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Comprobó mentalmente que todos estaban allí salvo Martin y, justo cuando iba a preguntar por él, el colega entró sin resuello.

– Perdonad el retraso. Annika me llamó para decirme que había reunión y yo había ido a…

Patrik lo hizo callar.

– Ya nos lo explicarás después. Tengo algunas novedades que debemos repasar juntos.

Martin asintió y se sentó a la mesa mirando a Patrik con curiosidad.

– Hemos recibido los resultados de los análisis del estómago y los pulmones de Sara. Encontraron algo extraño.

Se mascaba la tensión en el ambiente y el propio Mellberg miró atento a Patrik. Incluso por una vez, Ernst y Gösta parecieron interesados. Annika iba tomando notas con las que, después de la reunión, redactaría un informe para cada uno.

– Alguien la obligó a tragar ceniza.

Si se hubiese caído al suelo un botón, habría sonado como un trueno: tal era el silencio reinante.

Entonces, Mellberg se aclaró la garganta.

– ¿Ceniza? ¿Ha dicho ceniza?

Patrik asintió.

– Sí, estaba tanto en el estómago como en los pulmones. Según la teoría de Pedersen, alguien la obligó a tragar ceniza mientras estaba en la bañera. La ceniza cayó al agua y, cuando la ahogaron, le entró en los pulmones.

– ¿Pero por qué? -preguntó Annika atónita, olvidando sus notas por un instante.

– Esa es la cuestión. Y otra cuestión es si ese dato puede hacernos avanzar de algún modo. Ya he llamado para solicitar un reconocimiento del baño de la familia Florin. Donde quiera que encontremos ceniza, tendremos el lugar del crimen.

– ¿Tú crees de verdad que alguien de la familia…? -Gösta no concluyó su pregunta.

– Yo no creo nada -atajó Patrik-. Pero si aparece otro posible escenario del crimen, también lo reconoceremos exhaustivamente, siempre que la búsqueda de esta tarde no dé ningún resultado. La casa de los Florin sigue siendo el último lugar en que se la vio, así que podemos empezar allí.

– ¿Usted qué dice, Bertil?

Era una pregunta retórica, pues Mellberg no se había interesado en la investigación lo más mínimo hasta el momento, pero todos sabían que apreciaba tener la ilusión de ser el que mandaba.

Mellberg asintió.

– Parece una buena idea. ¿Pero no debería haberse efectuado ya una inspección técnica de su casa?

Patrik tuvo que contenerse para no fruncir el ceño. Ya había tenido bastante con que Ernst hiciera la misma observación un rato antes como para ahora verse obligado a oír lo mismo de Mellberg; se sentía aún peor. Pero, claro, era fácil decirlo a toro pasado. Para ser sincero, hasta el momento no habían tenido ninguna razón plausible para efectuar más que un reconocimiento superficial de la casa de los Florin, así que ni siquiera creía que hubiesen podido conseguir la autorización. No obstante, optó por no mencionar ese detalle. En cambio, respondió de la forma más neutra posible:

– Puede, pero yo creo que es mejor momento ahora que tenemos algo concreto que buscar. En cualquier caso, el equipo de Uddevalla se presentará en la casa hacia las cuatro. Yo pensaba ir y participar en la inspección y, Martin, quisiera que me acompañaras si tienes tiempo.

Patrik miró de reojo a Mellberg al decir aquello. Esperaba que no se empecinase en colgarle a Ernst. Tuvo suerte. Mellberg no dijo nada. Tal vez ya no le importaba.

– Sí, sí puedo ir contigo.

– Bien. La reunión ha terminado, pues.

Annika acababa de abrir la boca para contarles lo de la llamada, pero habían empezado ya a levantarse, de modo que decidió dejarlo. Después de todo, Patrik tenía la nota y seguramente se encargaría de ello lo antes posible.

Y, en efecto, en el bolsillo trasero del pantalón llevaba Patrik la nota manuscrita. Totalmente olvidada.

