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– No se diferencia usted de su amigo Fox -dijo a Ivo mientras escribía un cheque al portador, acompañándolo de una carta para su banco-. Los dos destruyen las vidas de las personas en su propio beneficio. Sin embargo, yo hubiera dado a Fox todo cuanto poseo a cambio de la vida de mi esposa. Por lo que considero que estoy pagando una suma irrisoria por la tranquilidad de mi nieta.

– Cada uno a lo suyo -dijo Ivo, metiéndose el cheque y la carta en el bolsillo y haciendo una mueca maliciosa a Bella, que estaba recostada en la pared de la biblioteca-, pero es mejor que apruebe el cheque si el banco llama. Usted me lo ha ofrecido limpia y legalmente, así que no hay marcha atrás.

James sonrió.

– Siempre cumplo mis promesas, Ivo. Mientras cumpla su parte no tendrá ningún problema en el banco.

– Entonces hemos hecho un trato.

– Sí. -El anciano se levantó de su asiento tras el escritorio-. Ahora le ruego que abandone mi casa.

– Bromea. Son las dos de la madrugada. Mi esposa y mis hijos están durmiendo arriba.

– Son bienvenidos y pueden quedarse. Sin embargo, usted no. -Hizo un gesto a Bella-. Querida amiga, ¿podría pedirle a Sean Wyatt que venga un momento?

– ¿Para qué quiere al madero? -preguntó Ivo.

– Para que lo arreste en caso de que no se marche de inmediato. Usted se ha aprovechado del dolor por la muerte de mi esposa, de mi jardinero y por el intento de asesinato de mi nieta para sacarme dinero. Entonces, o se marcha ahora y cobra ese cheque en cuanto abra el banco, o pasa la noche con su amigo en la comisaría. Sepa que, en cuanto abandone esta casa, no podrá poner los pies en ella nunca más.

Los ojos de Ivo saltaron nerviosos hacia Bella.

– Es mejor que no cuentes que tuve algo que ver con Fox. No lo había visto antes hasta la reunión de selección.

– Quizá -dijo, apartándose de la pared y abriendo la puerta que daba al pasillo-, pero el coronel tiene razón. No hay mucha diferencia entre Fox y tú. Los dos os creéis más importantes que el resto del mundo. Ahora, vamos, levanta el culo antes de que se me ocurra contar a los maderos todo lo que has robado y escondido en tu autocar.

– ¿Y qué pasa con mi esposa y mis hijos? -se quejó mientras James rodeaba la mesa, obligándolo a retroceder unos pasos-. Tengo que explicarles lo que ocurre.

– No.

– ¿Cómo me voy a poner en contacto con ellos sin un puñetero teléfono?

James parecía divertirse.

– Debió haber pensado antes en eso.

– ¡Mierda! -Dejó que lo llevaran hacia el pasillo-. Esto es un puñetero tribunal desautorizado.

– ¿Vas a dejar de gimotear? -dijo Bella con disgusto, retirando los pestillos de la puerta de entrada y abriéndola de par en par-. Tienes tus treinta monedas de plata. Ahora piérdete antes de que se me ocurra entregarte.

– Necesito mi abrigo -dijo, al percibir un soplo de aire frío.

– ¡Jódete! -Bella lo empujó fuera y cerró de nuevo la puerta con un impulso del hombro-. Los maderos no lo dejarán volver al campamento -explicó-, por lo que se le congelará el culo a no ser que explique por qué lo ha echado usted. -Rió entre dientes, divertida, al ver la expresión de James-. Pero creo que usted ya había pensado en eso.

El coronel la tomó del brazo.

– Vamos a tomarnos un brandy, querida. Me parece que nos lo hemos ganado, ¿no cree?

El valle quedó bajo asedio en cuanto la policía retiró las barreras de las carreteras a primera hora del día 27, y toda esperanza de mantener el asunto en silencio se esfumó. La mansión y el Soto siguieron bajo custodia policial pero las granjas de los arrendatarios, los Bartlett y los Weldon, quedaron a merced de los medios de comunicación. La casa Shenstead atrajo la mayor atención a causa del pronunciamiento de Julian sobre los nómadas en el diario local. Deslizaron un ejemplar por debajo de la puerta y su teléfono no dejó de sonar hasta que lo desconectó. Los fotógrafos merodeaban al otro lado de las ventanas esperando el momento oportuno, mientras los reporteros formulaban preguntas a gritos.

