Niclas no se inmutó. Estaba totalmente apagado y le temblaban las manos, que tenía cruzadas sobre la mesa.
– ¿No quiere saber de qué tipo de información se trata? -intervino Martin con amabilidad.
Niclas tampoco respondió en esta ocasión.
– Bien, en ese caso se lo diremos nosotros -prosiguió Martin cediéndole la palabra a Patrik.
Éste se aclaró la garganta.
– En primer lugar, resulta que la información que nos dio sobre su coartada para el lunes por la mañana no es cierta.
Al oír esto, Niclas alzó la vista por primera vez. Patrik creyó ver un atisbo de asombro que desapareció enseguida. A falta de una reacción verbal por su parte, continuó.
– La persona que le proporcionó la coartada ha desmentido su declaración. Hablando en plata: Jeanette nos ha contado que no estuvo con ella, como usted decía, y, además, que le pidió que mintiera al respecto.
Niclas seguía sin reaccionar. Se diría que se había desprendido de todo sentimiento y sólo había quedado un gran vacío en su lugar. No mostraba ni ira, ni asombro, ni consternación, ni ninguna de las reacciones que Patrik esperaba. Calló a la espera de una respuesta, pero Niclas persistía en su silencio.
– ¿No quiere hacer ningún comentario sobre ese particular? -sugirió Martin.
Niclas negó con la cabeza.
– Si ella lo dice.
– Tal vez quiera contarnos dónde pasó esas horas.
Niclas respondió encogiéndose de hombros. Después, dijo en voz baja:
– No tengo intención de pronunciarme en absoluto. Ni siquiera comprendo por qué estoy aquí ni por qué me hacen esas preguntas. Es mi hija la que ha muerto, ¿por qué iba yo a hacerle daño? -alzó la vista y miró a Patrik.
Éste vio en sus palabras una introducción idónea para su siguiente pregunta.
– Quizá porque tiene por costumbre hacer daño a sus hijos. Por ejemplo, a Albin.
Niclas dio un respingo y, boquiabierto, clavó sus ojos en Patrik. La primera expresión de algún sentimiento se manifestó en forma de un leve temblor del labio inferior.
– ¿Qué quiere decir? -preguntó Niclas inseguro, mirando ya a Patrik, ya a Martin.
– Lo sabemos -dijo Martin con tranquilidad, mientras hojeaba con un gesto elocuente los documentos que tenía ante sí.
Había sacado copias de los partes, de modo que tanto él como Patrik tenían un juego.
– ¿Qué es lo que creen saber? -preguntó Niclas con un leve tono de desacuerdo, aunque sin poder evitar echar una que otra ojeada a los documentos que Martin tenía delante, sobre la mesa.
– Albin ha sido tratado de diversos tipos de lesiones en trece ocasiones -apuntó Patrik-. Como médico, ¿qué opina usted de eso? ¿Qué conclusión sacaría si alguien acudiese al hospital con un niño trece veces, por quemaduras, fracturas y cortes?
Niclas apretó los labios. Patrik continuó:
– Además, ustedes no han acudido siempre al mismo centro. Habría sido tentar la mala suerte, ¿verdad? Pero si reunimos todos los partes que existen en el hospital de Uddevalla y los centros de salud de los alrededores, tenemos un total de trece visitas. ¿Acaso Albin es un niño propenso a sufrir accidentes?
Niclas seguía sin pronunciarse. Patrik observó sus manos. ¿Serían capaces de hacerle daño a un niño?
– Tal vez exista una explicación para ello -intervino Martin insidioso-. Quiero decir, comprendo perfectamente que a veces uno no puede más. Ustedes los médicos trabajan demasiadas horas y están agotados y estresados. Además, Sara exigía mucho tiempo y atención, y con ella y un bebé, cualquiera se viene abajo. Todas esas frustraciones contenidas en busca de una vía de escape… Después de todo, sólo somos personas, ¿verdad? Y eso podría explicar por qué no ha habido más partes de «accidentes» desde que llegaron a Fjällbacka: ayuda con la intendencia, un trabajo menos estresante… De pronto, todo resultaba más llevadero. Ya no hay necesidad de dar rienda suelta al sentimiento de fracaso.