Stig oyó los pasos subiendo los peldaños y se armó de valor. Había oído las voces de Niclas y Lilian al pie de la escalera y comprendió que estaban hablando de él. Sentía como si mil cuchillos le perforasen el estómago, pero cuando Niclas entró en la habitación, Stig mostró una expresión impasible, inexpresiva. Llevaba grabada en la retina la imagen de su padre en el hospital, indefenso, diminuto, consumiéndose en la fría y aséptica cama, y volvió a prometerse a sí mismo que a él no le pasaría algo así. Aquello era sólo algo transitorio. Se le había pasado en ocasiones anteriores y también se le pasaría esta vez.

– Lilian dice que hoy estás peor -dijo Niclas sentándose en el borde de la cama con expresión de preocupación profesional.

Stig vio que tenía los ojos enrojecidos. Y no era raro que el muchacho llorase. Ningún ser humano debería verse en situación de sufrir lo que él estaba sufriendo: perder a un hijo. El propio Stig echaba tanto de menos a la pequeña que le dolía. Comprendió que Niclas esperaba una respuesta.

– Bah, ya sabes cómo son las mujeres. ¡Todo lo exageran! Debe de ser que he adoptado una mala postura esta noche, pero ahora me siento mejor -aseguró apretando los dientes por el dolor.

Le costaba no dejar ver cuánto sufría. Niclas lo observó suspicaz y sacó sus instrumentos de un maletín muy desgastado.

– No sé si creerte, pero para empezar, te tomaré la tensión y alguna que otra cosa. Y ya veremos.

Le colocó el tensiómetro alrededor del brazo enflaquecido y fue bombeando hasta que estuvo tenso. Observó las agujas mientras bajaban y, finalmente, retiró el aparato.

– La alta quince, la baja ocho, no está tan mal. Desabróchate la camisa para que te ausculte el pecho, anda.

Stig obedeció y empezó a desabotonar la prenda con sus dedos rígidos y reacios. El frío del estetoscopio contra el pecho lo hizo contener la respiración y Niclas le dijo secamente:

– Respira hondo.

Le dolía cada vez que respiraba, pero hizo lo que Niclas le pedía recurriendo a toda su fuerza de voluntad. Después de escuchar un rato, Niclas se quitó el estetoscopio y miró a Stig a los ojos.

– Bueno, la verdad es que no tengo nada concreto por lo que guiarme, pero, si estás peor, debes decirlo. ¿No crees que sería mejor que pasaras un examen a fondo? En el hospital de Uddevalla pueden hacerte algunas pruebas que nos digan si hay algo que no anda bien y que yo no veo así sin más.

Con resuelta vehemencia, Stig mostró su oposición a tal propuesta.

– Que no, ahora me encuentro bastante bien, de verdad. Es totalmente innecesario gastar tiempo y dinero en mí. Será una de esas bacterias dañinas, seguro que no tardo en recuperarme.

– Ya ha ocurrido antes, ¿no? -se le escapó un deje suplicante.

Niclas meneó la cabeza suspirando.

– Bueno, no digas que no te lo advertí. Cuando el cuerpo avisa de que algo no anda bien, todas las precauciones son pocas. Pero, claro, no puedo obligarte. Es tu salud, tú decides. Aunque no me hace ninguna ilusión enfrentarme a Lilian ahora, te lo aseguro. Estaba a punto de llamar a la ambulancia cuando llegué.

– Sí, mi Lilian es una auténtica cascarrabias -dijo Stig con una risotada que una punzada en el estómago acalló enseguida.

Niclas cerró el maletín y dedicó a Stig una última mirada recelosa.

– ¿Me prometes que avisarás si hay algo?

Stig asintió.

– Desde luego.

En cuanto oyó los pasos de Niclas escaleras abajo, volvió a tumbarse retorcido de dolor. Pronto se le pasaría. Con tal de evitar el hospital. Debía evitarlo a cualquier precio.

El rostro de Lilian dejó ver un amplio registro de sentimientos al abrir la puerta. Patrik y Martin estaban allí, seguidos de un equipo de técnicos compuesto de tres personas; para ser exactos, dos hombres y una mujer.

– ¡Vaya! ¿A qué viene este despliegue?

– Tenemos una orden de registro para examinar su cuarto de baño.

A Patrik le costaba mirarla a los ojos. Era curioso lo a menudo que ciertas tareas de su profesión lo hacían sentirse como un cerdo.

Mientras los observaba, la mirada de Lilian era dura como el granito. Sin embargo, tras unos segundos de silencio, se hizo a un lado para dejarlos pasar.