– Sí, Kaj, claro que tienes razón -respondió Monica bajando la mirada, consciente de que la retirada era la mejor defensa cuando su marido se ponía así.
Lilian Florin era para él lo que una capa roja para un toro, y era imposible hablar con Kaj de razón y sentido común cuando ella salía a relucir en la conversación. Aunque Monica no podía por menos de admitir que no era sólo culpa de Kaj que hubiesen tenido tantas disputas. Lilian no era fácil de tratar y, si los hubiera dejado en paz, jamás habrían acabado así. Sin embargo, los llevó a los tribunales por una división de parcelas que estaba lejos de ser errónea, por un sendero que cruzaba su jardín por la parte trasera de la casa, por un pequeño cobertizo que, según ella, estaba construido demasiado cerca de su propiedad y, desde luego, por el hermoso abedul que se vieron obligados, a talar hacía dos años. Y todo empezó cuando comenzaron a construir la casa en la que ahora vivían. Kaj acababa de vender su empresa de material de oficina por varios millones y decidieron jubilarse anticipadamente, vender la casa de Gotemburgo y establecerse en Fjällbacka, donde siempre habían pasado los veranos. Sin embargo, no fue mucha la paz de que gozaron desde su llegada. Lilian opuso mil objeciones a las obras y organizó listas de protesta y reclamaciones para intentar impedirlas. Al no lograr detenerlas, empezó a discutir con ellos por todo lo que se le ocurría. En combinación con el temperamento irritable de Kaj, la disputa entre vecinos fue aumentando más allá de todo lo razonable. El balcón que habían construido los Florin era la última arma en la batalla, pero el que pareciese que los Wiberg podían ganar el juicio le proporcionaba a Kaj una ventaja que él se complacía en utilizar.
Kaj susurraba indignado mientras miraba desde detrás de la cortina.
– Ahora acaban de salir de la casa dos muchachos, se han sentado en el coche de policía. Ya verás como vienen y llaman a nuestra puerta en cualquier momento. Bueno, sea lo que sea, oirán lo que ha pasado en realidad. Y Lilian Florin no es la única que puede poner una denuncia. ¿No gritaba improperios por encima del seto hace dos días amenazándome con que tendría mi merecido? Amenazas ilícitas, creo que se llama eso. Yo creo que eso está penado con la cárcel…
Kaj se relamió de excitación ante la inminente lucha y ya se armaba para el combate.
Monica lanzó un suspiro, se retiró a su lugar en el sofá de la sala de estar, cogió una revista y empezó a leer. Ya no tenía fuerzas para implicarse.
– ¿No crees que deberíamos ir y hablar con la amiguita ahora mismo? Ya que estamos aquí…
– Sí, claro -suspiró Patrik mientras metía la marcha atrás.
En realidad, no tenía sentido coger el coche, sólo tenían que ir unos metros más allá, a la derecha; pero no quería bloquear la salida del garaje de los Florin por si el padre de Sara regresaba.
Con expresión grave, llamaron a la puerta de la casa azul, la tercera más allá. Abrió la puerta una niña aproximadamente de la misma edad que Sara.
– ¡Hola! ¿Tú eres Frida? -preguntó Martin con voz amable.
La niña asintió y se apartó para dejarlos pasar. Y allí estuvieron un rato, sin saber qué hacer, mientras Frida los observaba desde debajo del flequillo. Algo incómodo, Patrik le preguntó:
– ¿Está tu mamá en casa?
La niña no pronunció una palabra, sino que echó a correr por el pasillo y giró a la izquierda, hacia lo que Patrik supuso era la cocina. Se oyó un murmullo y apareció una mujer morena de unos treinta años. Con mirada nerviosa e inquisitiva, observaba a los dos hombres que aguardaban en su vestíbulo. Patrik cayó en la cuenta de que no sabía quiénes eran.
