El fiscal parecía persistir en su actitud algo reacia y Patrik empezó a irritarse. Con voz ya más terminante, le dijo:
– Tenemos entre manos el asesinato de una niña y está en juego otra vida. No es una solicitud que te hago para distraerme, sino el resultado de una reflexión seria. Y la presento convencido de que la investigación lo requiere, de modo que doy por sentado que movilizarás todos los recursos para despachar el asunto lo más rápidamente posible. Quiero una respuesta para ambas solicitudes antes del almuerzo.
Dicho esto, colgó el auricular con la esperanza de que su pequeña explosión no tuviese el efecto contrario y actuase como freno. No le quedaba otro remedio que correr ese riesgo.
Una vez zanjada la cuestión más espinosa, hizo una tercera llamada telefónica. La voz de Pedersen denotaba cansancio:
– Hola, Hedström -lo saludó el forense.
– Buenos días. Parece que has tenido turno de noche.
– Sí, la cosa se complicó de lo lindo a última hora, pero ya empezamos a verle el final. En cuanto termine con el papeleo, podré irme a casa.
– Suena bien -dijo Patrik con cierto remordimiento, pues llamaba para apremiarlo después de un turno al parecer terrible.
– Supongo que quieres preguntar por los resultados de la ceniza hallada en el jersey y el buzo. Resulta que me llegaron ayer tarde, pero la cosa se complicó tanto que… -se lamentó agotado-. ¿Es cierto que el buzo es de tu hija?
– Sí, lo es -respondió Patrik-. Sufrimos un incidente horrible anteayer, pero por suerte a ella no le hicieron ningún daño.
– Vaya, me alegro -aseguró Pedersen-. Claro, comprendo que estés nervioso por conocer el resultado.
– Pues sí, no te lo voy a negar, aunque no esperaba que los tuvieses tan pronto. En fin, ¿qué dicen?
Pedersen carraspeó un poco para aclararse la garganta.
– Pues…, vamos a ver… Sí, no parece que quepa la menor duda. La composición de la ceniza es idéntica a la hallada en los pulmones de la niña.
Patrik respiró aliviado y, al hacerlo, comprendió lo tenso que estaba hacía un instante.
– Es seguro, vamos.
– Sí, es seguro -confirmó Pedersen.
– ¿Habéis podido concretar algo más sobre la procedencia de la ceniza? ¿Si es animal o humana?
– Por desgracia, no podremos determinarlo. Son residuos demasiado dañados, todo está deshecho. Con una muestra mejor conservada, quizá lo habríamos conseguido, pero…
– Estoy esperando una orden de registro y el primer punto de la lista es buscar ceniza. Si encontramos más, te la mando enseguida para que la analicéis. Tal vez hallemos partículas de mayor tamaño -dijo Patrik esperanzado.
– Sí, pero no cuentes con ello -le advirtió Pedersen.
– Yo ya no cuento con nada, pero tengo esperanza.
Patrik golpeteaba impaciente con los pies en el suelo. Una vez terminadas las formalidades y antes de que obtuviesen la documentación, no tenía mucho que hacer. Sin embargo, sabía que no podría pasar dos horas sentado mano sobre mano.
Oyó que, uno tras otro, iban llegando los demás, y resolvió convocar una reunión. Todos debían ser informados de lo que pasaba y seguro que más de uno enarcaría las cejas al oír lo que había puesto en marcha durante la noche y aquella misma mañana.
Y tenía razón, hubo muchas preguntas. Patrik respondió lo mejor que pudo, aunque aún quedaban muchos aspectos por aclarar. Demasiados, a decir verdad.
Charlotte se frotaba los ojos para ahuyentar el sueño. Lilian y ella durmieron en sendas camas del hospital, en una pequeña habitación próxima a la unidad donde atendían a Stig, pero ninguna de las dos logró conciliar bien el sueño. Puesto que Charlotte no se había llevado nada de casa, se acostó con la ropa y, cuando se sentó en la cama y mientras se estiraba, sintió que necesitaba cambiarse.
– ¿Tienes un peine? -le preguntó a su madre, que también se había incorporado en la cama.
