La idea lo llenó de pánico e hizo acopio de las fuerzas que le quedaban para producir un sonido con sus cuerdas vocales. En algún lugar lejano, muy lejano, creyó oír un gruñido que tal vez fuese su voz.
Y lo era. Una de las figuras borrosas se le acercó, adquiriendo un contorno cada vez más definido. Un rostro amable de mujer apareció en su campo de visión y Stig entrecerró los ojos para enfocar mejor.
– ¿Dónde? -logró articular con la esperanza de que la mujer comprendiese a qué se refería, como así fue.
– Está en el hospital de Uddevalla, Stig. Lleva aquí desde ayer.
– ¿Vivo? -preguntó con un nuevo esfuerzo.
– Sí, está vivo -sonrió la enfermera de cara redonda y despejada-. Pero ha faltado poco. De todos modos, lo peor ha pasado ya.
De haber podido, se habría echado a reír. «Lo peor ha pasado ya», sí, sí, para ella era fácil decirlo. Ella no sentía el fuego en cada fibra de su cuerpo y el dolor que lo horadaba hasta el esqueleto. Pero al parecer, aún vivía. Con sumo esfuerzo, volvió a mover los labios.
– ¿Esposa?
No consiguió pronunciar su nombre. Le pareció ver una expresión extraña en el rostro de la enfermera, pero se le borró enseguida. Seguramente sería el dolor, que le jugaba malas pasadas.
– Ahora tiene que descansar -le recomendó-. En su momento, podrá recibir visitas.
Stig se conformó con aquella respuesta. El cansancio se adueñó de su cuerpo y él se dejó llevar sin oponer resistencia. No estaba muerto, eso era lo principal. Estaba en el hospital, pero no estaba muerto.
Fueron inspeccionando la casa muy despacio. No podían correr el riesgo de pasar por alto nada, aunque les llevase todo el día. Cuando terminaran, parecería que por allí hubiese pasado un tornado, pero Patrik sabía qué buscaban y estaba seguro de que estaría en algún lugar. No pensaba marcharse hasta haber dado con ello.
– ¿Qué tal va eso?
Se dio la vuelta al oír la voz de Martin en la entrada.
– Vamos por la mitad del sótano, más o menos. Nada por ahora. ¿Y vosotros?
– Pues el ataúd está en camino. Vaya una experiencia surrealista, por cierto.
– Sí, ten por seguro que la escena se te aparecerá tarde o temprano en alguna pesadilla. Yo he tenido un par de ellas con manos de esqueleto que salían del féretro y cosas así.
– ¡Déjalo, anda! -le rogó Martin con una mueca-. ¿Aún no habéis encontrado nada? -le dijo entre preguntando y constatando, a modo de subterfugio para ahuyentar las imágenes que Patrik acababa de evocarle.
– No, nada -respondió Patrik frustrado-. Pero tiene que estar aquí, lo presiento.
– Yo siempre he pensado que tenías un marcado rasgo femenino, así que será eso, intuición femenina -le dijo Martin sonriente.
– Anda, ve a hacer algo de provecho en lugar de dedicarte a insultar mi masculinidad.
Martin le tomó la palabra y fue a buscar un rincón en el que escudriñar.
Patrik se quedó con la sonrisa pintada en el rostro, pero se le borró tan pronto como evocó la imagen del cuerpecito de Maja en las manos de un asesino, y se encolerizó.
Dos horas después empezó a desanimarse. Ya habían registrado toda la planta baja y el sótano, y seguían sin encontrar nada. En cambio, constataron que Lilian era un ama de casa especialmente celosa con la limpieza. Tenían, eso sí, un montón de recipientes que entregar en el laboratorio para que los analizaran. ¿Y si, pese a todo, se equivocaba? Pero recordó el contenido de la cinta de vídeo que había estado viendo una y otra vez la noche anterior y recobró la confianza. No estaba en un error. No podía estarlo. Se hallaba allí. La cuestión era dónde.
– ¿Seguimos por la planta de arriba? -preguntó Martin señalando la escalera.
– Sí, será lo mejor. No creo que se nos haya escapado nada aquí abajo. Lo hemos revisado milímetro a milímetro.
Subieron todos juntos como un pelotón. Niclas había salido de paseo con Albin, de modo que podían trabajar sin ser molestados.
