A partir de aquel día, Arne le prohibió volver a mencionar el nombre de Niclas. Su hijo tenía entonces diecisiete años.
Asta bajó con cuidado de la silla; llevaba las cortinas en el regazo. Últimamente le rondaban por la cabeza unas ideas tan raras… Y seguramente no sería casualidad que los recuerdos de aquel día le hubiesen venido a la mente justo ahora. La muerte de la pequeña había activado tantos sentimientos, tantas cosas que ella llevaba años intentando olvidar… La conciencia de todo lo que había perdido a causa de la tozudez inconmovible de Arne empezó a despertarle sentimientos que le complicarían la existencia. En cualquier caso, el hecho de haber ido al centro médico a ver a su hijo significaba que empezaba a cuestionar lo que tantos años llevaba dando por supuesto. ¿Quién sabía? Pudiera ser que Arne no lo supiese todo. Pudiera ser que Arne no fuese necesariamente la persona que debía decidirlo todo por todos y también por ella. Tal vez ella misma pudiese empezar a tomar sus propias decisiones. Eran ideas inquietantes que por el momento prefirió dejar a un lado. Ahora tenía unas cortinas que lavar.
Patrik llamó a la puerta con gesto profesional y resuelto mientras se esforzaba por mantener una expresión neutral. Sin embargo, sentía un asco insoportable que le subía del estómago y le dejaba un repugnante sabor de boca. Aquello era lo peor de lo peor. El tipo de persona más asqueroso que podía imaginar. El único consuelo, algo que jamás se atrevería a decir en voz alta era que, una vez que estaban entre rejas, su vida en prisión no resultaba nada fácil. Los pederastas eran los últimos de la escala y se los trataba según ese orden. Con toda la razón.
Oyó los pasos que se acercaban a la puerta y se retiró unos centímetros. Martin se movió tenso a su lado. Detrás de ambos, aguardaban unos colegas de Uddevalla. Entre otros, algunos que poseían conocimientos de valor incalculable en este tipo de casos: los expertos informáticos.
Se abrió la puerta y allí apareció la figura delgada de Kaj. Como siempre, correctamente vestido. Patrik se preguntó si no tendría ropa cómoda de la que uno solía usar en casa. Él se ponía los pantalones de un viejo chándal y una camiseta en cuanto volvía del trabajo.
– ¿Y ahora qué pasa? -preguntó Kaj asomando la cabeza por la puerta. Frunció el ceño al ver los dos coches de policía aparcados ante su casa-. ¿Es necesario anunciar vuestra visita de este modo tan llamativo? Seguro que la bruja de la vecina está frotándose las manos de satisfacción. Si tenían alguna pregunta que hacer, podrían haber llamado por teléfono o, al menos, mandar a un policía, no un pelotón entero.
Patrik lo observó pensativo, preguntándose si aquel nutrido grupo de policías uniformados no despertaba en él la menor sospecha de haber sido descubierto o si, simplemente, sabía fingir muy bien. En fin, no tardarían en comprobarlo.
– Tenemos una orden de registro. Y, además, tendrá que acompañarnos a comisaría para que lo interroguemos.
Patrik adoptó el tono más formal de que fue capaz, sin revelar ninguno de sus sentimientos.
– ¿Una orden de registro? ¡Pero qué demonios! ¿Otra vez cosa de esa vieja bruja? Se va a enterar…
Kaj dio un paso hacia la escalinata, dispuesto a ir a casa de los Florin. Patrik alzó la mano para disuadirlo y Martin se colocó ante el vano de la puerta, bloqueándole la salida.
– Esto no tiene nada que ver con Lilian Florin. Disponemos de cierta información que lo relaciona con la pornografía infantil.
Kaj quedó petrificado. Patrik comprendió que antes no había fingido, sino que, verdaderamente, no se había imaginado esa posibilidad. Kaj balbuceó una respuesta en un intento de recobrar la serenidad.
– Pero, pero qué…, ¿qué dice, hombre?
Su protesta sonó vana y la sorpresa lo dejó fuera de juego.
– Lo dicho, tenemos una orden de registro y si es tan amable de acompañarnos a uno de los coches, pensamos continuar esta conversación en comisaría, tranquilamente.
El asco que sentía obligaba a Patrik a tragar saliva sin cesar. En realidad, tenía ganas de abalanzarse sobre Kaj y zarandearlo preguntándole cómo, por qué, qué era lo que tanto lo atraía de los niños que no encontrase en una relación con un adulto. Pero ya llegaría el momento de hacerle esas preguntas. Ahora lo más importante era encontrar pruebas.
Kaj parecía paralizado por completo y, sin responder y sin coger ningún chaquetón, bajó la escalinata y se sentó dócilmente en el asiento trasero de uno de los coches.
Patrik se dirigió a los colegas de Uddevalla.
