Nancy sonrió.
– Pensé que sería más fácil aparecer por el pasillo y mezclarme con los demás antes de que alguien detectara mi presencia.
– ¡Imposible! Mark ha estado dando vueltas por la casa como un oso con migraña y el coronel vigila el reloj desde ayer a mediodía. -Bella se volvió para llenar una copa de champán-. Aquí tienes, haz acopio de valor. Estás preciosa, cariño. No sabía que tuvieras piernas.
Nancy se alisó la falda en un gesto automático.
– ¿Cómo está James?
– Bien. A veces tiene bajones, pero cuando llegan tus cartas vuelve a levantar el ánimo. Se preocupa por ti. Revisa continuamente los periódicos para cerciorarse de que no ha habido actividad enemiga en tu sector. Siempre está al teléfono hablando con tu madre y tu padre, buscando noticias. ¿Te dijeron que vinieron de visita?
Nancy asintió.
– Creo que mi madre dio a Zadie y a Gray un curso rápido de poda.
– Y convenció al coronel de que los matriculara un día a la semana en una escuela agrícola que está carretera abajo. De hecho, están aprendiendo muy rápido. En verano recolectamos nuestras propias verduras. -Apretó la mano de Nancy-. ¿Te dijo que Wolfie había venido? Los de la asistencia social lo dejan venir de visita una vez al mes. Le va muy bien… tiene una gran casa… le encanta la escuela… ha crecido quince centímetros. Siempre pregunta por ti, quiere ir al ejército cuando crezca.
Nancy tomó un sorbito de champán.
– ¿Está aquí?
– Claro que sí… junto con su madre y su padre de acogida.
– ¿Habla de lo ocurrido?
– A veces. Ni se inmutó cuando Fox murió. Me dijo que era algo bueno si significaba que ninguno de nosotros tenía que ir a juicio. Creo que todos nos sentimos así, más o menos.
– Sí -aceptó Nancy.
Bella volvió a su tarea de preparar los canapés.
– ¿Te dijo Mark que Julian Bartlett ingresó en prisión hace dos semanas?
Otro gesto de asentimiento.
– Dijo que cambió su declaración y alegó problemas personales como circunstancias atenuantes.
– Sí, como intentar mantener a una esposa y una amante a la vez. -Bella rió entre dientes-. Parece que llevaba años haciéndolo… Los maderos encontraron a un par de antiguas amantes en Londres e investigaron una estafa que había maquinado en contra de su compañía.
Nancy parecía divertirse.
– ¿Lo sabía Eleanor?
– Probablemente no. Ella mentía sobre los ingresos de su marido, pero Martin calcula que simplemente intentaba defenderse. Tu abuelo no le tiene la menor simpatía. Dice que mientras más mentía sobre cuánto valía Julian, más atractivo lo hacía para las mujeres que se lo querían robar.
– Espero que lo esté lamentando ahora -se rió Nancy.
– Seguramente. Encerrada sola en ese caserón… Puedo asegurarte que apenas sale… Demasiada vergüenza… El bocado más amargo, eso es lo que digo. Se lo merecía.
– ¿Y qué hay de los Weldon? ¿Siguen juntos?
– Más o menos. Dick es una buena persona. En cuanto te fuiste, vino a disculparse, dijo que no esperaba que el coronel perdonara a Prue, pero que tenía la esperanza de que pudiera aceptar el hecho de que él desconocía lo «ocurrido. No hay duda de que ella se quedó de una pieza cuando se descubrió todo. Apenas abre la boca, por miedo a decir algo inconveniente.
Nancy movió la cabeza de un lado a otro.
– Aún no entiendo que Julian creyera que podría salirse con la suya.
– Martin dice que intentó dar marcha atrás cuando descubrió que Mark estaba aquí. Para eso llamó a Vera. En el registro de su móvil aparecía la llamada, pero o bien la vieja no pasó el mensaje, o Fox no le hizo caso.
– ¿Y por qué no llamó a Fox?
