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Uno a uno se fueron sumando a esa risa socarrona. Vespasiano lo soportó durante un rato, luego se dio la vuelta furiosamente y se alejó del barracón.

Esos Britanos eran unos idiotas pueriles, decidió Vespasiano al acordarse del comportamiento de los líderes tribales que se habían presentado ante Claudio para dar su palabra de buena voluntad tras la derrota de Carataco. Arrogantes y estúpidos, demasiado indulgentes y pagados de sí mismos. La vacuidad de sus palabras de amistad ya se estaba haciendo evidente y se iba a derramar mucha más sangre suya, así como de las legiones, antes de que aquella isla fuera conquistada.

Un desperdicio inútil. Como siempre, los que más sufrirían serían los nativos que se hallaban en lo más bajo de aquella sociedad bárbara. Vespasiano dudaba que les afectara demasiado que la clase guerrera que los gobernaba fuera erradicada y sustituida por Roma. Lo único que querían era una cosecha decente que les permitiera pasar el próximo invierno. Ése era el límite de su ambición, y mientras sus caciques se resistían a Roma, su precaria existencia quedaría maltrecha por la oleada de guerra que se extendía por el lugar. Vespasiano, que provenía de una familia elevada a la aristocracia desde hacía muy poco tiempo, era consciente de la realidad de aquellos que vivían allí donde a los ricos y poderosos no les alcanzaba la vista, y le costaba muy poco identificarse con su difícil situación. No es que eso le sirviera de mucho; lo consideraba como una prueba más de su poca idoneidad para la posición social que ocupaba. Envidiaba calladamente la automática asunción de superioridad tan manifiesta en la actitud y comportamiento de aquellos que descendían de las antiguas familias de la aristocracia.

Sin embargo, eran aquellas mismas cualidades las que casi habían tenido como consecuencia la destrucción de Claudio y de su ejército. Más que tomar nota de la habilidad con la que Carataco había resistido a Roma hasta entonces, el emperador había considerado al comandante Britano poco más que un salvaje, con unos conocimientos sobre táctica de lo más rudimentarios y ninguno sobre estrategia. Tan lamentable menosprecio por su enemigo había resultado ser casi fatal. Si Carataco hubiese estado al mando de un ejército más disciplinado, sería otro el emperador que estaría gobernando Roma entonces.

Quizás el mundo estaría mejor sin aquellos aristócratas que se pasaban la vida acicalándose, pensó Vespasiano, y rápidamente descartó la idea por descabellada.

Como había conocido las limitaciones de lanzar un ejército falto de entrenamiento contra las disciplinadas tropas de las legiones, Carataco había reorganizado sus fuerzas en pequeñas columnas volantes con órdenes estrictas de conformarse con pequeñas victorias obtenidas al más bajo precio posible. De ese modo tal vez Roma se convenciera de que los Britanos eran demasiado problemáticos para ocuparse de ellos y abandonara la isla. Pero Carataco no contaba con la tenacidad de las legiones. No importaba el tiempo que tardaran, no importaba las vidas que costara, Britania sería incorporada al Imperio porque el emperador así lo había ordenado. Ésa era la simple realidad de las cosas, Mientras Claudio viviera.

Plautio volvió a llenarse la copa y se quedó mirando el Vino condimentado con especias.

– Debemos ocuparnos de Carataco. La cuestión es, ¿cómo? Él no se arriesgará a otra batalla campal, no importa cuántos hombres más haya reclutado. Y nosotros no podemos rodearlo y adentrarnos en el corazón de la isla. Nos habría chupado la sangre antes de que terminara la próxima campaña. Debemos acabar con Carataco para poder establecer la provincia. Ése es nuestro objetivo inmediato. -Plautio levantó la vista y Vespasiano movió la cabeza en señal de asentimiento.

