Había pasado una semana desde que él y Martin fueron a buscar a Lilian al hospital. Siete días llenos de tanto alivio como frustración. El alivio de haber encontrado al asesino de Sara y la frustración de que dicho asesino aún se negase a explicar por qué.
Patrik descansó las piernas sobre la mesa y se retrepó en el sofá con las manos en la nuca. Aquella última semana pudo pasar más tiempo en casa, lo que tranquilizaba un poco su conciencia. Además, todo empezaba a funcionar mejor. Con una sonrisa, observó a Erica mientras mecía con mano firme el carrito en el que descansaba Maja. También él había practicado su técnica y no le llevaba más de cinco minutos dormir a la pequeña.
Muy despacio, Erica metió el cochecito en el despacho y cerró la puerta. Aquello quería decir que Maja se había dormido y que Erica y él dispondrían de cuarenta minutos de tranquilidad, como mínimo.
– Ya está, ya se ha dormido -declaró ella acurrucándose junto a Patrik en el sofá.
Ya no parecía tan hundida como antes, aunque él aún intuía algún residuo de desánimo los días que Maja estaba especialmente penosa. Sin embargo, todo iba por el buen camino y estaba decidido a contribuir a que la situación siguiese mejorando. El plan surgido hacía una semana había cristalizado y el último detalle quedó zanjado el día anterior con la solícita colaboración de Annika.
Estaba a punto de decir algo cuando Erica se le adelantó:
– ¡Qué espanto! He cometido el error de pesarme esta mañana.
Un denso silencio siguió al comentario y Patrik sintió cierto pánico. ¿No debería decir algo? Entrar en una discusión sobre el peso de su mujer era como acceder a un campo de minas emocional en el que se veía obligado a considerar minuciosamente dónde ponía el pie. Seguían en silencio y adivinó que se esperaba de él algún comentario. Pensó febrilmente en algo adecuado que decir y sintió una extrema sequedad de boca cuando respondió:
– ¿Ah, sí?
Se habría dado de golpes contra la pared. ¿Era eso lo más inteligente que se le podía ocurrir? Sin embargo, por el momento parecía haber sorteado bien las minas y Erica prosiguió con un suspiro:
– Sí, y sigo pesando diez kilos más que antes de quedarme embarazada. La verdad, pensé que bajar de peso iría más rápido.
Con cautela, con suma cautela, fue tanteando para avanzar por terreno seguro:
– Maja aún es muy pequeña. Debes tener paciencia. Estoy seguro de que irán desapareciendo a medida que vayas dándole el pecho. Ya verás, cuando tenga seis meses, los kilos no estarán -remató Patrik conteniendo la respiración mientras esperaba su reacción.
– Sí, supongo que tienes razón -fue la respuesta de Erica, que Patrik acogió con un suspiro de alivio-. Es sólo que me siento tan poco sexy… Me cuelga la barriga, tengo los pechos enormes y siempre están chorreando leche, no paro de sudar, por no hablar del acné que me ha salido de las hormonas…
Se echó a reír, como si lo que acababa de decir fuese una broma, aunque Patrik oyó la desesperación subyacente en su tono de voz. Erica nunca había estado obsesionada por el físico, pero comprendía que debía de resultar difícil aceptar que el cuerpo y el aspecto cambiasen tanto en tan poco tiempo. A él mismo le costaba reconciliarse con la barriga cosechada desde que vivía en pareja: había crecido a medida que crecía la de Erica y tampoco se había reducido especialmente desde que nació Maja.
Por el rabillo del ojo, vio que ella se secaba una lágrima y de pronto supo que no encontraría un momento mejor.
– No te muevas de ahí -le dijo con repentino entusiasmo levantándose del sofá de un salto.
Erica lo miró inquisitiva, pero le hizo caso. Patrik sentía sus ojos clavados en la espalda mientras él revolvía en sus bolsillos hasta encontrar algo que escondió antes de volver a su lado.
Con una graciosa reverencia, se arrodilló ante ella y le tomó la mano respetuosamente. Vio que ya se la había ganado y esperaba que el brillo de sus ojos fuese fruto de la alegría. En cualquier caso, Erica parecía ansiosa. Carraspeó para aclararse la garganta pues, de repente, le fallaba la voz.