– No sabe nada de mi vida, no se haga el listo -dijo Niclas con inesperada virulencia, la mirada siempre fija en la mesa-. Y no pienso hablar con ustedes sobre ese asunto, de modo que ya pueden ir dejando el rollo psicológico.
– O sea que no tiene nada que decir sobre esto, ¿no? -insistió Patrik blandiendo su juego de partes médicos.
– No, ya se lo he dicho -respondió Niclas, que seguía escrutando la mesa con insistencia.
– Comprenderá que tenemos que entregar esta documentación a Asuntos Sociales, ¿verdad? -le anunció Patrik inclinándose sobre la mesa.
Una vez más, advirtió aquel leve temblor en los labios de Niclas.
– Hagan lo que crean conveniente -repuso con la voz sombría-. ¿Piensan retenerme aquí o puedo irme ya?
Patrik se levantó.
– Puede irse. Pero volveremos a interrogarle.
Acompañó a Niclas a la salida; ninguno de los dos hizo amago de despedirse con un apretón de manos.
Patrik volvió a la sala de interrogatorios, donde lo aguardaba Martin.
– ¿Qué opinas? -preguntó éste.
– La verdad, no lo sé. Para empezar, esperaba que reaccionase de alguna manera.
– Sí, era como si estuviese totalmente apartado del mundo. Pero supongo que puede deberse al dolor por la muerte de su hija, que se manifiesta de ese modo. Según dijiste, se entregó al trabajo como si nada hubiese ocurrido y, además, tuvo que hacerse el fuerte en casa cuando Charlotte se vino abajo. Si ahora ella ha recobrado la presencia de ánimo, puede que él haya dado rienda suelta a su dolor. Lo que quiero decir, en realidad, es que no creo que podamos partir de la base de que él sea culpable de nada pese a su extraño comportamiento. Sus circunstancias son bien especiales.
– Tienes razón -admitió Patrik con un suspiro-. Pero hay hechos que no podemos ignorar. Le pidió a Jeanette que mintiese sobre su coartada y aún no sabemos dónde estuvo. Y si estos partes médicos no son una prueba de que Albin ha sido víctima de malos tratos, es que nací ayer. Y… si yo tuviera que adivinar quién es el probable autor, apostaría por Niclas sin vacilar.
– Entonces, ¿mandamos una denuncia a Asuntos Sociales como dijiste? -quiso saber Martin. Patrik parecía dudar.
– Deberíamos hacerlo ya, pero algo me dice que será mejor que esperemos un par de días, hasta que sepamos algo más.
– Bueno, tú mandas -dijo Martin-. Espero que sepas lo que haces.
– Si quieres que te sea sincero, no tengo ni idea -confesó Patrik con media sonrisa-. Ni pajolera idea.
Erica se sobresaltó cuando llamaron a la puerta. Maja estaba tumbada en su manta mientras ella se había dejado caer en uno de los sofás, abandonada al duermevela a que la obligaba el agotamiento. Se levantó presurosa y fue a abrir la puerta. Cuando vio quién era, enarcó las cejas sorprendida.
– Hola, Niclas -lo saludó, aunque sin hacer amago de invitarlo a pasar.
Jamás se habían visto más que de pasada y Erica se preguntaba cuál sería la razón por la que iba a verla.
– Hola -respondió Niclas vacilante, antes de volver a guardar silencio.
Tras unos momentos que a ambos se les hicieron eternos, él añadió:
– ¿Puedo entrar? Necesito hablar contigo.
– Claro -respondió Erica aún perpleja-. Entra y siéntate mientras yo preparo un café.
Ella fue a la cocina mientras él se quitaba el abrigo. Luego cogió a Maja, que había empezado a lloriquear en el suelo, y antes de sentarse ante la mesa de la cocina, sirvió el café con la mano que le quedaba libre.
– Eso me suena -dijo Niclas entre risas al tiempo que se sentaba frente a Erica-. Esa capacidad que desarrollan las madres para hacerlo todo con la misma soltura, tengan o no las dos manos libres. No comprendo cómo os las arregláis.
Erica le sonrió. Resultaba increíble ver cómo cambiaba el rostro de Niclas cuando reía. Sin embargo, el marido de su amiga no tardó en adoptar de nuevo una expresión grave y su rostro volvió a parecer sombrío.