El general cogió un gran rollo de vitela que había a un lado del escritorio y desplegó cuidadosamente el mapa entre el legado y él. Muchas de las anotaciones hechas con tinta negra eran recientes, puesto que Se habían ido añadiendo a lo largo del invierno a medida que las patrullas de caballería suministraban cada vez más información sobre la disposición del terreno. Vespasiano quedó impresionado por lo detallado del mapa, y así lo expresó. -Es bueno, ¿verdad? -inquirió el general con una sonrisa de satisfacción-. Se están preparando unas copias para ti y los demás legados. Espero que notifiques enseguida a mi cuartel general cualquier detalle significativo adicional con que te encuentres.

– Sí, señor -dijo Vespasiano antes de caer en la cuenta de todas las implicaciones de aquella orden-. Entiendo que la segunda actuará independientemente del resto del ejército una vez hayamos vuelto a cruzar el Támesis, ¿no?

– Claro. Por eso voy a hacer que te pongas en marcha lo antes posible. Quiero que tú y tu legión estéis en posición para caer sobre Carataco en cuanto empiece la campaña.

– ¿Cuáles son las órdenes?

El general Plautio sonrió de nuevo.

– Creí que agradecerías la oportunidad de demostrarme de lo que sois capaces tú y tus hombres. Muy bien, me gusta ver que tienes interés. -Con un dedo señaló al sur del estuario del Támesis-. Calleva. Permaneceréis allí hasta la primavera. He asignado a tus órdenes a algunos elementos de la flota del canal. Se unirán a vosotros a principios de verano. Los utilizarás para no quedarte sin suministros durante la campaña y para rastrear el río y dejarlo libre de enemigos. Y mientras tú le impides a Carataco el paso hacia la parte sur de la isla, yo lo obligaré a salir del valle del Támesis y a dirigirse al norte del río. A finales de año deberíamos haber hecho avanzar el frente y formado una línea que se extienda desde la costa oeste hasta los pantanosos terrenos de los Iceni.

»Para tal fin llevaré a la decimocuarta, novena y vigésima legiones al norte del Támesis y avanzaré por el valle. La mayona de las columnas asaltantes han venido por esa dirección. Mientras tanto, tú volverás a cruzar el río con la segunda y subirás siguiendo la orilla sur. Tienes que fortificar todos los puentes que encuentres a tu paso. Eso significará penetrar en el territorio de los Durotriges, pero de todas formas íbamos a tener que enfrentarnos a ellos en algún momento. Los informes de los servicios de inteligencia dicen que poseen unos cuantos poblados fortificados, algunos de los cuales tendrás que tomar, y tomarlos rápidamente. ¿Crees que podrás hacerlo?

Vespasiano consideró las posibilidades. -No debería acarrear muchos problemas, siempre que disponga de suficiente artillería. Más de la que tengo ahora.

Plautio sonrió.

– Es lo que dicen todos mis legados. -Puede ser, señor. Pero si quiere que tome esos fuertes y vigile los vados del Támesis, me hace falta maquinaria de guerra.

Plautio asintió con un movimiento de la cabeza.

– De acuerdo. Queda anotada tu petición. Veré lo que puedo hacer. Ahora volvamos al plan. El objetivo es cercar a Carataco poco a poco de modo que se vea obligado a presentar batalla o a ir replegándose continuamente, alejándose de nuestras líneas de suministros y del territorio que ya tenemos ocupado. Al final se quedará sin terreno y no tendrá más remedio que enfrentarse a nosotros o rendirse. ¿Alguna pregunta;'

Vespasiano examinó el mapa, proyectando en él los movimientos que el general acababa de describir. Desde el punto de vista estratégico el plan parecía sensato, si bien era cierto que ambicioso, pero la perspectiva de dividir el ejército era preocupante, especialmente cuando no disponían ya de información precisa sobre el número de hombres del reformado ejército de Carataco. No existían garantías de que Carataco no volviera a operaciones más convencionales para enfrentarse a una legión aislada. Si tenía que evitarse que Carataco cruzara el Támesis sin que lo vieran tendría que haber un contingente listo para impedirle el acceso a cualquier lugar por el que pudiera hacerlo, y esa misión le había correspondido a la segunda legión. Vespasiano levantó la vista del mapa.