Mary estaba inclinada hacia delante para no perderse una sola palabra. Se había hecho aquellas preguntas tantas veces. Ahora quería oír bien cada silaba.
– A mi no me abandona nadie -repitió Agnes-. Hice lo que tenía que hacer -aseguró y, posando su fría mirada en Mary, añadió-. Tú lo sabes bien, ¿verdad?
Mary apartó los ojos. El monstruo que llevaba dentro se revolvía inquieto. Le dijo con brusquedad:
– Quiero que pongas a mi nombre la casa de Fjällbacka. Pienso mudarme allí.
Agnes pareció dispuesta a protestar, pero Mary se apresuro a añadir:
– Si quieres mantener algún contacto conmigo en el futuro, has de hacer lo que te pido. Si pones la casa a mi nombre, te prometo leer tus cartas y también te escribiré.
Agnes parecía dudar y Mary prosiguió:
– Soy lo único que te queda. Puede que no sea mucho, pero soy lo único que te queda.
Durante unos segundos interminables, Agnes sopesó las ventajas y los inconvenientes reflexionando sobre lo que le convenía más. Al fin, tomó una decisión.
– Bien, de acuerdo. Aunque no comprendo para que quieres ese cuchitril pero si es lo que deseas.
Agnes se encogió de hombros y Mary se sintió muy satisfecha.
Llevaba un año forjando aquel plan. Empezaría desde el principio. Se convertiría en una persona totalmente nueva. Se desharía de ese antiguo yo que llevaba pegado como una vieja capa maloliente. Ya había cursado la solicitud del cambio de nombre, conseguir la casa de Fjällbacka era el segundo paso y ya había comenzado a modificar su aspecto físico. Llevaba un mes sin consumir una sola caloría de más y el paseo diario de una hora también había surtido su efecto. Todo sería distinto. Todo sería nuevo.
Lo último que oyó cuando dejó a Agnes en la sala de visitas fue su pregunta llena de sorpresa.
– ¿Has adelgazado?
Mary no se dignó contestar. Iba camino de convertirse en otra persona.
Al día siguiente, la tormenta amainó y el otoño mostró su mejor cara. Las hojas que sobrevivieron a las ráfagas de viento se mecían ahora cadenciosas, rojas y amarillas, empujadas por una amable brisa. Brillaba un sol que, si bien no daba calor, sí infundía buen humor y neutralizaba la gélida crudeza del aire que antes penetraba la ropa helando y humedeciendo los cuerpos.
Patrik suspiró. Estaba en la cocina de la comisaría y Lilian insistía en negarse a confesar, pese a la cantidad abrumadora de pruebas que tenían contra ella. Pruebas más que suficientes para arrestarla, y aún tenían tiempo de seguir interrogándola.
– ¿Qué tal va la cosa? -quiso saber Annika, que fue a llenar su taza de café.
– Nada bien -admitió Patrik suspirando una vez más-. Es muy tozuda. No suelta prenda.
– ¿Pero necesitamos su confesión? Hay pruebas más que de sobra, ¿no?
– Sí, desde luego -convino Patrik-. Pero no tenemos el móvil. Con un poco de imaginación, se me ocurren varios motivos plausibles para que asesinara a su marido e intentara hacer otro tanto con el segundo. ¿Pero a Sara?
– ¿Cómo supiste que fue ella quien mató a Sara?
– No lo sabía -confesó Patrik-. Pero lo que vas a oír me hizo reparar en un detalle: alguien nos mintió la mañana que Sara desapareció, y ese alguien tenía que ser Lilian.
Puso en marcha la grabadora que tenía sobre la mesa de la cocina. La voz de Morgan llenó la habitación: «Yo no lo hice. No puedo pasarme el resto de mi vida en la cárcel. Yo no la maté. No sé cómo fue a parar su cazadora a mi casa. Cuando se fue a la suya, la llevaba puesta. Por favor, no me deje aquí».
– ¿Lo ves? -preguntó Patrik.
Annika meneó la cabeza:
– No, no lo veo.
– Escúchalo otra vez, presta atención.
Patrik rebobinó la cinta y la puso otra vez.
«Yo no lo hice. No puedo pasarme el resto de mi vida en la cárcel. Yo no la maté. No sé cómo fue a parar su cazadora a mi casa. Cuando se fue a la suya, la llevaba puesta. Por favor, no me deje aquí».
– «Cuando se fue a la suya, la llevaba puesta» -repitió Annika con un hilo de voz.
