿Y qué gana ella con eso? Usted y Lizzie son los únicos que tienen un motivo para destruir a su padre y a la hija de Lizzie.

– ¡Jesús! -exclamó Leo con disgusto-. Es usted tan perverso como el viejo. Cría fama y échate a dormir. Cualquier cretino se siente con derecho a darte una paliza, aunque felizmente sigue habiendo clases. Por si le interesa, eso es lo que Becky está intentando… y no pienso tolerarlo.

Por segunda vez esa tarde, Mark hizo caso omiso de aquella salida de tono.

– ¿Y qué hay de Lizzie? ¿Alguien pudo persuadirla para que se involucrara en algo así sin que usted se enterara?

– No sea idiota.

– ¿Qué hay de idiota en eso? Si es cierto que Lizzie está tan colgada como asegura Becky, no tiene nada de raro que un estafador la haya convencido para que se implique en este asunto… aunque no entiendo por qué, a no ser que el estafador pueda acceder al dinero cuando ella herede. -Mark cruzó los dedos mentalmente-. Usted dijo que ella no pudo sobreponerse a su primer amor. ¿No le parece posible que haya regresado para intentarlo de nuevo?

– No hay la menor oportunidad. Era un cabrón cobarde. Cogió el dinero y salió corriendo. En eso estriba el problema. Si hubiera regresado, ella habría visto cómo era realmente, y no lo recordaría como a un fascinante irlandés.

– ¿Qué aspecto tenía?

– No lo sé, nunca lo vi. Cuando volví de Francia ya se había largado.

– ¿Lo conocía su madre? ¿Cree que ella hubiera podido reconocerlo?

– Ni idea.

– Creí que me había dicho que Ailsa se había encargado personalmente de su educación.

– No era uno de los niños, cretino. Era el padre de la mayoría de ellos. Ésa es la razón por la que mamá perdió los estribos. Aquel animal sabía más de sexo que don Juan y por eso Lizzie se enamoró locamente de él.

– ¿Está usted seguro?

– Eso me dijo Lizzie.

– Entonces sólo hay un cincuenta por ciento de posibilidades de que sea cierto -dijo Mark con sarcasmo.

Quizá Leo estaba de acuerdo ya que, por una vez, no reaccionó.

– Mire, puedo probar que la señora Bartlett nunca habló con Lizzie… al menos en octubre. O, si lo hizo, tuvo que ser en la unidad de cuidados intensivos del hospital de St Thomas. ¿Esa mujer le habló a la policía de monitores y sueros gota a gota? ¿Le dijo que estaba en un estado tan deplorable que ni siquiera podía tenerse en pie?

Mark quedó anonadado.

– ¿Qué tiene?

– El hígado dejó de funcionarle a finales de septiembre y ha estado entrando y saliendo del hospital desde entonces. En los intervalos vive conmigo. Ahora está en un hospicio, y permanecerá ahí dos semanas, recibiendo terapia contra el dolor, pero el pronóstico es bastante pesimista.

Mark se sintió verdaderamente impresionado.

– Lo siento mucho.

– Gracias.

– Debió contarle eso a su padre.

– ¿Por qué?

– Oh, vamos, Leo. Será terrible para él.

La voz del otro hombre volvió a adquirir un tono divertido, como si la ironía fuera el medio que le permitía sobrellevar aquello.

– Eso es lo que le preocupa a Lizzie. Se siente bastante mal y no necesita tener a papá llorando a su lado.

– ¿Cuál es la verdadera razón?

– Me hizo prometerle que no se lo diría absolutamente a nadie. Tampoco se lo hubiera contado a usted, pero que me maten si voy a dejar que una foca sebosa ande contando mentiras sobre ella.

– La foca es la señora Weldon -dijo Mark-. ¿Y por qué Lizzie no quiere que nadie lo sepa?

Hubo un largo silencio y cuando Leo volvió a hablar su voz había perdido firmeza.

– Prefiere morir en silencio antes que descubrir que no le importa a nadie.

Cuando por fin llevaron abajo a Fox, pidieron a James que esperara en el pasillo para ver si podía reconocerlo. Le dieron la opción de permanecer en la sombra pero, en lugar de ello, eligió ponerse bien a la vista, con el sargento detective Monroe a un lado y su abogado al otro. Mark trató de persuadir a Nancy de que se uniera a ellos, pero la joven se negó y prefirió seguir la sugerencia de Bella de tomar posición en el pasillo que conducía a la cocina para impedir que Wolfie viera cómo se llevaban a Fox esposado.

– Tómese su tiempo, señor -dijo Monroe a James cuando Fox apareció en el descansillo de la escalera flanqueado por dos agentes-. No hay prisa.

Pero James lo reconoció de inmediato.

– Liam Sullivan -anunció sin dudar, mientras conducían al hombre escaleras abajo-, aunque nunca creí que fuera su verdadero nombre.

– ¿Quién es? -preguntó Monroe-. ¿De qué lo conoce?