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Patrik había vuelto a elegir la cocina como lugar de reunión. Era la estancia más amplia de la comisaría y, además, tenía la sensación de que la proximidad al café recién hecho surtiría un efecto beneficioso en aquella situación. Annika había ido a la pastelería que había en la misma calle, más abajo, y volvió con una gran bolsa llena de dulces de avellana, bizcocho de moca y bolas de coco. No hubo que insistirle a nadie para que los probara y, cuando Patrik se colocó ante la pizarra, todos ingerían algún bocado de gran aporte calórico.

Se aclaró la garganta antes de comenzar.

– Ya sabéis que el día de ayer fue bastante movido.

Gösta asintió y echó mano de otro dulce de avellana. Sin embargo, iba segundo tras Mellberg, que ya llevaba tres y no parecía reacio a abordar el cuarto. Ernst estaba algo apartado y todos evitaban mirarlo a la cara. Desde su descomunal metedura de pata, parecía pesar sobre él la sombra del juicio final y nadie sabía cuándo caería la guillotina. En cualquier caso, ese tipo de cosas tendría que esperar mientras se encontrasen en la fase más intensa de la investigación. Sin embargo, todos, Ernst incluido, sabían que, una vez superado ese estadio, sólo era cuestión de tiempo.

Todas las miradas estaban centradas en Patrik, que prosiguió con su exposición.

– Había pensado sintetizar lo que tenemos hasta el momento. Seguramente ya conocéis la mayor parte de los datos, pero puede ser útil tener una idea general y completa de dónde nos encontramos.

Volvió a aclararse la garganta, tomó un rotulador y empezó a escribir y a trazar líneas mientras hablaba.

– En primer lugar, tuvimos aquí a Niclas, el padre de la víctima, para hacerle algunas preguntas sobre su coartada. Seguimos sin saber dónde se encontraba el lunes por la mañana y la cuestión es por qué se inventó la coartada. Asimismo tenemos la sospecha de maltrato infantil, que se basa en la información sobre las lesiones sufridas por su hijo Albin. Y cabe preguntarse si Sara también sufrió malos tratos que culminaron en asesinato.

Dibujó un punto en la pizarra, escribió «Niclas» y trazó una línea entre «coartada» y «sospecha de malos tratos». Hecho esto, se dirigió de nuevo a sus colegas.

– Por otro lado, la amiga de Sara, Frida, vino ayer con su madre y nos contó que alguien a quien ella llamaba «un señor malo» asustó muchísimo a la víctima justo el día anterior a su muerte. El tipo la amenazó y, entre otras cosas, la llamó «fruta de Gavie». ¿A alguien se le ocurre qué puede significar?

Patrik miró inquisitivo a los reunidos, pero nadie respondió. Todos parecían esforzarse por entender qué podía significar tan extraña expresión.

Annika los miró, meneó la cabeza como lamentando su torpeza y explicó:

– El individuo seguramente dijo «fruto del Diablo».

Todos la miraron como diciendo: «Claro, ¿cómo no hemos caído antes?».

– ¡Por supuesto! -exclamó Patrik irritado por su propia necedad. Ahora que lo había dicho Annika, resultaba evidente-. Desde luego, suena a fanatismo religioso. Y Frida dijo que el hombre era muy mayor, con el cabello gris. Martin, ¿podrías preguntarle a la madre de Sara si encaja con la descripción de alguien que conozcan?

Martin asintió.

– Ayer también recibimos una denuncia muy interesante. Una chica deja el carricoche con el niño dormido detrás de la tienda Järnboden y entra a comprar. Cuando sale, el niño está llorando a lágrima viva y el interior del carro está lleno de una sustancia negra que también había en la boca del pequeño. Al parecer, alguien había intentado obligarlo a que se la tragara. Esta mañana fui a hablar con la madre y me traje el jersey que tenía puesto. Toda la parte delantera está llena de lo que muy bien podrían ser cenizas.

