Выбрать главу

– No, no tienes derecho. No cuando tienes un hijo y una mujer que alimentar. Si todo el dinero del paro se va en la compra de libros sobre las hormigas, acabaré…

– ¿Divorciándote? ¿Es eso lo que quieres decir?

Ella le soltó el brazo, abatida.

– No.

Él la tomó por los brazos. Tic en la boca.

– Has de confiar en mí. Tengo que ir hasta el final. No estoy loco.

– ¿Que no estás loco? Mírate un poco. Pareces un muerto viviente. Es como si siempre tuvieses fiebre.

– Mi cuerpo envejece, pero mi cabeza se rejuvenece.

– ¡Jonathan! ¡Dime qué pasa ahí abajo!

– Cosas apasionantes. Hay que ir más abajo, cada vez más abajo, si queremos poder volver a subir un día… ¿Sabes? Es como las piscinas, en el fondo es donde encontramos apoyo para subir.

Estalló en una carcajada de demente, que treinta segundos después aún resonaba con siniestros ecos en la escalera de caracol.

Nivel +35. La ligera cubierta de ramitas produce un efecto de vidriera. Los rayos del sol destellan al pasar a través de ese filtro y luego caen como una lluvia de estrellas en el suelo. Estamos en el solario de la ciudad, la «fábrica» donde se producen los ciudadanos belokanianos.

En el lugar reina un calor tórrido: 38°. Es normal, el solario está orientado directamente al sur para aprovechar al máximo los ardores del astro blanco. A veces, por el efecto catalizador de las ramitas, la temperatura sube ¡hasta los 50o!

Centenares de patas se agitan. La casta más numerosa aquí es la de las nodrizas. Se dedican a apilar los huevos que la Madre acaba de poner. Veinticuatro pilas forman un montón, doce montones forman una hilada. Las hiladas se pierden en la distancia. Cuando una nube proyecta sombra, las nodrizas desplazan las pilas de huevos. Los más recientes han de estar siempre más calientes. «Calor húmedo para los huevos, calor seco para los capullos», vieja receta mirmeleónida para que los pequeños crezcan sanos.

A la izquierda se ve a unas obreras encargadas del mantenimiento térmico. Apilan fragmentos de madera negra, que acumulan el calor, y fragmentos de humus fermentado, que ellas mismas producen. Gracias a esos dos «radiadores», se consigue que el solario se mantenga permanentemente a una temperatura comprendida entre los 25° y los 40°, incluso cuando en el exterior la temperatura es de 15°.

Hay artilleras que pasean. Si un pájaro carpintero aparece…

A la derecha pueden verse unos huevos de más tiempo. Es una larga metamorfosis; con los lametones de las nodrizas y el paso del tiempo, los huevecitos crecen y amarillean. Se transforman en larvas de dorados pelos al cabo de un tiempo que oscila entre la semana y las siete semanas. Eso depende otra vez de la meteorología.

Las nodrizas están extremadamente concentradas. No escatiman ni su saliva antiséptica ni su atención. Es necesario que ni la menor suciedad mancille a las larvas. Son tan frágiles. Incluso las feromonas del diálogo quedan reducidas a un mínimo estricto. Ayúdame a llevarlos hacia ese rincón… Cuidado, tu pila se va a caer…

Una nodriza transporta una larva dos veces más grande que ella. Seguramente, una artillera. La nodriza deposita el «arma» en un rincón y la lame. En el centro de esta vasta incubadora, montones de larvas, cuyos diez segmentos corporales empiezan a marcarse, gritan pidiendo alimento. Agitan la cabeza en todas direcciones, estiran el cuello y gesticulan hasta que las nodrizas les entregan un poco de melaza o de carne de insecto.

Al cabo de tres semanas, cuando ya han «madurado» lo suficiente, las larvas dejan de comer y de moverse. Fase de letargía en la que se preparan para el esfuerzo. Reúnen sus energías para segregar el capullo que las transformará en ninfas.

