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Los dos pacientes movieron la cabeza en señal de asentimiento y luego Macro respondió:

– Dile que eso es… esto… muy amable por su parte. Si alguna vez dejamos las legiones estoy seguro de que iremos a verle.

Prasutago sonrió encantado y Vespasiano deshinchó las mejillas y se relajó.

– Bueno -siguió diciendo Macro-, ¿cuándo os vais?

– En cuanto os dejemos -respondió Boadicea.

– ¿A Camuloduno? -No. Regresaremos con nuestra tribu.

– Boadicea bajó la vista a sus manos-. Tenemos que prepararnos para la boda.

– Sa! -asintió Prasutago con alegría al tiempo que apoyaba su manaza en el hombro de Boadicea.

– Entiendo. -Macro esbozó una sonrisa forzada-. Felicidades. Espero que os vaya bien.

– Gracias -le dijo Boadicea-. Eso significa mucho para mí. Reinó un difícil silencio que se fue haciendo más incómodo hasta que Vespasiano se movió.

– Lo siento. Quería decíroslo enseguida. El general os manda saludos a los cuatro. En realidad lo que dijo fue que confía en que la misión que emprendisteis para rescatar a su familia será un modelo de las relaciones entre Roma y sus aliados Iceni. Plautio piensa que ninguna recompensa que pudiera ofreceros haría honor a la importante hazaña que habéis llevado a cabo… En fin, éste era en esencia su mensaje.

Macro le guiñó un ojo a Cato y sonrió con amargura. -Yo creo que lo decía muy en serio -prosiguió Vespasiano-. Lo creo de verdad. Me da miedo reflexionar sobre lo que habría podido ocurrir si los hubieran matado. Toda la invasión hubiera degenerado en un esfuerzo masivo por infligir la venganza contra los Druidas. No es que él lo vaya a reconocer. Y aunque tal vez él no os haya ofrecido una recompensa, sí que me autorizó para tramitar una condecoración y organizar una pequeña modificación de rango.

Vespasiano dejó el atado que llevaba a los pies de la cama de Macro y deshizo los pliegues con cuidado. Primero salieron dos insignias de ébano con incrustaciones de oro y plata, una para Macro y otra para Cato.

Mientras Cato examinaba el medallón con reverencia, su legado siguió desatando el fardo.

– Una última cosa para ti, optio. -De pronto el legado se irguió, sonriendo para sí mismo.

– ¿Señor?

– Nada. Me acabo de dar cuenta de que es la última vez que puedo llamarte así.

Cato frunció el ceño, sin entender nada todavía. Vespasiano retiró el último pliegue de lana para dejar al descubierto un casco, con una cimera transversal, y un bastón de vid.

– Los he cogido esta mañana de los pertrechos -explicó Vespasiano-. En cuanto Plautio confirmó el ascenso. Los pondré allí en la esquina con el resto de tu equipo, si te parece bien.

– No, señor -replicó Cato-. Tráigalos, por favor, señor. Me gustaría verlos.

El legado sonreía cuando se los alcanzó.

– Claro, cómo no. Cato alzó el casco con ambas manos y se lo quedó mirando fijamente, henchido de orgullo y emoción. Tanto era así que tuvo que limpiarse con la manga una lágrima que le humedeció el rabillo del ojo.

– Espero que sea de tu talla -le dijo Vespasiano-. Si no es así lo devuelves al almacén y pides uno que te vaya bien. Dudo que esos administrativos oficiosos te causen muchos problemas de ahora en adelante, centurión Cato.

NOTA DEL AUTOR

Uno de los símbolos de la Britania pre-Romana que más ha perdurado es el enorme complejo de terraplenes de Maiden Castle en Dorset. Impresiona al visitante y suscita una imaginativa empatía hacia los que tuvieron que asaltar unas defensas en apariencia tan inexpugnables. Pero Maiden Castle y otros muchos poblados fortificados no suponían un obstáculo insalvable para las legiones y fueron tomados por asalto y sometidos en un corto espacio de tiempo. Uno se pregunta por qué los Durotriges siguieron confiando en las cualidades defensivas de los poblados fortificados aun cuando éstos estaban siendo destruidos por los Romanos. No era que carecieran de un método más efectivo de desafiar a las legiones. Carataco disfrutaba de un éxito mucho mayor con su táctica de guerrillas. A pesar de tales evidencias, los Durotriges permanecieron concentrados en sus fortalezas cuando la segunda legión cayó sobre ellos. Tal vez la fe ciega en la promesa de una salvación postrera por parte de sus líderes espirituales fue la que los mantuvo allí.

Comparado con los numerosos testimonios de la historia Romana, poco es lo que se sabe de los antiguos Britanos y sus Druidas. Dada la práctica inexistencia de patrimonio escrito, los conocimientos sobre estas gentes nos han llegado a través de la leyenda, las pruebas arqueológicas y los escritos parciales de razas con más literatura. Lo que se puede conjeturar es que a los Druidas se les tenía un enorme respeto y no menos temor. Dominaban los reinos celtas y con frecuencia la gente acudía a ellos en busca de consejo y para que actuaran como mediadores en disputas tribales. Los Druidas eran los custodios del patrimonio cultural y memorizaban gran cantidad de poesías épicas, folclore y precedentes legales que se iban transmitiendo a través de las sucesivas generaciones duídricas. Constituían una especie de aglutinante social entre los pequeños y rebeldes reinos que, en otros tiempos, se expandieron por toda Europa. No es de extrañar que los Druidas fueran el blanco principal de la propaganda Romana y que se los reprimiera duramente cuando los territorios celtas se agregaron al floreciente Imperio Romano.

No obstante, puede ser que los Druidas tuvieran un lado más oscuro si hemos de creer algunas de las antiguas fuentes. Si los sacrificios humanos tuvieron lugar, fue en el contexto de una cultura que se enorgullecía enormemente de reunir y conservar las cabezas de sus enemigos; una cultura que había concebido unos métodos de tortura y ejecución que repugnaban incluso a los Romanos, cuya afición a las matanzas en la arena del circo está bien documentada.

Debido a su dispersión geográfica y sus peculiaridades culturales, los Druidas no formaban un conjunto homogéneo y habrían tenido sus distintas facciones, de manera muy parecida a cómo las religiones contemporáneas están divididas por enfrentadas interpretaciones del dogma. Los Druidas de la Luna Oscura son ficticios, pero representan el sector extremista que existe dentro de cualquier movimiento religioso. Constituyen un intento de corregir la ingenua y nostálgica reinvención de la cultura de los Druidas que desfila por los alrededores de Stonehenge en ciertas épocas del año. Y, al término de esta obra, constituyen también un oportuno recordatorio de los extremos a los que puede llegar el fanatismo religioso.

SIMON SCARROW

12 de septiembre de 2001

NOTA DE LA PRESENTE EDICIÓN DIGITAL

Debido al mal estado del archivo original que se ha corregido ahora, hay frases en que se han debido incorporar palabras dado que no estaban muchas de ellas y de igual modo, haciendo lo posible para no perder el sentido, frases completas que sólo contenían unos caracteres sueltos debieron ser interpretadas tratando de mantener el estilo literario de la traducción.

En este punto, me tomé la libertad de cambiar unas pocas palabras de la traducción, pues se repetían en la misma oración o en la misma frase en varias oportunidades, de modo que si al lector le ha podido molestar tales cambios, le pido perdón, pero se ha tratado de mantener el sentido del buen idioma Castellano y su buen empleo.

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