«¿Se siente responsable porque fue un nómada quien hizo todo eso?» «¿Les soltó a los perros?» «¿Fue así como comenzó todo esto?» «¿Los llamó ladrones a la cara?» «¿Sabe quién es ese hombre?» «¿Había estado antes en Shenstead?» «¿Qué interés tenía en la mansión?» «¿Por qué mató al jardinero?» «¿Por qué atacó a la nieta del coronel?» «¿Cree que él es el responsable de la muerte de la señora Lockyer-Fox?»

En el interior de la casa, Eleanor sufría en la cocina, hecha un ovillo de color macilento, mientras Julian, con mejor aspecto, recorría su estudio tras las cortinas echadas. Todos los intentos que hizo de ponerse en contacto con Gemma a través del móvil habían sido desviados al buzón de voz, al igual que las llamadas a Dick Weldon. Los dos móviles estaban fuera de servicio y las líneas fijas de la granja Shenstead y la de los Squire comunicaban, lo que sugería que los teléfonos estaban desconectados. Sólo podía contactar con Gemma mediante el correo electrónico de la oficina de ella, pero ésta permanecería cerrada hasta después de Año Nuevo, y su frustración fue en aumento junto con su incapacidad para averiguar qué pasaba.

No había nadie más a quien telefonear excepto la policía, y eso fue lo que hizo Julian. Solicitó hablar con el sargento detective Monroe.

– Necesitamos ayuda -le dijo-. Me preocupa que esos cabrones averigüen algo sobre las llamadas telefónicas de mi esposa y, cuando eso ocurra, ¿qué vamos a hacer?

– No hay razón alguna para que eso suceda.

– ¿Espera que confíe en su palabra sobre este asunto? -preguntó Julian-. Nadie nos explica qué ocurre. ¿Quién es ese hombre al que han arrestado? ¿Qué ha contado?

Monroe cortó la conversación para hablar con alguien en la comisaría.

– Más tarde pasaré a hablar con ustedes, señor, pero mientras tanto les sugiero a usted y a la señora Bartlett que no se dejen ver. Ahora, si me perdona…

– No puede dejarnos así -lo interrumpió Julian, molesto.

– ¿Qué otra cosa desea saber, señor?

Julian se pasó una mano por la nuca con irritación.

– Esos reporteros dicen que la nieta del coronel también fue atacada. ¿Es eso cierto? -Hubo más voces al otro extremo de la línea y el hecho de que lo relegaran a un segundo plano alimentó su ira, y ladró-: ¿Me está escuchando?

– Lo siento, señor. Sí, tiene un brazo roto pero ahora se está recuperando. Mire, el mejor consejo que puedo darles es que hagan oídos sordos y mantengan la calma.

– ¡Y una mierda! -dijo Julian con agresividad-. Somos prisioneros de esos hijos de puta. Están intentando fotografiarnos a través de las ventanas.

– Todos estamos en la misma nave, señor. Tendrá que tener paciencia.

– No estoy preparado para tener paciencia -espetó-. Quiero que saquen a esa escoria de la puerta de mi casa y exijo saber qué ocurre. Lo único que nos dijeron anoche fue que habían arrestado a un hombre… Pero a juzgar por lo que gritan por la ranura del buzón, es uno de los nómadas.

– Eso es correcto. Ya lo hemos confirmado a la prensa.

– Entonces, ¿por qué no nos lo dijo?

– Pensaba hacerlo cuando fuera a verlo. ¿Por qué tiene tanta importancia?

– ¡Oh, por Dios! Anoche dijo que Prue pensaba que Darth Vader era uno de los nómadas. ¿Acaso no se da cuenta de nuestra vulnerabilidad en caso de que salga a la luz la relación de Ellie con ese hombre?

Hubo otra interrupción y conversaciones en voz baja.

– Lo siento, señor -volvió a decir Monroe-, como puede oír, estamos muy ocupados. ¿Qué le hace pensar que el asesinato de Robert Dawson tiene alguna relación con las llamadas telefónicas de su esposa al coronel?

– No lo sé -replicó Julian con enojo-, pero cuando la interrogó usted parecía estar convencido de que existía una relación entre Ellie y los nómadas.

– Repetía las palabras de la señora Weldon… pero no estaba sugiriendo nada en serio, señor. La señora Weldon estaba histérica por el intruso de la granja Shenstead. Eso la llevó a sacar extrañas conclusiones. Por el momento, no tenemos ninguna razón para vincular los hechos de anoche con las llamadas de hostigamiento efectuadas por su esposa.