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– ¿Qué hacemos primero? ¿Interrogamos a Kaj?

– Sí -dijo Patrik abatido-. Interroguémoslo.

– No habrás olvidado que Kaj estaba en el calabozo ayer cuando…

– No, hombre, claro que no lo he olvidado -respondió Patrik irritado-. Pero eso no significa que no esté implicado de todos modos. O que no tenga otros delitos de los que responder.

– Vale, era sólo por si acaso -dijo Martin levantando las manos en actitud defensiva-. Bueno, voy a dejar la cazadora y nos vemos allí.

Patrik estaba recogiendo sus cosas para ir a la sala de interrogatorios cuando sonó el teléfono. Vio en la pantalla que era Annika y descolgó el auricular con la esperanza de que no fuese nada importante. Se moría de ganas de emprenderla con el cerdo que tenían arrestado, y ahora más que nunca.

– ¿Sí? -se oyó decir en tono seco.

Pero se dijo que Annika era dura de pelar y que no se dejaría amilanar por eso. Patrik la fue escuchando con creciente interés y dijo al fin:

– De acuerdo, mándamelos.

Corrió hacia el despacho de Martin, que acababa de quitarse la cazadora, y le explicó:

– Charlotte y Niclas han venido a la comisaría para hablar conmigo. Tendremos que dejar el interrogatorio hasta que sepa qué quieren.

Sin esperar respuesta, volvió a su despacho a toda prisa. Segundos más tarde, oyó un ruido de pasos y un murmullo de voces que se acercaban por el pasillo. Los padres de Sara entraron temerosos en su despacho. Patrik se sorprendió ante el aspecto extenuado de Charlotte. Desde la última vez que la había visto, era como si hubiese envejecido varios años y la ropa le quedaba enorme. También Niclas parecía agotado, pero no tan maltrecho como su mujer. Se sentaron y quedaron en silencio unos segundos. Patrik se preguntó qué sería tan importante como para presentarse así, sin pedir cita.

Fue Niclas quien tomó la palabra.

– Queríamos decirles que… les hemos mentido. O, más bien, que hemos callado cosas que deberían saber, lo cual es tanto como mentir.

Patrik sentía muchísima curiosidad, pero aguardó a que Niclas quisiera continuar.

– Las lesiones de Albin, las que creían… o, bueno, las que creen seguro que eran obra mía…, en realidad era…, era…

Parecía no encontrar el nombre, así que Charlotte terminó la frase:

– Era Sara.

Lo dijo con un tono de voz mecánico, vacío de todo sentimiento. Patrik dio un salto en la silla. Desde luego, no esperaba oír eso.

– ¿Sara? -preguntó sin entender nada.

– Sí -confirmó Charlotte-. Ya saben que Sara tenía problemas. Le costaba controlar sus impulsos y estallaba en imprevisibles ataques de ira. Antes de que naciera Albin, dirigía la rabia contra nosotros, pero, claro, nosotros éramos adultos y podíamos defendernos y conseguir que tampoco se hiciese daño a sí misma. Cuando nació Albin…

Su voz se quebró. Bajó la vista y la clavó en sus manos temblorosas.

– Cuando nació Albin, todo empeoró hasta el punto de escapar a nuestro control -remató Niclas-. En nuestra simpleza, creímos que sería bueno para Sara tener un hermanito, alguien de quien sentirse responsable y a quien proteger. Aunque ahora, bien mirado, fuimos bastante ingenuos. Sara odiaba a Albin y la dedicación que nos reclamaba. Y no dejaba escapar la menor oportunidad de hacerle daño. Por más que intentábamos tenerlos siempre vigilados, resultaba imposible. Era tan rápida…

Niclas miró a Charlotte, que confirmó sus palabras con un leve asentimiento. Él prosiguió:

– Lo intentamos todo: asistentes sociales, psicólogos, terapia, medicación… Probamos con todas las vías. Intentamos cambiar su alimentación: le suprimimos los azúcares y todos los hidratos de carbono de rápida asimilación, pues según ciertos estudios, eso podría ejercer una influencia positiva. Pero nada funcionaba. Y ya no sabíamos qué hacer. Tarde o temprano, le haría un daño irreparable. Tampoco queríamos enviarla a ningún centro y, además, ¿adónde? Cuando salió la plaza en Fjällbacka, pensamos que tal vez fuese la solución. Un cambio radical de ambiente y, además, contaríamos con la ayuda de la madre de Charlotte y de Stig, su marido. Parecía perfecto.

