Выбрать главу

– Ella miente -dijo Fox.

– Entonces es su palabra contra la de ella. Si no lo identifica, la policía sacará sus propias conclusiones sobre la veracidad de todo lo que ha dicho… incluyendo lo referente a la muerte de la señora Lockyer-Fox.

Mark fue recompensado con el instante de indecisión que se reflejó en aquellos ojos pálidos.

– Tercero: el resentimiento de Vera hacia su esposo y los Lockyer-Fox ha crecido de manera exponencial desde que su demencia se hizo perceptible en 1997. La fecha está documentada porque en ese momento se adoptó la decisión de permitirle a ella y a Bob vivir en la casa del guarda sin pagar alquiler hasta su muerte. El coronel acaba de decir que Vera llenó la cabeza de este hombre de tonterías sobre su parecido con Leo. Sospecho que lo que ocurrió fue diametralmente lo contrario. Él aprovechó su parecido con Leo para llenar de tonterías la cabeza de Vera. No pretendo comprender por qué, excepto que él entendió lo fácil que fue ganar dinero la primera vez y pensó que podía repetirlo. -Hizo una pausa-. Finalmente, y lo más importante, ni Leo ni Elizabeth han visto nunca a la señora Bartlett ni han hablado con ella. Por lo tanto, sea cual sea la estafa que este hombre estaba maquinando, no tiene nada que ver con los hijos del coronel.

– La señora Bartlett parecía muy convencida -intervino Monroe.

– Entonces miente, o también la han engañado -afirmó Mark con rotundidad-. Le sugiero que incluya a Fox en una rueda de reconocimiento para ver si ella lo identifica. Y haga lo mismo con la madre de Wolfie cuando la encuentren, si lo hacen, por supuesto. Él y una rubia de ojos azules podrían engañar sin mucha dificultad a personas que hayan visto a Leo y Elizabeth de lejos.

– ¿Puede probar que no estaban involucrados?

– Sí. -Puso una mano bajo el codo del coronel para servirle de apoyo-. La hija del coronel se está muriendo. Desde septiembre entra y sale del hospital, padece una enfermedad incurable en el hígado. Si se hubiera reunido en octubre con la señora Bartlett, eso habría ocurrido dentro de los límites del hospital de St Thomas.

Se trataba de una soldadura muy ingeniosa, una falsa pared trasera del compartimiento de equipajes delantero, pero fue detectada por una colega de Barker de mirada aguda, que se preguntó por qué una fina línea de pintura, del ancho de un cincel, se había borrado del borde de uno de los paneles. A la luz del día no hubiera sido visible pero, al pasar la linterna, la franja de metal desprotegido destacaba sobre la pintura gris.

– Tengo que reconocer que este tipo es muy listo -dijo Barker con admiración, cuando una mínima presión con un cuchillo liberó un muelle que permitía retirar el panel del borde que lo mantenía sujeto al otro lado.

Apuntó su linterna hacia el espacio de treinta centímetros de profundidad y un metro de anchura que acababa de aparecer.

– Parece que ha limpiado la mitad de las casas señoriales de Inglaterra.

La agente de policía descendió al compartimiento para palpar algo bajo el panel de la izquierda.

– Aquí hay más -dijo, mientras buscaba con los dedos y liberaba un segundo cierre al nivel del suelo. Tiró del panel hacia sí y lo dejó reposar horizontalmente-. ¿No sientes curiosidad por saber cuánto de lo que hay aquí pertenece a la mansión de los Lockyer-Fox?

Barker deslizó la luz de la linterna sobre los cuadros y piezas de plata que llenaban el escondrijo.

– No tengo idea… pero sí creo que el viejo coronel debió de haberse dado cuenta de que las cosas desaparecían. -Se desplazó al compartimiento siguiente-. Si estos dos sitios tenían la misma profundidad cuando construyeron el autocar, eso quiere decir que también hay una pared falsa en la parte de atrás. ¿Quieres intentar encontrarla?

