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– Pero lo van a revolver todo. ¿Y mi horario?

La voz chillona y estentórea de Morgan esta vez no resonó tan monótona como de costumbre, sino con un eco de insólita carga sentimental.

– Irán con cuidado, ya te lo han dicho. Y no tienes otra opción.

Monica subrayó su última frase y enseguida vio que Morgan empezaba a calmarse. Para él resultaba más fácil enfrentarse a situaciones en las que no tenía posibilidad de elección.

– ¿Me prometen que no van a desordenarlo todo?

Los policías asintieron y Morgan empezó a apartarse despacio de la puerta.

– Y también tengan cuidado con el contenido de los discos duros. Hay mucho trabajo almacenado ahí.

Una vez más, los policías asintieron y entonces él se apartó del todo para dejarlos entrar.

– ¿Por qué hacen esto, mamá?

– No lo sé -mintió Monica.

La sensación dominante en su espíritu seguía siendo el alivio aunque, poco a poco, la realidad de lo que los policías acababan de decir llegaba a su conciencia. Una oleada de repugnancia empezó a tomar cuerpo en su estómago y a subirle hasta la garganta. Tomó a Morgan del brazo y lo condujo a la fachada principal de la casa. Él se volvía constantemente a mirar hacia su cabaña lleno de preocupación.

– No te inquietes, te han prometido que tendrán cuidado.

– ¿Vamos a entrar en la casa grande? -preguntó Morgan-. Yo nunca entro en la casa grande a estas horas.

– No, ya lo sé -respondió Monica-. Hoy haremos algo completamente distinto de lo habitual. No creo que debamos molestar a los policías mientras trabajan ahí dentro, así que vendrás conmigo a la casa de la tía Gudrun.

Morgan la miró desconcertado.

– Allí sólo voy en Navidad o cuando es el cumpleaños de alguien de la familia.

– Lo sé -respondió Monica paciente-. Pero hoy haremos una excepción.

Morgan se detuvo a considerar aquello un instante hasta que, finalmente, decidió que lo que su madre le decía tenía lógica.

Mientras se dirigían al coche, Monica vio de soslayo cómo apartaban las cortinas de la cocina de los Florin. Lilian estaba en la ventana… y sonreía.

– Bueno, Kaj. Esta historia no tiene nada de divertido -comenzó Patrik sentado frente a él.

Martin estaba a su lado y Mellberg se había sentado en un rincón, a una distancia prudencial. Para alivio de Patrik, el comisario jefe se había ofrecido de forma voluntaria a ocupar un papel secundario durante el interrogatorio. Patrik habría preferido que no estuviese allí, pero, después de todo, era el jefe.

Kaj no respondió. Tenía la cabeza gacha, ofreciéndoles a Martin y Patrik un primer plano de su coronilla. La cabellera había empezado a menguar con los años, de modo que entre los negros cabellos se atisbaba una tonsura rosácea.

– ¿Puede explicarnos por qué su nombre aparece en una lista de pedidos de pornografía infantil? Y no nos venga con el cuento de que debe de tratarse de un error en el nombre. Aparece también la dirección postal, así que no cabe la menor duda de que usted ha hecho el pedido.

– Debe de ser alguien que quiere arruinarme -murmuró Kaj, aún con la cabeza hundida.

– ¿Ah, sí? -preguntó Patrik exagerando el tono inquisitivo-. Pues en ese caso, quizá podría contarnos por qué alguien iba a tomarse la molestia de ponerle en este aprieto. ¿Qué clase de archienemigos se ha ido agenciando con el transcurso de los años?

El interrogado no respondió. Martin dio una palmada sobre la mesa para llamar su atención. Kaj reaccionó con un respingo.

– ¿No ha oído la pregunta? ¿Quién o quiénes tendrían interés en mandarle a la cárcel?

Kaj persistía en su silencio, así que Martin continuó:

– No es fácil responder, ¿verdad? Porque no hay nadie.

Patrik y Martin tenían delante un puñado de papeles. Durante unos segundos de silencio, Patrik estuvo hojeándolos y extrajo algunos con los que formó un nuevo montón.