– Somos de la policía -explicó Martin, que también lo advirtió-. ¿Podríamos entrar y hablar a solas en algún lugar? -preguntó mirando a Frida.
La mujer palideció al pensar por qué la policía no consideraba adecuado que su hija oyese lo que tenían que decirle.
– Frida, vete a jugar a tu habitación.
– Pero, mamá… -protestó la niña.
– Sin rechistar, vamos. Vete a tu habitación y quédate allí hasta que te llame.
La niña parecía animada a insistir, pero el timbre de acero que resonó en la voz de la madre le indicó que no iba a ganar aquella batalla. Disgustada, se fue arrastrando los pies escaleras arriba y, de vez en cuando, arrojaba una mirada amenazadora a los adultos para ver si habían cambiado de opinión. Nadie se movió hasta que llegó al último escalón y oyeron cerrarse la puerta de su habitación.
– Podemos ir a la cocina.
La mujer los guió hasta una amplia y agradable cocina donde se veía que ya había comenzado a preparar el almuerzo.
Se estrecharon la mano educadamente y se presentaron antes de sentarse a la mesa. La madre de Frida empezó a sacar tazas del armario, sirvió café y pastas en una bandeja. Patrik vio que le temblaban las manos mientras trajinaba y comprendió que quería retrasar el momento de saber qué los había llevado allí. Pero, finalmente, no había vuelta atrás y la mujer se dejó caer pesadamente en la silla que había frente a ellos.
– Algo le ha ocurrido a Sara, ¿verdad? Si no, ¿por qué iba Lilian a llamar y a colgar como lo hizo?
Patrik y Martin guardaron silencio unos segundos, pues ambos deseaban que empezase el otro, y la confirmación que su silencio significaba hizo aflorar el llanto a los ojos de Veronika.
Patrik se aclaró la garganta.
– Sí, por desgracia debo comunicarle que Sara apareció ahogada esta mañana.
Veronika contuvo la respiración, pero no dijo nada.
Patrik prosiguió:
– Parece un accidente, pero queremos hacerle unas preguntas para ver si averiguamos cómo ocurrió exactamente.
Miró a Martin, que estaba preparado con el bloc y el bolígrafo.
– Según Lilian Florin, hoy Sara tendría que haber venido aquí a jugar con su hija Frida. ¿Era algo que las niñas hubiesen acordado de antemano? Además, es lunes, de modo que ¿por qué no estaban en el colegio?
Veronika tenía la vista clavada en la mesa.
– Las dos estuvieron enfermas el fin de semana, así que Charlotte y yo decidimos que se quedasen en casa, pero no nos pareció mal que jugasen un rato. Sara iba a venir por la mañana.
– Pero no lo hizo.
– No, no vino.
Veronika no continuó y Patrik se vio obligado a seguir preguntando para obtener más detalles.
– ¿No le extrañó que no apareciese? ¿Por qué no llamó para saber de ella, por ejemplo?
Veronika vaciló unos segundos.
– Sara es un poco…, ¿cómo decirlo…?, especial. Hacía más o menos lo que le daba la gana. No era la primera vez que no aparecía, pese a que así lo hubiéramos acordado. De repente se le ocurría que quería hacer otra cosa. Las niñas se han enemistado de vez en cuando por ese motivo, creo, aunque yo no he querido mezclarme. Tengo entendido que Sara tiene uno de esos problemas con las letras y, claro, no hay que empeorar las cosas…
Mientras hablaba, la mujer rompía una servilleta en trocitos que iba acumulando en una pequeña montaña blanca.
Martin alzó la vista del bloc con el ceño fruncido.
– ¿Un problema con las letras? ¿A qué se refiere?
– Sí, ya sabe, eso que ahora parece que tiene un niño de cada dos: DAMP [1], TDAH [2], síndrome de Rett y todos esos nombres que le dan.
– ¿Qué le hace pensar que Sara tenía ese problema?
Veronika se encogió de hombros.