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En la Federación se dijo que eso era una «cuestión entre ellas y las hormigas negras» Incluso había quien tenía mala conciencia por dejar a aquellos débiles seres como pasto de las grandes hormigas negras.

Sin embargo, las hormigas enanas no murieron. Todos los días se las podía ver allí, llevando ramitas y pequeños coleópteros. En cambio, a las que ya no se veía era… a las grandes hormigas negras.

Nunca se supo lo que había pasado, pero las exploradoras belokanianas informaron que las enanas ocupaban la totalidad del nido de las hormigas negras. El acontecimiento fue acogido con fatalismo y a la vez con humor. Bien hecho por lo que hace a esas pretenciosas hormigas negras, era lo que se olía en los corredores. Y, además, no iban a ser esas hormiguitas de nada lo que inquietase a la poderosa Federación.

Sólo que, después de las hormigas negras, fue uno de los panales de abejas lo que ocuparon las enanas. Y luego la última termitera del norte y el nido de las hormigas rojas venenosas pasaron a su vez a quedar incluidas bajo las enseñas de las enanas.

Los refugiados que afluían a Bel-o-kan y que venían a ampliar la masa de los mercenarios contaban que las enanas tenían estrategias de combate vanguardistas. Por ejemplo, infectaban los puntos de agua vertiendo en ellos venenos procedentes de flores raras.

Sin embargo, aún no se alarmaba nadie en serio. Fue necesario que la ciudad de Niziu-ni-kan sucumbiese el pasado año en 2° para que por fin cayesen en la cuenta de que tenían que vérselas con unas adversarias temibles.

Pero si las rojas habían subestimado a las enanas, las enanas no había considerado a las rojas en su justo valor. Niziu-ni-kan era una ciudad muy pequeña, pero formaba parte de la Federación. Al día siguiente de la victoria enana, doscientas cuarenta legiones de mil doscientos soldados cada una fueron a complicarles las cosas. El resultado del combate estaba cantado, lo que no impidió que las enanas combatiesen encarnizadamente. De manera que las tropas federadas necesitaron un día entero para entrar en la ciudad liberada.

Se descubrió entonces que las enanas habían instalado en Niziu-ni-kan, no una, sino… doscientas reinas. Fue algo que dejó a todo el mundo atónito.

EJÉRCITO DE OFENSIVA. Las hormigas son los únicos insectos sociales que mantienen un ejército de ofensiva.

Las termitas y las abejas, especies monárquicas y legitimistas menos refinadas, sólo utilizaban a sus soldados en la defensa de la ciudad o para la protección de las obreras que se han alejado del nido. Es relativamente raro ver una termitera o un panal haciendo una campaña de conquista territorial. Aunque se ha dado.

EDMOND WELLS

Enciclopedia del saber relativo y absoluto.

Las reinas enanas prisioneras refirieron la historia y las costumbres de las enanas. Era una historia extravagante.

Según ellas, las enanas vivían hace mucho tiempo en otro país, a cientos de miles de cabezas de distancia.

Este país era muy diferente del bosque de la Federación. Había en él grandes frutos, llenos de colorido y muy azucarados. Por otra parte, no había invierno ni tampoco hibernación. En esta tierra de maravillas, las enanas habían construido Shi-gae-pu la «antigua», ella misma ciudad procedente de una dinastía muy antigua. Este nido está al pie de un laurel rosa.

Entonces, ocurrió que el laurel rosa y la arena que lo rodeaba fueron un día arrancados del suelo para ser depositados en una caja de madera. Las enanas intentaron huir de la caja, pero ésta fue depositada en el interior de una estructura gigantesca y muy dura. Y cuando llegaron a las fronteras de esa estructura, cayeron al agua. Había agua salada hasta donde alcanzaba la vista.

Muchas enanas se ahogaron en el intento de llegar a la tierra de sus ancestros, y luego la mayoría decidió que lo mismo daba y que había que sobrevivir en esa estructura inmensa y dura rodeada de agua salada. Y pasaron días y días.

Las enanas se daban cuenta, gracias al órgano de Johnston, de que se desplazaban muy de prisa, recorriendo una distancia fenomenal.

