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Una vez, 56 había intentado salir para ver el gran Exterior del que le habían hablado las nodrizas, pero unas centinelas la volvieron atrás. Podía disimular más o menos sus olores, pero no sus grandes alas. Las guardianas le advirtieron entonces de que fuera había monstruos gigantescos, que se comían a las princesitas que salían antes de la fiesta del Renacimiento. Desde entonces, 56 se mantuvo entre la curiosidad y el temor.

Una vez de regreso en el nivel -20, cae en la cuenta de que antes de recorrer el gran Exterior salvaje aún tiene muchas maravillas que descubrir en su propia ciudad. Ahora, lo que ve por primera vez son los criaderos.

En la mitología belokaniana se dice que los primeros criaderos se descubrieron en el transcurso de la guerra de los Cereales, en el milenio cincuenta mil. Un comando de artilleras acababa de invadir una ciudad termita. De repente, entraron en una sala de proporciones colosales. En su centro se erguía un enorme bizcocho blanco que un centenar de obreras termitas no dejaban un momento de pulir.

Las belokanianas lo probaron y lo encontraron delicioso. Era… como un pueblo todo él comestible. Unas prisioneras dijeron que aquello eran setas. De hecho las termitas sólo viven de la celulosa, pero como no pueden digerirla recurren a las setas para hacerla asimilable.

Las hormigas, por su parte, digieren bastante bien la celulosa y no tienen ninguna necesidad de ese truco. Aunque no dejaron de comprender las ventajas de tener cultivos en el interior mismo de su ciudad; con eso podrían resistir los asedios y la escasez.

En la actualidad, en las grandes estancias del nivel -20 de Bel-o-kan se seleccionan las cepas. Aunque las hormigas no utilizan ya el mismo hongo que las termitas; en Bel-o-kan se cultiva sobre todo el agárico. Y a partir de las actividades agrícolas se ha desarrollado toda una tecnología.

La hembra 56 pasa entre los arriates de ese blanco jardín. En un lado, unas obreras preparan el lecho en el que crecerá la seta. Cortan hojas en cuadraditos, que a continuación se trituran, se amasan y se transforman en pasta. Las pastas de hojas se disponen en un fertilizante compuesto por excrementos (las hormigas reúnen sus excrementos en lugares reservados para este uso) Luego se humedecen con saliva y se le deja al tiempo el cuidado de hacer que el preparado germine.

Las pastas ya fermentadas se rodean con una bola de filamentos blancos comestibles. Ahí se ven, a la izquierda. Unas obreras las riegan entonces con su saliva desinfectante y cortan todo lo que rebosa el pequeño cono blanco. Si a las setas se les permitiese crecer, pronto harían explotar la estancia. Con los filamentos recolectados por unas hormigas de mandíbulas aplanadas se elabora una harina tan sabrosa como reconstituyente.

También en este lugar se ha llevado al límite la concentración de obreras. Se debe de evitar que la menor mala hierba, la más pequeña seta parásita, vaya a mezclarse con las otras y se aproveche de esos cuidados.

Es en este contexto, muy poco favorable, donde la hembra 56 trata de establecer el contacto antenar con una jardinera que está ocupada recortando el sobrante de uno de los conos blancos.

Un grave peligro amenaza la Ciudad. Necesitamos ayuda. ¿Queréis uniros a nuestra célula de trabajo?

¿Qué peligro?

Las enanas han descubierto un arma secreta de efectos devastadores, hemos de actuar cuanto antes.

La jardinera le pregunta plácidamente qué le parece su seta, un hermoso agárico. 56 le hace un amable cumplido. La otra le ofrece probarlo. La hembra muerde la pasta blanca y siente en seguida un vivo calor en el esófago. ¡Veneno! Han impregnado el agárico con mirmicacina, su ácido demoledor que se utiliza habitualmente en forma diluida para que sirva de herbicida. 56 tose y escupe a tiempo el tóxico alimento. La jardinera ha dejado la seta a un lado y le salta al tórax, con las mandíbulas abiertas de par en par.

Las dos ruedas con el fertilizante, se golpean el cráneo, y utilizando con golpes secos las mazas antenares. Golpean con la firme intención de acabar la una con la otra. Unas agricultoras las separan.

