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– ¡Mierda! -exclamó Ernst.

Estuvo a punto de fracturarse el hombro al lanzarse contra la primera de las puertas. Con las prisas, olvidó que siempre estaba cerrada.

– ¡Ábrela, joder! -le gritó a Annika.

Ella obedeció aterrorizada. El policía abrió la siguiente puerta de golpe y echó a correr detrás de Morgan. Éste miró hacia atrás y corrió con más ahínco. Entonces, Ernst vio con horror un minibús negro que se acercaba a una velocidad muy superior a la permitida.

– ¡Nooooo! -gritó presa del pánico.

Después, se oyó el choque y todo quedó en silencio.

Martin se preguntaba cuál sería el asunto tan perentorio que Niclas y Charlotte tenían que contarle a Patrik. Esperaba que fuese algo que les diese argumentos para retirar a Niclas de la lista de sospechosos. La idea de que el padre de la niña fuese el autor del crimen le resultaba espantosa.

No entendía la actitud de Niclas. Los partes de Albin eran tan incriminatorios… Y el padre no había logrado convencerlo de que no fue él quien le causó las lesiones al pequeño. Aun así, algo no encajaba. Desde luego, era un sujeto bastante complejo. Al hablar con él cara a cara, daba la impresión de ser un hombre estable y seguro, pero su vida privada era un verdadero desaguisado. Aunque Martin nunca fue un ángel durante su alegre vida de soltero, ahora que tenía pareja no podía comprender que nadie engañase a su esposa de aquel modo. ¿Qué le decía cuando llegaba a casa después de haber estado con Jeanette? ¿Cómo conseguía que el tono de voz fuese natural, cómo era capaz de mirarla a los ojos después de haber estado revolcándose en la cama con su amante hacía tan sólo unas horas? A Martin no le entraba en la cabeza.

Niclas había dado muestras de un temperamento difícil de prever en alguien como él. El propio Martin lo había visto en el brillo de sus ojos aquel mismo día, cuando se presentó en casa de su padre. Parecía dispuesto a matarlo y, de no haber aparecido el policía, Dios sabe qué habría ocurrido.

Y aun así, a pesar de lo paradójico de su carácter, Martin no lo creía capaz de ahogar a su hija conscientemente. Además, ¿cuál habría sido su móvil?

Los pasos presurosos de Charlotte y de Niclas por el pasillo vinieron a interrumpir su razonamiento. Lleno de curiosidad, se preguntó adónde irían con tanta prisa.

Patrik apareció en el umbral de su puerta y Martin enarcó una ceja presa de la expectación.

– Era Sara quien maltrataba a Albin -reveló Patrik al tiempo que se sentaba en la silla.

Aquélla era la última explicación que Martin habría imaginado

– ¿Y cómo sabemos que es verdad? -le preguntó-. ¿No puede tratarse de una tentativa de eliminar las sospechas que pesan sobre Niclas?

– Sí, claro que podría ser -admitió Patrik en tono cansado-. Pero creo que dicen la verdad. Claro que debemos comprobarlo, me han proporcionado los nombres y los números de teléfono de las personas con las que podemos ponernos en contacto. Además, la coartada de Niclas va a resultar auténtica después de todo. Según él, Jeanette mintió al negar que estuviese con ella aquella mañana sólo para vengarse, porque él había puesto fin a la relación. Y sobre ese punto, también me inclino a creer su palabra, aunque, claro está, debemos mantener una seria charla con Jeanette.

– ¡Menuda…! -comenzó Martin.

No tuvo que terminar la frase, pues Patrik asintió corroborando su opinión.

– Sí, el ser humano no está mostrando su mejor cara a lo largo de esta investigación -dijo meneando la cabeza con abatimiento-. Y a propósito, ¿empezamos con el famoso interrogatorio?

Martin asintió, tomó su bloc y se levantó para acompañar a Patrik, que ya salía por la puerta. Sin que éste se volviese, le preguntó:

– Por cierto, ¿hay noticias de Pedersen? Por lo de la ceniza que había en el jersey del bebé, quiero decir.

– No -respondió Patrik sin mirarlo-. Pero deberían darle un buen empujón al asunto y analizar el jersey y el buzo de Maja cuanto antes. Apuesto lo que quieras a que comprobarán que la ceniza tiene la misma procedencia.

