August dio un respingo, como si acabase de quemarse con algo ardiendo. Se esforzó torpemente por hallar las palabras adecuadas antes de preguntar con voz temblorosa.
– Los pequeños, ¿se parecían a nuestra familia?
Ambos eran como sendas reproducciones de Anders pero Agnes mintió con insólita dureza en la voz.
– Eran exactamente iguales a las fotografías que vi de cuando tú eras pequeño. Como copias diminutas de tu persona. Y a menudo preguntaban por qué ellos no tenían abuelo como los demás niños -añadió cruel.
Constató el efecto de sus palabras como un cuchillo en el pecho de su padre. Mentiras y más mentiras, pero, cuanto más le remordiese la conciencia, tanto más llenaría su bolsa.
August se levantó para despedirse con los ojos anegados en llanto. Ya en el umbral de la puerta, su padre se volvió a mirarla. Agnes decidió darle al menos unas migajas y asintió benevolente a modo de despedida. Tal y como ella preveía, el hombre se alegró lo indecible ante aquel gesto y le dedicó una amplia sonrisa de sus ojos brillantes por el llanto.
Agnes miró llena de odio aquella figura que se alejaba. A ella se la traicionaba solo una vez. Después, no había más oportunidades.
Patrik estaba en el coche intentando centrarse en la primera tarea del día. Le urgía hacer el seguimiento de la llamada telefónica que realizó el día anterior, justo antes de marcharse del trabajo, pero le costaba olvidar la respuesta tan necia que le había dado a Erica por la noche ¿Por qué tenía que ser tan difícil? Siempre pensó que lo de los niños era una cosa sencilla. En fin, seguramente implicaban un montón de trabajo, pero no tan angustiante como los dos últimos meses habían resultado para ellos. Lanzó un suspiro de resignación.
Cuando aparcó ante el edificio de ladrillo rojizo que se alzaba junto al acceso sur a Fjällbacka, logró concentrarse en el presente y olvidar los problemas de casa. El apartamento al que se dirigía estaba en el primer bloque, segunda escalera, y empezó a subir al primer piso. «Svensson-Kalhn», se leía en una de las puertas. Dio unos golpecitos discretos en ésta. Sabía que tenían un bebé y era muy consciente de lo mal que sentaba que algún desconsiderado llegase y despertase al retoño. Le abrió la puerta un chico de unos veinticinco años y, pese a que eran las ocho y media, parecía recién levantado y enojado.
– Mia, es para ti.
Se hizo a un lado y, sin saludarlo, se arrastró camino de una habitación a la que se entraba desde el vestíbulo. Patrik echó un vistazo a lo que parecía pensado como pequeño cuarto de invitados, pero estaba amueblado como sala de juegos, con un ordenador, varios mandos de videoconsola y montones de juegos esparcidos sobre la mesa. En la pantalla se veía en marcha uno de esos que consistían en «matar a tantos enemigos como sea posible» y el chico, que sería o Svensson o Kallin, se puso a jugar abstraído y absorto en otro mundo.
La cocina quedaba a la izquierda del vestíbulo y Patrik entró tras dejar los zapatos junto a la puerta.
– Pase, le estoy dando el desayuno a Liam.
El pequeño estaba sentado en una trona blanca, comiendo unas gachas mezcladas con una especie de puré de fruta. Patrik lo saludó con la mano y el niño lo recompensó con una amplia sonrisa chorreante de papilla.
– Siéntese -le dijo Mia señalando la silla que había enfrente.
Patrik tomó asiento y sacó el bloc de notas.
– ¿Podría contarme lo que ocurrió ayer?
El leve temblor de la mano que sostenía la cuchara le indicó lo impresionada que estaba la joven por el suceso del día anterior. Ella asintió y le refirió brevemente lo ocurrido. Patrik iba anotando, aunque la información era la misma que Annika obtuvo el día anterior, cuando Mia llamó para denunciar el hecho.
– ¿Y no vio a nadie cerca del cochecito?
Ella negó con un gesto y a Liam pareció resultarle tan divertido que empezó a imitarla con ritmo frenético, lo que dificultaba considerablemente la ingestión de la papilla.
– No, no vi a nadie ni antes ni después.
– ¿Dice que dejó el cochecito en la parte de atrás de la tienda?