Las nodrizas trasladan esos grandes bultos amarillos a una sala vecina llena de arena seca que absorbe la humedad del aire. «Calor húmedo para los huevos, calor seco para los capullos», nunca se repetirá lo suficiente. En este horno el capullo blanco de reflejos azulados se vuelve amarillo, luego gris, luego marrón. Piedra filosofal al revés. Bajo la cobertura se consuma el milagro natural. Todo cambia. Sistema nervioso, aparatos respiratorio y digestivo, órganos sensoriales, caparazón…

La ninfa colocada en el horno se animará dentro de unos días. El huevo está cociéndose, el gran momento se acerca. La ninfa que está a punto de eclosionar es llevada aparte, en compañía de las otras que comparten el mismo estado. Las nodrizas agujerean con precaución el velo del capullo, liberando una antena, una pata, hasta liberar una especie de hormiga blanca que tiembla y se tambalea. Su quitina, aún húmeda y clara, será roja dentro de unos días, como la de todos los belokanianos.

327, en medio de este torbellino de actividad, no sabe a quién dirigirse. Lanza un ligero olor hacia una nodriza que ayuda a un recién nacido a dar sus primeros pasos.

Está ocurriendo algo grave.

La nodriza no vuelve la cabeza en su dirección. Formula una frase olorosa apenas perceptible.

Silencio. Nada es más grave que el nacimiento de un ser.

Una artillera le empuja, dándole golpecitos con las mazas situados al final de sus antenas.

No molestes. Circula.

No está el macho en su mejor nivel de energía, no sabe emitir y resultar convincente. ¡Ah, si tuviese el don de la comunicación de la hembra 56! Insiste, sin embargo, ante otras nodrizas, que no le prestan la menor atención. El macho llega a preguntarse si su misión es en realidad tan importante como a él se lo parece. Es posible que la Madre tenga razón. Hay tareas prioritarias, como perpetuar la vida en lugar de querer engendrar la guerra, por ejemplo.

Cuando está considerando este extraño pensamiento, un chorro de ácido fórmico pasa rozando sus antenas. Es una nodriza la que acaba de dispararle. Ha dejado caer el capullo que estaba a su cargo y le ha apuntado. Por suerte no ha apuntado bien.

El macho corre para atrapar a la terrorista, pero ella ya se ha deslizado en la primera casa cuna, haciendo caer una pila de huevos para bloquearle el paso. Las cáscaras se rompen, liberando un líquido transparente.

¡Esa hormiga ha destruido unos huevos! ¿Qué le ha ocurrido? Todo el mundo enloquece, las nodrizas corren en todas direcciones, preocupadas por proteger a la generación que está gestándose.

El macho 327, comprendiendo que no podrá dar alcance a la fugitiva, hace pasar su abdomen bajo el tórax y apunta. Pero antes de que pueda disparar, la hormiga cae fulminada por una artillera que la había visto arrojar los huevos al suelo.

Alrededor del cuerpo calcinado se forma un tumulto. 327 suspende sus antenas encima del cadáver. No cabe duda, hay como cierto relente, con olor a roca.

SOCIABILIDAD. Entre las hormigas, como entre los seres humanos, la sociabilidad viene predeterminada. La hormiga recién nacida es demasiado débil para romper por sí misma el capullo que la aprisiona. El bebé humano tampoco es capaz de andar o de nutrirse solo.

Las hormigas y los seres humanos son especies formadas para ser asistidas por el entorno y no saben o no pueden aprender solos.

Esta dependencia de los adultos es ciertamente una debilidad, aunque pone en marcha otro proceso: la búsqueda del saber. Si los adultos pueden sobrevivir mientras los jóvenes son incapaces, estos últimos están obligados desde el principio a reclamar conocimientos a los más viejos.

EDMOND WELLS

Enciclopedia del saber relativo y absoluto.

Nivel -20. La hembra 56 aún no está hablando del arma secreta de las enanas con las agriculturas; lo que ve la apasiona demasiado como para que puede emitir cualquier cosa.

Ya que la casta de las hembras es especialmente preciosa, estas últimas viven toda su infancia encerradas en el gineceo de las princesas. A menudo no conocen del mundo más que un centenar de corredores y pocas de ellas se han aventurado por encima del décimo nivel del subsuelo o por encima del décimo superior…