– Nos lo llevamos para empezar a interrogarlo. Haced lo que tengáis que hacer y llamad si encontráis algo que pueda sernos útil. Ya sé que no es necesario que os lo recuerde, pero llevaos todos los ordenadores y no olvidéis que la orden incluye también la caseta del jardín. Sé que allí hay un aparato como mínimo.
Los colegas asintieron y entraron en la casa con gesto resuelto.
Lilian pasó despacio y encantada junto a los coches de policía cuando iba camino de su casa. Era como si sus sueños se hubiesen hecho realidad. Un montón de policías y de coches policiales ante la casa del vecino y, para colmo, se llevaban a Kaj, alicaído y mustio, en uno de ellos. Una sensación de profundo gozo la invadió al verlo. Después de tantos años de problemas con ese hombre y con su familia, por fin le había llegado la hora. Ella, por su parte, siempre se había conducido de un modo absolutamente correcto. ¿Cómo podía evitar su deseo de que las cosas se hiciesen como debían hacerse? ¿Cómo podía evitar que él hubiese hecho cosas que se apartaban de las normas de buena conducta vecinal y que, además, le tocaba sufrir a ella? Y encima la gente se atrevía a decir que a Lilian le gustaban las disputas. Porque desde luego había oído lo que decían de ella en el pueblo. Pero rechazaba toda responsabilidad en los enfrentamientos pasados. Si él no se hubiese dedicado a molestarlos y a inventar historias, Lilian no habría tomado medidas. En condiciones normales, no había nadie de trato más dulce y afable que ella. Y, desde luego, no tenía el menor cargo de conciencia por haber hecho que la policía se fijase en ese hijo tan raro que tenían. Ya se sabía, la gente que no está bien de la cabeza termina causando problemas tarde o temprano y, si era cierto que ella había exagerado un poco ante la policía al hablarle del espionaje de Morgan, lo hizo sólo por evitar problemas futuros. A la gente así podía ocurrírsele cualquier cosa si se la dejaba campar por sus fueros y tenía un apetito sexual exacerbado, eso lo sabía todo el mundo.
Pero ahora todos verían la verdad; no era a la puerta de su casa adonde acudía un batallón de policías. Se detuvo ante su entrada y observó el espectáculo de brazos cruzados y con una sonrisa satisfecha en los labios.
Cuando el coche policial partió con Kaj, entró por fin, aunque le habría gustado quedarse. Pensó por un instante en ir a preguntar qué había ocurrido, como cualquier ciudadana preocupada, pero la policía ya había entrado en la casa y no quería mostrar más interés del normal llamando a la puerta.
Mientras se quitaba los zapatos y colgaba el chaquetón, se preguntó si Monica sabía lo que estaba pasando. Tal vez debería llamar a la biblioteca, como la buena vecina que era, para informarla. Pero la voz de Stig llamándola desde el piso de arriba interrumpió sus pensamientos antes de haberse decidido a hacerlo.
– ¿Eres tú, Lilian?
Ella subió la escalera. La voz de Stig sonaba especialmente débil.
– Sí, querido, soy yo.
– ¿Dónde has estado?
Stig la miró indefenso cuando entró en la habitación. ¡Qué aspecto tan débil y lastimoso ofrecía! Una oleada de inmensa ternura invadió a Lilian al constatar hasta qué punto dependía de sus cuidados. Era muy reconfortante sentirse tan necesitada. Igual que cuando Charlotte era pequeña. ¡Qué sensación de poder suponía la responsabilidad de una criatura tan desvalida! En realidad fue la época que más le gustó. A medida que Charlotte iba creciendo, se le fue escapando de las manos. Si hubiera podido, habría congelado el tiempo para que no creciera. Pero cuanto más se esforzaba por atarla, más se apartaba Charlotte; y, en cambio, fue su padre quien, sin merecerlo, se ganó todo el cariño y el respeto del que ella se consideraba merecedora, puesto que era la madre. Y un padre debía tener menos valor que una madre. Después de todo, fue ella quien la trajo al mundo y, durante los primeros años, quien satisfizo todas sus necesidades. Luego Lennart se hizo con el control. Recogió el fruto de todo el trabajo que ella se había tomado. Se convirtió en el favorito de Charlotte y, cuando ella se independizó, él empezó a hablarle de separarse, como si sólo la niña hubiese contado a lo largo de todos aquellos años. La indignación empezó a dominarla y tuvo que hacer un esfuerzo para sonreírle a Stig. Él, al menos, sí la necesitaba. Y también Niclas, en cierta medida, aunque ni él mismo lo comprendiese. Charlotte no tenía ni idea de lo privilegiado de su situación. Se pasaba los días quejándose de lo poco que él le ayudaba, de que escurría el bulto con el tema de los niños. Una ingrata, eso era su hija. Pero Lilian empezaba a sentirse muy decepcionada con Niclas. Quién lo habría dicho, llegar a casa, hablarle de aquel modo y decirle que pensaba mudarse. Claro que ella sabía de dónde le venían aquellas ideas, aunque jamás pensó que resultase tan fácil de convencer.