Выбрать главу

Nuevamente son las termitas las que se encuentran en el origen de la idea, consistente en alimentar a poblaciones extrañas para hacerlas combatir a su lado en caso de invasión.

Y en cuanto a las ciudades hormigas, llegaron a fuerza de sutilezas diplomáticas a aliarse con las termitas contra otras hormigas.

Ello había suscitado esta importante reflexión: ¿por qué no comprometer francamente legiones de hormigas que viviesen permanentemente en la termitera? La idea era revolucionaria. Y la sorpresa fue grande cuando los ejércitos mirmecianos tuvieron que enfrentarse a hermanas de la misma especie que combatían por las termitas. La civilización mirmeciana, tan dispuesta a adaptarse, esta vez había llevado su talento demasiado lejos.

De buena gana las hormigas hubiesen reaccionado imitando a sus enemigas, manteniendo legiones de termitas para luchar contra las termitas. Pero un obstáculo mayor hizo fracasar el proyecto: las termitas son absolutamente monárquicas. Su lealtad no tiene fisuras, son incapaces de luchar contra los suyos. Tan sólo las hormigas, cuyos regímenes políticos son tan variados como sus distintas psicologías, son capaces de asumir todas las derivaciones más perversas del acuerdo mercenario.

Las grandes federaciones de hormigas rojas se contentaron reforzando su ejército con numerosas legiones de hormigas extranjeras, todas ellas unidas bajo la única bandera olorosa belokiana.

La 103.683 se acerca a las mercenarias enanas. Les pregunta si han oído hablar de la creación de una arma secreta en Shi-gae-pu, un arma capaz de acabar en un momento con toda una expedición de veintiocho hormigas rojas. Las enanas contestan que nunca han visto ni oído hablar de nada tan eficaz.

Las 103.683 pregunta a otras mercenarias. Una amarilla pretende haber asistido a tal prodigio. Sin embargo, no se trataba de un ataque de enanas… sino de una pera podrida que había caído inesperadamente de un árbol. Todo el mundo emite chispeantes feromonas de risa. Ese es el sentido del humor típico de las amarillas.

103.683 sube a una sala donde se entrenan unas colegas. Las conoce individualmente a todas ellas. La escuchan con atención y creen lo que dice. El grupo de «investigación del arma secreta de las enanas» pronto reúne a más de treinta guerreras decididas. ¡Ah, si 327 lo viese!

Atención, una banda organizada intenta destruir a aquellas y aquellos que hacen averiguaciones. Seguramente son mercenarias rojas al servicio de las enanas. Se las puede identificar, todas ellas huelen a roca.

Como medida de seguridad, deciden tener su primera reunión en lo más profundo de la ciudad, en una de las salas más bajas del nivel quincuagésimo. Nadie baja nunca hasta allí, así que deberían tener tranquilidad para preparar su ofensiva.

Pero el cuerpo de 103.683 le indica una brusca aceleración del tiempo. 23°. Se despide y se apresura para acudir a su cita con 327 y 56.

ESTÉTICA. ¿Qué hay que sea más hermoso que una hormiga? Sus líneas son curvas y depuradas, su aerodinamismo perfecto. Toda la carrocería del insecto está estudiada para que cada miembro encaje perfectamente en el lugar previsto a este efecto. Cada articulación es una maravilla mecánica. Las placas encajan como si las hubiese concebido un diseñador asistido por un ordenador. Nada rechina, no hay ni un roce. La cabeza triangular penetra en el aire, las patas largas y articuladas le prestan al cuerpo una cómoda suspensión a ras del suelo. Es como un automóvil deportivo italiano.

Las garras le permiten caminar por el techo. Los ojos tienen una visión panorámica de 180°. Las antenas reciben selectivamente miles de informaciones para nosotros invisibles, y su extremidad puede servir como martillo. El abdomen está lleno de bolsillos, esclusas, compartimentos en los que el insecto puede almacenar productos químicos. Las mandíbulas cortan, pinzan, cogen. Una red formidable de tubos internos le permite lanzar mensajes olorosos.