– Tenemos mucho material sobre usted, ¿sabe? Y también tenemos los nombres de otras personas con… -se detuvo hasta encontrar la expresión adecuada- el mismo interés y con las que ha estado en contacto. Tenemos información de cuándo les ha encargado material, sabemos que usted mismo les ha enviado material y disponemos incluso de archivos de conversaciones a los que los colegas de Gotemburgo han tenido la astucia de echarles el guante. Porque allí hay unos cuantos informáticos expertos, ¿sabe? Y no se han dejado amedrentar por todas las medidas de seguridad que ustedes han adoptado para que nadie pudiese acceder a su grupito y enterarse de las monerías a las que se dedican. Nada es seguro al cien por cien, ya se sabe.

Entonces Kaj alzó la mirada y la posó inquieta en Patrik y los documentos que éste tenía delante. Su mundo estaba a punto de derrumbarse mientras el segundero del reloj que colgaba a su espalda avanzaba con tictac implacable. Patrik se percató de que Kaj estaba impresionado por el hecho de que alguien hubiese podido acceder a los archivos cuya protección ellos creían garantizada, y ahora el interrogado sin duda se preguntaba cuánto sabían en realidad. Patrik decidió que era el momento adecuado para presionarlo un poco más.

– En estos momentos estamos registrando su casa de arriba abajo. Y los colegas que se dedican a esa tarea tampoco son principiantes. No existe escondite que no hayan visto antes en algún lugar. Ningún escondrijo genial que no terminen encontrando. Y enviaremos su ordenador a Uddevalla para que lo revisen a fondo otros muchachos, verdaderos piratas informáticos, ya sabe, de esos que entrarían en los bancos a través de Internet y pasarían dinero de una cuenta a otra si les viniese en gana y no estuviesen en el bando de los buenos.

Patrik no estaba muy seguro de no haber exagerado levemente la competencia de los colegas en materia informática, pero eso no lo sabía Kaj. Y vio que la táctica funcionaba. La frente del hombre empezaba a plagarse de pequeñas gotas de sudor y, aunque no le veía las piernas, intuía que en ese momento le estarían temblando sin control.

– Sí, señor -prosiguió Martin, abundando en la línea de Patrik-, y aunque usted sea un principiante en esto de los ordenadores, puede que Morgan lo haya informado de que no es posible hacer desaparecer un archivo sólo con borrarlo. Nuestros informáticos pueden rescatar la mayor parte de los documentos mientras el disco duro no esté afectado.

– Nos llamarán en cuanto hayan podido revisar su aparato. Y entonces sabremos a qué se ha estado dedicando exactamente. Tanto aquí como en Gotemburgo trabajamos a toda máquina para identificar a aquellos que figuran en el material que la policía ha incautado. La información que hasta ahora hemos recabado indica que sus favoritos son los niños. ¿Es así? ¿Eh, Kaj, es eso? ¿Prefiere a los niños sin pelo en el pecho, jovencitos y frescos?

A Kaj le temblaban los labios, pero seguía sin decir nada.

Patrik se inclinó y bajó la voz. Había llegado al momento del interrogatorio al que él pretendía llegar.

– ¿Pero qué me dice de las niñas? ¿También le valen? Muy tentador, ¿no? Una tan cerca, justo en la casa del vecino. Debió de ser irresistible. En especial, teniendo en cuenta que así, además, le hacía daño a Lilian. Qué sensación, ¿no? Vengarse de tantos años de tropelías en sus narices. Pero algo fue mal, ¿verdad? ¿Cómo pasó? ¿Quizá la niña empezó a resistirse y dijo que se lo contaría a su madre? ¿Se vio obligado a ahogarla para que no hablase?

Kaj miraba boquiabierto a Patrik y a Martin sucesivamente, con los ojos desorbitados y brillantes. Empezó a mover la cabeza con vehemencia.

– ¡No! Yo no tengo nada que ver con eso. ¡Yo no la toqué, lo prometo!

Sus últimas palabras sonaron como un grito. Kaj daba la impresión de poder sufrir un infarto en cualquier momento. Patrik se preguntó si se vería obligado a interrumpir el interrogatorio, pero decidió continuar un poco más.