Pasarnos por un centenar de barreras magnéticas terrestres. ¿Hasta dónde iba eso a llevarnos? Hasta aquí. Nos desembarcaron junto con el laurel rosa. Y nosotras hemos descubierto este mundo, su fauna y su flora exótica.

El cambio resultó decepcionante. Los frutos, las flores, los insectos eran más pequeños y tenían menos colorido. Habían dejado un país rojo, amarillo y azul para ir a parar a otro verde, negro y marrón.

Y luego estaban el invierno y el frío que lo paralizaban todo. Allí en su país, no sabían siquiera que el frío existiese, lo único que las obligaba a descansar era el calor.

Las enanas arbitraron diferentes soluciones para luchar contra el frío. Los dos métodos más eficaces eran atiborrarse de azúcares y untarse baba de caracol.

En cuanto al azúcar, recogían la fructosa de las fresas, las moras y las cerezas. En cuanto a las grasas, se entregaron a un auténtico exterminio de los caracoles de la región.

Por otra parte, desarrollaban prácticas verdaderamente sorprendentes; por ejemplo, no tenían sexuadas aladas ni vuelo nupcial. Las hembras hacían el amor y ponían entre ellas, bajo tierra. Así, cada ciudad de las enanas no tenía una única ponedora, sino muchos centenares de ellas. Eso les daba una seria ventaja: aparte de una natalidad muy superior a la de las rojas, unas vulnerabilidad mucho menor. Ya que si bastaba matar a la reina para decapitar una ciudad roja, la ciudad enana podía renacer mientras quedase en ella la menor sexuada.

Y no sólo era eso. La enanas tenían otra filosofía para la conquista de territorios. Mientras las rojas, al favor de los vuelos nupciales, aterrizaban lo más lejos posible para a continuación vincularse mediante pistas con el imperio de la federación, las enanas, por su parte, avanzaban centímetro a centímetro a partir de sus ciudades centrales.

Incluso su pequeña talla constituía una ventaja: necesitaban muy pocas calorías para alcanzar una viveza de ánimo y una capacidad de acción muy altas. Se había podido medir la rapidez de sus reacciones con ocasión de una gran lluvia. Mientras las rojas aún estaban sacando con grandes fatigas sus rebaños de pulgones y sus últimos huevos de los corredores inundados, hacía muchas horas que las enanas habían construido un nido en una anfractuosidad de la corteza del gran pino y habían cambiado de lugar todos sus tesoros.

Belo-kiu-kiuni se agita, como para hacer a un lado sus inquietas reflexiones. Pone dos huevos, dos huevos de guerreras. Las nodrizas no están ahí para recogerlos, y la reina tiene hambre. Así que se los come golosamente. Son una excelente fuente de proteínas.

Juega con su planta carnívora. Sus preocupaciones han vuelto a aparecer. El único medio de hacer frente a ese arma secreta sería inventar otra, aún más eficaz y terrible. Las hormigas rojas han descubierto sucesivamente el ácido fórmico, la hoja escudo, las trampas de cola. Basta con encontrar otra cosa. Un arma que deje a las enanas llenas de estupor, algo todavía peor que su rama destructora.

La reina sale de sus aposentos, se reúne con unos soldados y habla con ellos. Sugiere que se formen grupos de reflexión en relación con el tema «encontrar un arma secreta para oponerla a su arma secreta» El Nido responde favorablemente a su estímulo.

Por todas partes se forman grupos de soldados, y también de obreras, que incluyen tres y cinco individuos. Al conectar sus antenas en forma triangular o pentagonal, operan centenares de comunicaciones absolutas.

– ¡Cuidado, voy a detenerme! -dijo Galin, que no tenía ningunas ganas de recibir en la espalda el empujón de ocho bomberos zapadores.

– ¡Qué oscuro está ahí abajo! Pasadme una linterna más potente. -Se volvió y le pasaron una gran linterna. Los bomberos no parecían muy tranquilos. Y sin embargo llevaban chaquetas de cuero y casco. ¡Mira que no haber pensado en ponerse algo más adecuado a este tipo de expedición que una chaqueta de ciudad!