EDMOND WELLS

Enciclopedia del saber relativo y absoluto.

Nicolás no quería irse a dormir. Aún estaba ante el televisor. Las noticias acababan de terminar con el anuncio del regreso de la sonda Marco Polo. La conclusión era que no había el menor vestigio de vida en los sistemas solares próximos. Todos los planetas que la sonda había visitado sólo habían ofrecido imágenes de desiertos rocosos o de superficies líquidas amoniacales. Ni el menor musgo, ni la más pequeñas ameba, ni el menor microbio.

Y Nicolás se dijo: «¿Y si papá tuviese razón? ¿Y si fuésemos la única forma de vida inteligente de todo el universo?» Evidentemente, resultaba decepcionante, pero parecía ser verdad.

Tras las noticias, daban un gran reportaje de la serie «Culturas del mundo», dedicado hoy al problema de las castas en la India.

«Los hindúes pertenecen de por vida a su casta de nacimiento. Cada casta funciona según su propio sistema de normas, un código rígido que nadie puede transgredir sin verse dado de lado por su propia casta de origen así como por todas las demás. Para comprender tal comportamiento se debe recordar que…»

– Es la una -intervino Lucie.

Nicolás estaba saturado de imágenes. Desde que se iniciaron los problemas en la bodega veía cuatro horas largas de televisión diarias. Era su forma de no seguir pensando y de no ser él mismo. La voz de su madre le devolvió a la ingrata realidad.

– ¿No tienes sueño?

– ¿Dónde está papá?

– Aún está en la bodega. Ahora tienes que dormir.

– No quiero dormir.

– ¿Quieres que te cuente un cuento?

– ¡Sí, sí! ¡Un cuento! ¡Un cuento muy bonito!

Lucie le acompañó a su habitación y se sentó en el borde de la cama soltando su largo cabello rojo. Eligió un antiguo cuento judío.

Había una vez un cantero que ya estaba cansado de agotarse trabajando en la montaña tallando piedra bajo los rayos ardientes del sol. «Estoy harto de esta vida. Picar y picar piedra me desriñona; ¡y este sol, siempre este sol! ¡Cuánto me gustaría estar en su lugar! Estaría ahí arriba, todopoderoso, bien caliente e inundando el mundo con mis rayos», se dijo el cantero. Y entonces, por milagro, su petición fue atendida. E inmediatamente el cantero se convirtió en sol. Se sentía feliz al ver realizado su deseo. Pero cuando estaba encantado enviando sus rayos a todas partes, se dio cuenta de que éstos quedaban detenidos por las nubes. «¿De qué me sirve ser sol si unas simples nubes pueden detener mis rayos? Si las nubes son más fuertes que el sol, prefiero ser nube» Así se dijo, y entonces se convirtió en nube. Pasa volando sobre el mundo, esparce la lluvia, pero de repente el viento se levanta y dispersa la nube. «Ah, así que el viento consigue dispersar las nubes, de manera que él es el más fuerte. Quiero ser viento», decidió.

– Y entonces, ¿se convirtió en viento?

– Sí. Se convierte en viento y sopla por todo el mundo. Forma tempestades, borrascas, tifones. Pero de repente se da cuenta de que una pared cierra el paso. Es una pared muy alta y muy dura. Es una montaña. «¿De qué me sirve ser viento si una simple montaña puede detenerme? Ella es la más fuerte», dijo.

– ¡Y se convierte en montaña!

– Eso es. Y en ese momento siente algo que le golpea. Algo más fuerte que él, que le agujerea… Es…, un pequeño cantero…

– ¡Aaaah!

– ¿Te ha gustado el cuento?

– ¡Sí, mucho, mamá!

– ¿Estás seguro de no haber visto otros más bonitos en la televisión?

– No, no, mamá.

Ella rió y le estrechó entre sus brazos.

– Di, mamá, ¿crees que papá está perforando también?