Ahora fue la voz de Niclas la que se quebró. Charlotte le apretó la mano levemente. Habían estado juntos en el infierno y, en cierto modo, aún se encontraban en él.

– No saben cuánto lo siento -aseguró Patrik-. Pero tengo que pregúntales: ¿tienen alguna prueba de lo que dicen?

Niclas asintió.

– Entiendo que es su deber preguntar. Les hemos traído una lista de las personas con las que estuvimos en contacto a propósito de la agresividad de Sara. Ya les avisamos de que quizá los llamase la policía para hacerles preguntas y que no tenían por qué alegar confidencialidad ni secreto profesional, sino procurarles toda la información de que dispongan.

Niclas le dio la lista a Patrik, que la cogió en silencio. No dudaba en absoluto de la veracidad de lo que acababa de oír, pero aun así tendría que confirmarlo

– ¿Han sacado algo en claro con lo de Kaj? -le preguntó Charlotte a Patrik.

– Estamos interrogándolo en relación con cierto asunto, pero no puedo decir más.

Charlotte asintió comprensiva.

Patrik vio que Niclas quería añadir algo, aunque parecía costarle, y aguardó paciente a que estuviera listo para hablar.

– En cuanto a la coartada… -Miró a Charlotte, que volvió a asentir con un movimiento alentador, apenas perceptible-. Les recomiendo que vuelvan a hablar con Jeanette. Mintió, dijo que no estuve con ella para vengarse de mí por haber roto nuestra relación. Estoy seguro de que si le insisten, terminará por admitirlo.

A Patrik no le sorprendió lo más mínimo. Notó cierto eco de falsedad en la versión de Jeanette. En fin, de ser preciso, ya encontrarían el momento de hablar con ella. En realidad, esperaba que, tras el interrogatorio, la cuestión de la coartada de Niclas resultase superflua.

Se pusieron de pie y se estrecharon la mano. De repente sonó el móvil de Niclas, que salió a responder al pasillo. La noticia lo sobresaltó.

– ¿Al hospital? Tranquila, vamos para allá ahora mismo.

Se volvió hacia Charlotte, que seguía junto a Patrik en el umbral.

– Stig ha empeorado repentinamente. Van camino del hospital.

Patrik se quedó mirándolos mientras recorrían el pasillo en dirección a la salida. ¿No habían sufrido ya bastante?

Buscó refugio en el templo. Las palabras de Asta se arremolinaban resonando en su mente como un enjambre de avispas iracundas. Todo su mundo se venía abajo y aún no se le habían ofrecido las respuestas que esperaba encontrar en la iglesia. Más bien parecía que las paredes de piedra lo aprisionaban poco a poco mientras reflexionaba sentado en el primer banco. Incluso Jesús, clavado en su cruz, parecía exhibir una sonrisa burlona que no había advertido antes.

Un ruido lo hizo volverse a mirar. Varios turistas tardíos, de origen alemán, entraron hablando en voz alta y se pusieron a fotografiar con frenesí. A él siempre lo indignaron los turistas y aquello fue la gota que colmó el vaso.

Arne se levantó y empezó a gritar salpicando saliva.

– ¡Fuera de aquí! ¡Enseguida! ¡Todos fuera ahora mismo!

Pese a que no comprendieron una palabra, su tono no dejó lugar a dudas, de modo que el grupo se marchó atemorizado.

Satisfecho de su reacción, volvió a sentarse en el banco, pero la sonrisa burlona de Jesús no tardó en conducirlo de nuevo a su pesadumbre.

Una ojeada al pulpito le infundió renovado valor. Ya era hora de hacer algo que debería haber hecho mucho, mucho tiempo atrás.

La vida era tan injusta… ¿Acaso no había luchado contra viento y marea desde que nació? Nunca le dieron nada gratis. Nadie reconocía sus virtudes. Ernst no comprendía cómo funcionaba la gente, así de sencillo. ¿Cuál era el problema? ¿Por qué siempre lo miraban maliciosamente, murmuraban a sus espaldas y le arrebataban las posibilidades que por derecho le correspondían? Siempre igual. Ya en primaria, en la escuela, todos se ponían en su contra. Las chicas se reían y los chicos le pegaban cuando volvía a casa. Ni siquiera respondieron con algo de compasión cuando su padre se cayó y se quedó clavado a un rastrillo. Antes bien, le constaba que las malas lenguas fueron diciendo que su pobre madre había tenido algo que ver con el accidente. Desde luego, no conocían la vergüenza.