– Yo empezaré por la habitación de Lilian -dijo Patrik.
Entró en el dormitorio que había a la derecha de la escalera y miró a su alrededor. Estaba tan limpio como el resto de la casa y la cama estaba hecha con tal perfección que habría superado la revisión del ejército. Por lo demás, se trataba de una habitación muy femenina. Stig no debía de sentirse muy cómodo allí antes de mudarse. Las cortinas y la colcha tenían volantes y tanto la mesita de noche como el secreter estaban cubiertos con paños de encaje. Había figurillas de porcelana por todas partes y las paredes estaban recubiertas de ángeles de cerámica y de cuadros, también con motivos angelicales. El color dominante era el rosa. Era un ambiente tan pasteloso que Patrik casi sintió náuseas. Le parecía más bien una habitación de la casa de muñecas de una niña pequeña. Una niña de cinco años decoraría así el dormitorio de su madre si le dieran rienda suelta y nadie se lo impidiera.
– ¡Uf! -exclamó Martin cuando asomó la cabeza-. Es como si un flamenco hubiese vomitado aquí dentro.
– Sí, este dormitorio no es buen candidato para salir en la revista Nuevo estilo.
– En tal caso, sería como una imagen previa a la renovación total… -opinó Martin-. En fin, ¿quieres que te ayude con ella? Parece que hay mucho que revisar.
– Sí, por Dios, no quisiera estar aquí más tiempo del necesario.
Empezaron cada uno por un rincón. Patrik se sentó en el suelo para poder inspeccionar mejor la mesilla de noche y Martin abordó la hilera de armarios que cubría toda una pared.
Trabajaban en silencio. La espalda de Martin crujió cuando se agachó en busca de unas cajas de zapatos que había en la última balda de uno de los armarios. Las dejó sobre la cama y se quedó un rato de pie, masajeándose la columna. Tanto traslado de cajas y muebles durante la mudanza había dejado huella en su espalda, y empezó a pensar que tal vez debiera visitar al quiropráctico.
– ¿Qué es eso? -preguntó Patrik alzando la vista.
– Unas cajas de zapatos.
Le quitó la tapadera a la primera de las cajas, examinó el contenido con cuidado y lo volvió a dejar en su lugar antes de taparla
– Un montón de fotografías antiguas, nada más.
Destapó la siguiente y sacó una pequeña caja de madera pintada de azul. La tapadera se había atascado, así que tuvo que tirar con fuerza para quitarla. Al oír su exclamación, Patrik volvió a mirar.
– ¡Bingo!
Patrik sonrió:
– ¡Bingo! -exclamó en tono triunfante.
Charlotte llevaba un buen rato pasando una y otra vez delante del expendedor de caramelos. Y al fin capituló. ¿Cuándo iba a permitirse una un poco de chocolate si no en un momento como aquél?
Introdujo las monedas por la ranura y apretó el botón que haría caer una chocolatina Snickers. Una de las grandes, por si acaso.
Sopesó la posibilidad de engullirla antes de volver, pero sabía que le sentaría mal si se la comía demasiado deprisa. Así que se contuvo y entró en la sala de espera, donde la aguardaba Lilian. Y en efecto, los ojos de su madre recalaron enseguida en la chocolatina que llevaba en la mano antes de dedicarle a Charlotte una mirada acusadora.
– ¿Sabes cuántas calorías tiene una de ésas? Tendrías que perder peso, no ganarlo, y ese trocito de chocolate se asentará en tus posaderas de inmediato. Ahora que por fin has perdido unos kilos…
Charlotte dejó escapar un suspiro. Llevaba toda la vida oyendo la misma cantinela. Lilian nunca permitió que hubiese dulces en casa. Ella misma se contenía siempre y nunca, nunca pesó un gramo de más. Pero quizá por eso era tan tentador, y Charlotte se dedicaba a comer a escondidas. Rebuscaba monedas sueltas en los bolsillos de sus padres. Luego se iba sin decir nada al quiosco del centro para comprar bolas de chocolate y gominolas, y las devoraba con fruición de regreso a casa. De ahí que tuviese sobrepeso ya en primaria. Lilian se ponía furiosa. A veces obligaba a Charlotte a desnudarse, la colocaba ante el espejo y le pellizcaba los michelines sin piedad.