¿Qué os pasa a vosotras dos?

La jardinera escapa. Abriendo las alas, 56 da un salto prodigioso y la arroja al suelo. Entonces identifica un levísimo olor a roca. No cabe duda, también ella ha caído a su vez sobre un miembro de esa increíble banda de asesinos.

La coge por las antenas.

¿Quién eres? ¿Por qué has intentando matarme? ¿Qué es este olor a roca?

Mutismo. La hembra le retuerce las antenas. Es algo muy doloroso y la otra respinga pero no contesta. 56 no es de las que le harían daño a una célula hermana, pero acentúa la torsión.

La otra no se mueve. Ha entrado en catalepsia voluntaria. Su corazón casi no late ya. No tardará en morir. Por despecho, 56 le corta las antenas, pero lo único que hace con ello es encarnizarse con un cadáver.

Las agricultoras la rodean otra vez.

¿Qué pasa? ¿Qué le has hecho?

56 considera que no es momento de justificarse, y que es mejor salvarse, lo que hace echando a volar. 327 tiene razón. Está ocurriendo algo demencial; hay unas células en el Nido que se han vuelto locas.

CADA VEZ MAS ABAJO

Nivel -45; la 103.683 asexuada entra en las salas de lucha, unas estancias con los techos bajos donde los soldados se ejercitan en previsión de las guerras de la primavera.

Las guerreras se baten en duelo en todo el lugar. Las adversarias se palpan al principio, para evaluar la corpulencia y el tamaño de las patas. Dan vueltas, se palpan los flancos, tiran de los pelos, se lanzan desafíos olorosos, se rozan con los extremos de las antenas.

Finalmente se lanzan una contra otra. Chocan los caparazones. Una y otra se esfuerzan por hacer presa en las articulaciones torácicas de la contraria. En cuanto una de las dos lo consigue, la otra intenta morderle las rodillas. Los gestos son bruscos. Se alzan sobre las patas traseras, caen, ruedan, furiosas.

Por lo general, se inmovilizan sobre su presa, y luego, bruscamente, golpean otro miembro. Pero sólo es un ejercicio de entrenamiento, nada se rompe, no se vierte sangre. El combate se interrumpe en cuanto una hormiga queda de espaldas en el suelo. Entonces lleva las antenas hacia atrás, en signo de abandono. Aunque los duelos son bastante realistas. Las garras sujetan con facilidad los ojos para hacer presa. Las mandíbulas resuenan en el vacío.

A cierta distancia, unas artilleras sentadas sobre sus abdómenes apuntan y disparan contra granos de arena colocados a quinientas cabezas de distancia. Los chorros de ácido alcanzan a menudo su objetivo.

Una vieja guerrera enseña a una novicia que todo se pone en juego antes del contacto. Las mandíbulas o el chorro de ácido no hacen otra cosa que confirmar una situación de dominio ya reconocida por las dos beligerantes. Antes de llegar a las patas, ya hay forzosamente una que ha decidido ganar y otra que acepta ser vencida. No es más que una cuestión de reparto de papeles. Una vez cada uno ha elegido el suyo, el vencedor podrá lanzar un chorro de ácido sin apuntar, y dará en la diana; el vencido podrá asestar su mejor golpe, y ni siquiera llegará a herir a su adversario. Hay que tener en cuenta sólo un consejo: se debe aceptar la victoria. Todo está en la cabeza. Hay que aceptar la victoria y nada se resiste.

Dos duelistas tropiezan con la soldado 103.683, y ésta les rechaza vigorosamente y sigue su camino. Busca la zona de los mercenarios, situada debajo de la arena de combate. Ahí está el paso.

Esta sala es aún más amplia que la de las legionarias. Es cierto que las mercenarias viven de forma permanente en el lugar donde se ejercitan. Sólo están ahí para hacer la guerra. Todos los pueblos de la región se codean aquí, sean pueblos aliados o pueblos sometidos: hormigas amarillas, hormigas rojas, hormigas negras, hormigas lanzadoras de cola, hormigas primitivas con aguijón venenoso, e incluso hormigas enanas.