– Sabía lo bastante de móviles para no marcar nunca el número de Fox. -Abrió el horno y extrajo unos bollos calientes rellenos de chorizo-. Es un estúpido. Sacó bastante provecho de las joyas de Ailsa y de lo que Vera hurtó de las habitaciones en las que el coronel no entraba nunca… y se volvió codicioso. ¿Sabes lo que cree Martin? Dice que eso ocurrió porque Julian nunca recibió castigo por su estafa… en lugar de eso, la compañía pagó para que se callara. Una pésima lección. Se hace a la idea de que robar es fácil… se larga de allí, se junta con tíos como Bob Dawson y Dick Weldon, y piensa que la gente de Dorset tiene serrín en la cabeza. Mantiene la nariz bien alta hasta que el dinero comienza a acabarse… entonces un día se tropieza con Fox en el bosque y piensa: «¡Bingo! Yo conozco a este desaprensivo».
– Seguro que debe de haber pensado que Fox tenía algo que ver con la muerte de Ailsa.
Bella suspiró.
– Martin dice que eso dejó de importarle cuando el juez de instrucción dictaminó que la muerte se había producido por causas naturales. En cualquier caso, ahí tenía un punto de apoyo. Vera sigue mascullando constantemente que el señor Bartlett le dijo que iría a la policía si su niño no robaba para él. Pobre coronel. Era una presa fácil… siempre solo… no hablaba con sus hijos… sin vecinos… la criada senil… el jardinero díscolo… el abogado en Londres. Desvalijarlo a sus espaldas era la cosa más fácil del mundo. Ellos creen que todo ese lío del campamento era para eso. Fox iba a limpiar el sitio y a largarse después, dejándonos a nosotros en la línea de fuego.
Nancy asintió. Mark se lo había contado casi todo.
– Me pregunto quién de ellos lo ideó.
– ¿Quién sabe? Lo único seguro es que tú y Mark no deberíais haber estado aquí. Ellos querían que el coronel estuviera solo y convencido de que Leo era quien estaba detrás de todo. Martin considera que Fox iba a matar al anciano de todos modos, por lo que no habría quedado ni un solo testigo.
– ¿Qué dijo Julian?
Bella la miró con expresión burlona.
– Nada. Sencillamente se cagó cuando Monroe le dijo la cantidad de gente que creían que Fox había matado. Los reporteros no conocen de la misa la media, Nancy. De momento, la cuenta va por treinta… y sigue creciendo. Fox era un sádico hijo de puta. Los policías creen que cada cola de zorro encontrada en su autocar correspondía a una víctima. Eso le da a uno que pensar, ¿verdad?
Nancy bebió otro sorbo de champán.
– ¿Ves a Vera?
– No, pero todos los que visitan la residencia escuchan lo que ella dice. -Se estiró para volver a tomar las manos de Nancy-. Ella va diciendo por ahí algo muy distinto, cariño, y prefiero contártelo yo antes de que te lo diga un pajarito cualquiera. Sé que Mark te habló de las fotos que la policía halló en la casa del guarda, las de Fox y Elizabeth cuando eran adolescentes. Parece que él andaba con los nómadas que vinieron a arreglar los cercados del señor Squires. No quiero decir nada con respecto a ti… pero Vera repite constantemente que tú eres hija de Fox.
Nancy movió el champán que tenía en la copa y contempló las burbujas que estallaban. Mark se lo había contado en enero. También le había dicho que las fotografías no querían decir nada, pero ella había pasado horas en la red investigando alelos pardos azules o azules verdes, colores genéticamente dominantes y variaciones de color. Había buscado confirmación de que para padres de ojos azules era imposible tener hijos de ojos pardos. Pero encontró lo contrario.
Adivinó que Mark había emprendido la misma pesquisa porque una o dos veces le había preguntado si ella necesitaba algo de Elizabeth. Los dos sabían de qué hablaba el abogado, pero en cada ocasión Nancy había dicho que no. Mark nunca la presionó y ella se lo agradecía. Él comprendía que, en este asunto en especial, la incertidumbre era más soportable que la certidumbre.
Pero ahora ya era demasiado tarde. Elizabeth había muerto en abril después de hacer las paces con su padre pero no con la niña que había abandonado. El único regalo que le hizo a Nancy, además de la vida, fue una carta manuscrita que decía: «Tengo mucho de qué arrepentirme, pero no me arrepiento de haberte entregado a John y Mary Smith. Fue lo mejor que hice en toda mi vida. Con amor, Elizabeth».