– Que no sabemos cuál es -observó Martin.

– Exacto, que no sabemos cuál es.

Entraron en la sala de interrogatorios y se sentaron frente a Kaj. Al principio nadie dijo una palabra y Patrik hojeaba tranquilamente sus notas. Vio con satisfacción que Kaj se retorcía las manos y que le sudaba la cara. Bien, eso era señal de que estaba nervioso y les facilitaría la tarea. Patrik estaba bastante tranquilo, teniendo en cuenta todo lo que habían sacado en limpio después del registro domiciliario. Si encontrasen pruebas así en todos los casos, la vida sería mucho más fácil.

Enseguida le cambió el humor. Entre los folios que hojeaba apareció una copia de la carta del chico que le recordó súbitamente por qué estaban allí y quién era el hombre que tenían enfrente. Patrik cruzó las manos con gesto resuelto. Observó a Kaj, que miraba nervioso a su alrededor.

– En realidad, no necesitamos hablar con usted. Después del registro, tenemos suficientes pruebas como para encerrarle por mucho, mucho tiempo. Pero queremos brindarle una oportunidad para que dé su versión de los hechos. Porque nosotros somos así, tíos legales.

– No sé de qué hablan -dijo Kaj con voz trémula-. Esto es una injusticia. Yo soy inocente.

Patrik asintió como haciéndose eco de sus palabras.

– ¿Sabe? Me gustaría creerle. Y tal vez lo haría si no fuera por esto.

Patrik sacó unas fotografías de su gruesa carpeta y se las mostró a Kaj. Con satisfacción, comprobó que el interrogado palidecía antes de ruborizarse por completo. Luego, miró a Patrik desconcertado.

– Ya le dije que nuestros informáticos son muy buenos, ¿no? Y también que las cosas no desaparecen sólo porque le dé al botón de borrar. Ha sido muy concienzudo limpiando el ordenador de forma periódica, pero no lo bastante habilidoso. Hemos recuperado todo lo que ha ido descargándose para compartir con sus amigos pederastas: fotografías, correos electrónicos, archivos de vídeo… Todo, de lo primero a lo último.

Kaj abría y cerraba la boca visiblemente confuso. Daba la sensación de que quería articular algo, pero las palabras se empeñaban en morir en su garganta.

– Parece que no tiene mucho que decir, ¿verdad? Por cierto, mañana vienen dos colegas de Gotemburgo que también quieren hablar con usted. Nuestros hallazgos les resultan muy interesantes.

Kaj guardaba silencio, de modo que Patrik continuó, resuelto a alterarlo como fuese. Odiaba a aquel hombre, odiaba todo lo que representaba y cuanto había hecho. Pero no lo dejó traslucir. Tranquilo y en tono sereno, siguió hablando con él como si estuviesen charlando sobre el tiempo y no sobre abuso de menores. Por un instante, consideró la posibilidad de mencionar ya el hallazgo de la cazadora de Sara, pero finalmente decidió esperar un poco más. De modo que se inclinó ligeramente sobre la mesa, miró a Kaj a los ojos y le dijo:

– ¿Ustedes piensan alguna vez en sus víctimas? ¿Les dedican un solo pensamiento o están demasiado ocupados en satisfacer sus necesidades?

Patrik no esperaba ninguna respuesta y Kaj tampoco se la dio. Ante su silencio, prosiguió:

– ¿Tiene idea de lo que ocurre en el interior de un muchacho que se las ve con alguien como usted? ¿Se figura siquiera todo lo que destruye, todo lo que le roba?

Un leve estremecimiento de su rostro le indicó que Kaj lo escuchaba. Sin apartar la mirada de su semblante, Patrik sacó uno de los folios del montón y lo empujó despacio hasta ponerlo delante de Kaj. Al principio, éste se negó a mirar, pero luego fue bajando la vista despacio y empezó a leer. Con la incredulidad pintada en el rostro, sus ojos volvieron a mirar a Patrik, que asintió con amargura.

– Sí, es exactamente lo que parece, la carta de un suicida. Sebastian Rydén se quitó la vida esta mañana. Su padre se lo encontró ahorcado en el garaje. Yo estuve presente cuando bajaron su cadáver.