Un denso silencio se hizo en torno a la mesa. Nadie masticaba, nadie sorbía café. Patrik continuó:

– Ya lo he enviado para que lo analicen y algo me dice que se trata de la misma ceniza que encontraron en el estómago de Sara. Tenemos la hora, bastante exacta, de este ataque, así que podría ser útil comprobar algunas coartadas. Gösta, tú y yo nos encargaremos de ello.

Gösta asintió antes de coger con el índice las últimas migajas de las bolas de coco que quedaban en el plato.

La pizarra estaba llena de notas y puntos, y Patrik se detuvo un instante con el rotulador en la mano. Luego dibujó un punto más junto al cual escribió «Kaj». Era evidente que había llegado a lo que él consideraba lo más importante.

– Tras una llamada de los colegas de Gotemburgo, nos enteramos de que el nombre de Kaj Wiberg ha aparecido en una investigación sobre una red de pederastas.

Todos se esforzaban con ahínco en no mirar a Ernst, que, por su parte, se retorcía en la silla.

– Lo llamamos a interrogatorio ayer y, además, efectuamos un registro en su domicilio con el apoyo logístico de los colegas de Uddevalla. El interrogatorio no dio ningún fruto concreto, pero lo contamos como la primera de la serie de conversaciones que mantendremos con Kaj. Además, a partir del material que nos llegue de Gotemburgo, tendremos ocasión de comprobar si podemos identificar a alguna víctima local. Kaj ha sido, durante muchos años, un personaje muy implicado en las actividades juveniles de Fjällbacka, de modo que no es demasiado rebuscado pensar que se hayan producido abusos en ese ámbito.

– ¿Hay algo que lo vincule con el asesinato de Sara? -preguntó Gösta.

– Ahora mismo llegamos a ese punto -respondió Patrik en un tono evasivo.

Eso le valió una mirada desconcertada de Martin. En efecto, durante el interrogatorio no consiguieron ninguna información que apoyase esa tesis

– El registro domiciliario puede habernos proporcionado el primer gran avance en la investigación.

La tensión creció sensiblemente y Patrik no pudo sustraerse a la tentación de prolongar el golpe de efecto. Al cabo de unos segundos, explicó:

– Ayer, en el registro efectuado en casa de Kaj, encontraron la cazadora de Sara.

Todos contuvieron la respiración.

– ¿Dónde? -quiso saber Martin, algo resentido porque Patrik no se lo había comunicado antes.

– Exactamente no fue en la casa, sino en la cabaña, donde vive su hijo Morgan.

– ¡Demonios! -exclamó Gösta-. Habría apostado el cuello. Sabía que ese locatis estaba involucrado. Ese tipo de gente…

Patrik lo interrumpió.

– Admito que es una circunstancia agravante, pero no quisiera que nos obcecáramos con ella en este momento. Por un lado, no sabemos si fue el padre o el hijo quien la dejó allí. Kaj podría haberla escondido en la cabaña de Morgan. Por otro, quedan demasiados puntos por aclarar y de los que no podemos prescindir. Por ejemplo, la tentativa de Niclas de hacerse con una coartada. O sea que debemos seguir trabajando sobre todos -y subrayó la palabra «todos»- los aspectos que he expuesto en la pizarra. ¿Alguna pregunta?

Mellberg hizo oír su voz.

– Tiene muy buena pinta, Hedström. Buen trabajo. Y, por supuesto, compruebe todo lo que ha ido anotando en la pizarra -advirtió señalando con desgana su bosquejo-, pero yo me inclino a pensar como Gösta. Ese Morgan no parece de fiar, así que, si yo fuera usted -observó histriónico, con una mano en el pecho-, haría todo lo posible por pillarlo. Aunque, claro, usted es el responsable de la investigación, así que es quien decide -concluyó.

A nadie le cupo la menor duda de que, en el fondo, lo que pensaba era que Patrik debería seguir su consejo.

Éste no respondió y Mellberg interpretó su silencio como indicio claro de que su mensaje había sido transmitido con éxito. El comisario jefe asintió satisfecho. La resolución del caso era sólo cuestión de tiempo.