La agente se arrastró hacia el maletero y comenzó a trabajar de nuevo con el cuchillo. Soltó un gruñido de satisfacción cuando el panel se abrió.

– ¡Dios mío! -exclamó al ver lo que había quedado al descubierto-. ¿Qué demonios pretendía hacer? ¿Asaltar el Banco Mundial?

Barker iluminó un muestrario de escopetas recortadas y pistolas, sujetas con pinzas a la pared trasera.

– Negocios -dijo con sequedad-. Una buena mercancía. Ahora queda claro por qué acechaba la mansión. La familia del coronel había reunido la mayor colección de pistolas y fusiles de Dorset. Me imagino que eso era lo que este tipo andaba buscando.

– Entonces no siento mucha simpatía por el coronel -dijo la agente, liberando el segundo panel y colocándolo sobre el suelo-. Es como si estuviera pidiendo a gritos que le robaran.

– Salvo por el hecho de que la colección hace tiempo que no está en su casa -dijo Barker-. El anciano la donó íntegramente al Museo Imperial de Guerra después de la muerte de su mujer. Creo que nadie se molestó en decírselo a Fox.

Treinta

Cuando el autocar fue desmontado sistemáticamente, las consecuencias finales del arresto de Fox llegaron mucho más allá de Shenstead y apareció gran cantidad de indicios y pruebas. No había sido muy cuidadoso al seleccionar lo que llevaba consigo. Un segundo móvil con un listado de números y un rastro de llamadas permitió a la policía reconstruir sus movimientos. Llaves de un depósito que fueron investigadas concienzudamente con ayuda del fabricante hasta encontrar una dirección. Pasaportes. Permisos de conducir, algunos a nombre de mujeres. Y en lo concerniente a la policía aparecieron objetos más preocupantes: piezas de ropas ensangrentadas, al parecer trofeos, ocultas en una cavidad del suelo.

Para los habitantes de Shenstead las consecuencias fueron inmediatas y se concentraron después de que la policía recorriera casa por casa, la noche del Boxing Day, para informar a los vecinos de que habían detenido a un hombre tras el asesinato de Bob Dawson. La noticia fue recibida con horror. Todos exigieron más información -«¿Quién es el hombre?»… «¿Alguien más resultó herido?»… «¿Aquello tenía que ver con la muerte de Ailsa?»… «¿Y qué pasa con Vera?»-, pero los agentes no dijeron mucho más y se limitaron a pedir a los inquilinos que estuvieran a su disposición para entrevistarlos el día siguiente.

La historia se difundió más allá de los límites del valle en cuanto la prensa pudo meter la nariz. Los periodistas se apostaron ante el hospital a primera hora, en busca de información sobre el detenido y una mujer llamada Nancy, a la que habían roto un brazo tras ser atacada con un martillo. La policía se limito a confirmar la identidad del hombre asesinado y el hecho de que el atacante era un nómada del campamento de Shenstead. Sin embargo, se filtró la noticia -a través de Ivo y su móvil, cuando éste comprendió que tenía una oportunidad de conseguir dinero vendiendo la exclusiva- de que la tal Nancy era una nieta ilegítima del coronel Lockyer-Fox y se sugirió un paralelismo entre la agresión que había sufrido y la muerte de Ailsa Lockyer-Fox. ¿Por qué atacaban a la familia del coronel?

El tema de la ilegitimidad añadió un poco de chispa a la historia y la pesquisa se centró en la búsqueda de la madre biológica y la madre adoptiva. Por suerte, Ivo mantuvo silencio respecto a su grado y apellido, al darse cuenta de que nadie le iba a pagar la información a través de una línea telefónica, lo que dio tiempo a Bella para apartarlo de allí antes de que pudiera escabullirse y contactar con un reportero. Le confiscó el móvil y sugirió al coronel que lo encerrara en el sótano durante la noche. No obstante, en ausencia de Mark, que había llevado a Nancy al hospital, James prefirió igualar la suma ofrecida por el diario.