– Sí, está más resguardada y me pareció más seguro dejarlo allí. No quería entrar con él, no sólo porque estaba dormido, sino por lo engorroso que resulta tirar del cochecito por esos pasillos estrechos. Además, sólo iba a tardar unos minutos.
– Y cuando salió, se encontró con que Liam y el cochecito estaban cubiertos de una sustancia negruzca, ¿no es eso?
– Sí, Liam lloraba como un poseso. Debía de tener la boca llena, porque estaba totalmente negra, aunque se ve que logró escupir la mayor parte.
– ¿Lo llevó al médico?
La joven volvió a menear la cabeza y Patrik comprendió que había puesto el dedo en la llaga.
– No. Supongo que debería haberlo hecho, pero tenía prisa por volver a casa y Liam parecía encontrarse bien, salvo que estaba asustado y muy alterado, así que…
Su voz se perdió en el silencio y Patrik se apresuró a añadir:
– Bueno, seguro que no corría ningún peligro. Hizo lo correcto. Y el pequeño parece estar estupendamente.
Liam manoteó para confirmarlo y abrió la boca impaciente en busca de la siguiente cucharada de papilla. Desde luego, no había perdido el apetito, como se desprendía de la doble papada.
– El jersey por el que la llamé ayer…
Mia se levantó.
– No lo lavé, tal y como me dijo. Y está lleno de aquel mejunje negro. A mí me parece que es ceniza.
Fue a buscar el jersey mientras Liam miraba añorante la cuchara que su madre había dejado junto al cuenco. Patrik dudó un instante antes de acercar la silla en la que estaba sentado y seguir por donde Mia lo había dejado. Las dos primeras cucharadas fueron como la seda, hasta que Liam decidió exhibir su brun-brun, de modo que la cara y el cabello de Patrik quedaron rociados de gachas. En ese momento llegó Mia con el jersey y, al verlo, no pudo contener la risa.
– ¡Vaya, cómo lo ha puesto! Tendría que haberle avisado o al menos haberle dado un impermeable. Lo siento.
– No importa -la tranquilizó Patrik mientras, sonriente, se limpiaba la papilla que se le había pegado a las pestañas-. La mía sólo tiene dos meses, así que me viene bien probar lo que me espera dentro de poco.
– Sí, pues pruebe todo lo que quiera -lo animó Mia al tiempo que volvía a sentarse; dejó que Patrik siguiera dando de comer al pequeño-. Bueno, aquí está el jersey -añadió poniéndolo sobre la mesa.
Patrik lo miró. La parte delantera estaba completamente negra y sucia.
– Me gustaría llevármelo. ¿Es posible?
– Sí, claro. De todos modos, yo había pensado tirarlo. Se lo pondré en una bolsa.
Patrik cogió la bolsa que ella le ofrecía y se puso de pie.
– Si recuerda algo más, llámenos, por favor -le rogó al tiempo que le daba su tarjeta.
– Lo haré. Pero le aseguro que no entiendo por qué alguien haría una cosa así. ¿Y qué utilidad cree que puede tener para ustedes el jersey?
Él respondió meneando la cabeza, pues no podía revelarle por qué le interesaba. Aún no se había difundido la noticia de la ceniza hallada en el cadáver de Sara. Miró a Liam de reojo. Gracias a Dios, en este caso la cosa no había ido tan lejos. La cuestión era si tenía esa intención o si la persona que hizo aquello se vio interrumpida por alguna circunstancia imprevista. Antes de que analizasen el jersey, ni siquiera podían asegurar que pudiese vincularse a la muerte de Sara, aunque él estaba dispuesto a apostar que así era. Aquello no podía ser pura coincidencia.
Ya en el coche, se llevó la mano al bolsillo en busca del móvil. No había recibido noticias del equipo que había hecho el registro en casa de Kaj el día anterior y le resultó un tanto extraño. Como había tenido la cabeza ocupada en mil asuntos, no había reaccionado antes, pero ahora se preguntaba por qué no lo habían llamado para informarlo. Al ver el móvil, lanzó una maldición: en efecto, lo había apagado para interrogar a Kaj y después se olvidó de volver a encenderlo. El icono de los mensajes parpadeaba insistente, indicándole que tenía uno en el contestador. Llamó al buzón de voz y escuchó expectante lo que le decía el colega. Con un destello de triunfo en la mirada, cerró la tapa del teléfono y se lo guardó en el bolsillo.