– Sí, creo que tengo uno -respondió Lilian rebuscando en el bolso, que parecía bien cargado.
Al cabo de un rato, sacó un peine de las profundidades y se lo dio a su hija.
Charlotte se escrutó en el espejo del baño con mirada crítica. La luz era de una intensidad inexorable y revelaba con toda claridad las profundas ojeras y el cabello alborotado en una disposición extraña y psicodélica. Muy despacio, empezó a peinar los mechones más enredados hasta conseguir un resultado que se aproximaba a su peinado habitual. Al mismo tiempo, todo lo relacionado con su aspecto externo se le antojaba ahora absurdo. Sara flotaba constantemente en el límite de su campo de visión y su recuerdo le tenía el corazón encogido.
Su estómago protestaba de hambre, pero antes de bajar a la cafetería, quería localizar a algún médico que le dijese cómo seguía Stig. Durante la noche, se despertó cada vez que oyó pasos en el pasillo, preparada para recibir la visita de un doctor que, con expresión grave, les diese una mala noticia. Sin embargo, nadie fue a despertarlas, de modo que supuso que la ausencia de novedades era, en este caso, indicio de buenas noticias. De todas formas, quería informarse, así que salió al pasillo preguntándose desorientada dónde buscar al médico. Una enfermera que pasaba por allí le indicó cómo hallar la sala de personal.
Consideró un instante si no debería encender el móvil y llamar a Niclas para preguntar por Albin, pero decidió esperar hasta haber hablado con el médico. Probablemente, padre e hijo aún estarían durmiendo y no quiso arriesgarse a despertarlos, pues sabía que Albin se pasaría todo el día molesto si lo arrancaban del sueño antes de tiempo.
Asomó la cabeza por la puerta que le había indicado la enfermera y tosió discretamente para llamar la atención. Había un hombre alto que hojeaba el periódico mientras tomaba café. Por lo que Niclas le había contado, el que un médico tuviese tiempo de sentarse a leer el periódico era un fenómeno insólito, y se sintió un poco cortada al pensar que lo molestaría. Pero recordó lo que había ido a preguntar y volvió a carraspear un poco más alto. En esta ocasión, el hombre la oyó, alzó la vista y preguntó:
– ¿Sí?
– Verá…, mi padrastro, Stig Florin, ingresó ayer y no sabemos nada desde anoche. Quería preguntar cómo está.
¿Fueron figuraciones suyas o detectó una expresión extraña en el semblante del doctor? En cualquier caso, el hombre se rehízo enseguida y su gesto desapareció tan rápido como había asomado a su rostro.
– Stig Florin. Sí, hemos estabilizado su estado durante la noche y ahora está despierto.
– ¿De verdad? -dijo Charlotte muy contenta-. ¿Podemos pasar a verlo? Mi madre también está aquí.
Una vez más advirtió la misma expresión extraña. Charlotte empezaba a preocuparse pese a lo alentador de la noticia. ¿Le estaría ocultando algo el médico?
Al facultativo parecía costarle contestar:
– Pues…, yo creo que no es muy conveniente. Aún está bastante débil y necesita descansar.
– Ya, pero al menos mi madre podrá entrar a verlo un rato. No creo que resulte perjudicial, más bien al contrario, con lo que se quieren…
– Sí, claro, me lo imagino -respondió el médico-. Pero me temo que deben tener paciencia. En estos momentos, Stig no puede recibir visitas.
– ¿Por qué?
– Tendrán que esperar -dijo el médico bruscamente.
Charlotte empezaba a irritarse. ¿Acaso nadie les enseñaba durante la carrera cómo tratar a los familiares de los enfermos? El comportamiento de aquel hombre rayaba en la impertinencia. Ya podía agradecerle a su buena estrella que fuese ella y no Lilian la que había ido a hablar con él. Si hubiese tratado así a su madre, se le habrían caído las orejas con el sermón. Charlotte, en cambio, era consciente de lo blandengue que podía llegar a ser en ocasiones como aquélla y, en efecto, volvió enseguida al pasillo susurrando una vaga respuesta antes de salir.