– Erica Sofía Magdalena Falck, ¿estarías dispuesta a hacer de mí un hombre decente y casarte conmigo?
No aguardó la respuesta, sino que, con mano trémula, sacó la cajita que había guardado en el bolsillo trasero del pantalón. Con cierta dificultad, abrió la tapa forrada de terciopelo azul con la esperanza de que Annika y él, tras sumar sus esfuerzos, hubiesen logrado dar con un anillo que le gustase.
Ya notaba que le dolía un poco la espalda de tanto como llevaba allí de rodillas y el prolongado silencio empezaba a resultar un tanto preocupante. Cayó en la cuenta de que no se le había pasado por la cabeza la posibilidad de que ella dijera que no, y ahora lo invadió una sensación bastante desagradable que lo llevó a desear no haber sido tan decidido.
Pero entonces la cara de Erica se iluminó en una amplia sonrisa acompañada de abundantes lágrimas. Reía y lloraba al mismo tiempo y extendió el dedo anular para que Patrik le pusiera el anillo.
– ¿Eso es un sí? -preguntó él sonriente.
Ella asintió sin decir nada.
– Y ya sabes tú que sólo le pediría matrimonio a la mujer más hermosa del mundo -dijo con la esperanza de que ella supiese oír la sinceridad de sus palabras y que no pensase que estaba exagerando.
– Eres…, eres un… -respondió al fin, buscando el adjetivo adecuado-. ¿Sabes?, a veces atinas exactamente con lo que hay que decir y cuándo. No siempre, sólo a veces.
Se inclinó y le dio un beso largo y cálido, al cabo del cual se enderezó en el sofá para admirar su nuevo anillo.
– Es magnífico. No me creo que lo hayas elegido tú solo.
Por un instante se sintió ofendido por la falta de confianza en su gusto y le dieron ganas de decirle que sí, que por supuesto que lo había elegido él. Pero luego cambió de idea, pues Erica tenía razón.
– Bueno, Annika me acompañó como consejera. O sea que te gusta, ¿no? ¿Seguro? ¿No quieres cambiarlo? No hice que lo grabaran hasta que lo hubieras visto, por si no te gustaba.
– Me encanta -dijo Erica emocionada y él supo que decía la verdad.
Ella le dio otro beso, aún más largo y apasionado…
El timbre del teléfono los interrumpió. Patrik se irritó muchísimo. ¡Habrase visto cosa más inoportuna! Se levantó y contestó de un modo algo más áspero que de costumbre.
– Aquí Patrik.
Mientras escuchaba fue volviéndose hacia Erica. Ella seguía sentada, sonriendo y admirando su hermoso anillo, y cuando vio que él la miraba, le sonrió con más entusiasmo aún. Pero luego fue muriendo su sonrisa al ver que Patrik no le correspondía.
– ¿Quién es? -le preguntó algo angustiada.
El adoptó un semblante grave al contestar:
– Es la policía de Estocolmo. Quieren hablar contigo.
Muy despacio, se levantó y cogió el auricular.
– Sí, soy Erica Falck.
Mil sospechas resonaban en aquella sencilla frase.
Patrik la observaba tenso mientras ella escuchaba al policía. Con una expresión de incredulidad, se volvió a Patrik:
– Dicen que Anna ha matado a Lucas.
Después el auricular se le cayó de las manos. Patrik llegó justo a tiempo de sujetar a Erica antes de que se desplomase en el suelo.
CAMILLA LÄCKBERG
Nacida en 1974 en un pequeño pueblo de la costa oeste de Suecia, en Fjällbacka, Camilla Läckberg estudió marketing y trabajó durante un tiempo en una empresa antes de dedicarse en exclusiva a la literatura. Está casada, tiene una hija y vive actualmente en Estocolmo.
La princesa de hielo es su primera novela, y gracias al éxito que consiguió con ella ya ha escrito cuatro obras más con los mismos protagonistas. Sus novelas transcurren en el pueblo donde nació la autora. Dibuja finamente el retrato de la sociedad cerrada de una pequeña ciudad, en la que todos lo saben todo de todo el mundo, pero en la cual las apariencias son fundamentales.