– Exacto -afirmó Patrik-. Lilian sostenía que Sara salió y no volvió, pero Morgan la vio entrar de nuevo en la casa. Y la única que podía tener motivos para mentir sobre ello era Lilian. De lo contrario, ¿por qué ocultarnos que Sara volvió a casa?
– ¿Cómo mierda puede nadie ahogar a su propia nieta? ¿Y por qué la obligó a comer ceniza? -preguntó Annika, incapaz de comprender.
– Sí, eso es justo lo que me gustaría saber -admitió Patrik con frustración-. Pero ella sonríe sin abrir la boca, ni para confesar ni para defenderse.
– ¿Y el niño? -prosiguió Annika-. ¿Por qué le atacó? ¿Y a Maja?
– Yo creo que lo de Liam fue sólo una maniobra para despistar -respondió Patrik haciendo girar la taza entre las manos-. Creo que fue pura casualidad que le tocase a él. Era un modo de desplazar la atención de su familia y, ante todo, de Niclas, supongo. Y lo de Maja, sospecho que fue una forma de vengarse porque yo estaba investigándola a ella y a su familia.
– Bueno, ya he oído que tuviste mucha suerte al descubrir también el asesinato de Lennart y el intento de asesinato de Stig.
– Sí, por desgracia no puedo decir que fuera pericia. Si no me hubiese puesto a ver el programa Crime Night, jamás lo habríamos descubierto. Pero cuando hablaron del caso de la mujer norteamericana que envenenaba a sus maridos y que a uno de ellos le diagnosticaron en un primer examen el síndrome de Guillain-Barré, se me encendió la bombilla. Erica me había contado que el padre de Charlotte murió de una enfermedad neurológica y pensando en la dolencia de Stig… Dos esposos con los mismos síntomas lo ponen a uno a cavilar. Así que desperté a Erica, que me confirmó que el padre de Charlotte había muerto de Guillain-Barré, según le dijo Charlotte. De todos modos, cuando llamé al hospital no estaba totalmente seguro. Fue un alivio cuando salieron los resultados de los análisis; los niveles de arsénico eran altísimos. Pero me gustaría que nos contara el porqué. Simplemente se niega a hablar -se lamentó pasándose la mano por el cabello con frustración.
– Bueno, ahí no puedes hacer más que intentarlo -le consoló Annika, dispuesta a marcharse.
Pero antes se volvió a Patrik y le preguntó:
– Por cierto, ¿te has enterado de la noticia?
– No, ¿qué noticia? -respondió cansado y con escaso entusiasmo.
– A Ernst lo han despedido definitivamente. Y Mellberg ha reclutado a una chica. Al parecer, lo presionaron de las alturas al constatar el desigual reparto de sexos en esta comisaría.
– Vaya, pobre hombre -rio Patrik-. Esperemos que sea una mujer curtida.
– Bueno, yo no sé nada de ella, así que ya veremos. Creo que se incorpora dentro de un mes.
– Seguro que sale bien -auguró Patrik-. Cualquier cosa es mejor, en comparación con Ernst.
– Sí, desde luego, en eso tienes razón -convino Annika-. Y anímate un poco, hombre. Lo más importante es que tenemos al asesino. El móvil será siempre un secreto entre ella y el Creador.
– Aún no me he dado por vencido -murmuró Patrik.
Y se levantó dispuesto a volver a intentarlo.
Fue a buscar a Gösta y ambos condujeron a Lilian a la sala de interrogatorios. Tenía un aspecto algo ajado tras dos días en el calabozo, pero estaba serena. Salvo la irritación mostrada en la sala de espera del hospital cuando fueron a buscarla, se comportó en todo momento con una total y aparente calma. Nada de lo que dijeron la turbó en ningún momento y Patrik empezaba a dudar de que lo lograsen. Sin embargo, tenía que intentarlo por última vez. Luego se la dejarían al fiscal. Después de todo, tenían pruebas más que suficientes. En cualquier caso, quería que le respondiese sobre Maja. Él mismo estaba impresionado del temple con que había contenido su ira contra ella; se esforzó en todo momento por no perder de vista su objetivo principal. Lo importante era que Lilian fuese condenada y, si era posible, sonsacarle una explicación. Y airear sus sentimientos no habría servido a la causa. Además, sabía que cualquier arrebato por su parte conllevaría que lo apartasen de los interrogatorios inmediatamente. De hecho, todos los ojos estaban puestos en él precisamente por su relación personal con el caso.