Allá arriba, en lo más alto de la cúpula, la reciben unas obreras. La toman por las patas, la levantan, la empujan adelante entre un tumulto de sexuados, centenares de machos y hembras que hormiguean y se amontonan sobre una estrecha superficie. La princesa 56 comprende que está en la pista de despegue del vuelo nupcial, pero que hay que esperar a que la meteorología sea mejor.
Entonces, mientras el viento sigue haciendo de las suyas, un grupo de unos diez gorriones descubre a los sexuados. Excitados por lo que se les ofrece, revolotean cada vez más cerca. Cuando se acercan demasiado, las artilleras situadas en círculo alrededor de la cúpula les envían chorros de ácido.
Y he aquí que uno de los gorriones prueba su suerte, y se lanza sobre el grupo, atrapa a tres hembras y remonta de nuevo el vuelo. Antes de que al audaz haya tomado altura, es abatido por las artilleras; se revuelca sobre la hierba penosamente, con la boca todavía llena, con la esperanza de limpiar el veneno de sus alas.
¡Que les sirva de ejemplo a todos! Y de hecho los gorriones retroceden un poco… Pero nadie se confía. No tardarán en volver y probar otra vez la defensa antiaérea.
DEPREDADOR. ¿Qué hubiese sido de nuestra civilización humana si no se hubiese desembarazado de sus depredadores mayores, como los lobos, los leones y los licaones?
Sería una civilización inquieta, en perpetuo replanteamiento.
Los romanos, para experimentar un estremecimiento en medio de sus libaciones, hacían que se les presentase un cadáver. Todos recordaban así que no hay nada conseguido y que la muerte puede llegar en cualquier momento.
Pero en nuestros días el hombre ha aplastado, eliminado, introducido en los museos todas las especies capaces de comérselo. Hasta tal punto que ya no quedan más que los microbios, y quizá las hormigas, que puedan inquietarle.
La civilización mirmeciana, por el contrario, se ha desarrollado sin conseguir eliminar a sus depredadores más importantes. Resultado: este insecto vive en constante replanteamiento. Sabe que no ha hecho más que la mitad del camino, ya que incluso el animal más estúpido puede destruir con un solo golpe milenios de experiencia.
EDMOND WELLS
Enciclopedia del saber relativo y absoluto.
El viento se ha calmado, las corrientes de aire disminuyen, la temperatura sube. A los 22° de tiempo, la Ciudad decide lanzar a sus hijos.
Las hembras hacen que sus cuatro alas zumben. Están dispuestas, más que dispuestas. Todos esos olores de machos maduros han llevado al colmo su apetito sexual.
Las primeras vírgenes despegan con gracia. Se elevan un centenar de cabezas… y los gorriones acaban con ellas. Ni una sola se libra.
Hay consternación abajo, aunque no van a renunciar por eso. Cuatro hembras de cien consiguen franquear la barrera de picos y plumas. Los machos salen en persecución de las hembras en grupo cerrado. A ellos les dejan pasar, son muy poco cosa para interesar a los gorriones.
Una tercera oleada de hembras se lanza al asalto de las nubes. Más de cincuenta pájaros se encuentran ya en su camino. Hay una carnicería. No queda ninguna superviviente. Los volátiles, por su parte, son cada vez más numerosos, como si se hubiesen pasado aviso unos a otros. Ahora hay aquí arriba gorriones, mirlos, petirrojos, pinzones, palomas… Hay un intenso piar. Para ellos también hay celebración.
Una cuarta oleada despega. Y de nuevo ni una sola hembra logra pasar. Los pájaros disputan entre sí por el mejor bocado.
Las artilleras se ponen nerviosas. Disparan verticalmente con toda la potencia de sus glándulas de ácido fórmico. Pero los depredadores vuelan demasiado alto. Las gotas mortales vuelven a caer en forma de lluvia sobre la ciudad, causando muchos destrozos y heridas.
Las hembras renuncian, horrorizadas. Consideran que es imposible pasar y prefieren bajar para copular a cubierto, en compañía de otras princesas accidentadas.
La quinta oleada se eleva, dispuesta al sacrificio supremo. ¡Hay que franquear a toda costa esa muralla de picos! Diecisiete hembras pasan, seguidas de cerca por cuarenta y tres machos.
Sexta oleada: ¡doce hembras pasan!
Séptima: ¡treinta y cuatro!
La 56 agita sus alas. Aún no se atreve a lanzarse. La cabeza de una hermana acaba de caer a sus pies, seguida suavemente por un poco de plumón de siniestro augurio. ¿No quería saber lo que era el gran Exterior? ¡Ah, ahora se ha quedado inmóvil!
¿Se lanzará con la octava oleada? No… Y hace bien, porque ésta queda totalmente aniquilada.
La princesa tiene miedo. Vuelve a hacer zumbar sus cuatro alas y se eleva un poco. Bueno, por lo menos eso funciona, no hay ningún problema, sólo que la cabeza… La invade el miedo. Hay que mantenerse lúcida. Hay muy pocas posibilidades de que lo consiga.
La hembra 56 interrumpe su aleteo: setenta y tres hembras de la novena oleada acaban de pasar. Las obreras lanzan feromonas de ánimo. Renace la esperanza. ¿Saldrá con la décima oleada?
Mientras lo está dudando, descubre de repente, un poco más allá, a la pequeña coja y a la corpulenta asesina que ahora tiene sus ojos muertos. No hace falta más para que se decida. Se lanza a volar. Las mandíbulas de las otras dos se cierran en el vacío. Han fallado por poco.
La hembra 56 se mantiene un momento a media altura entre la Ciudad y la nube de pájaros. Luego la rodea la décima oleada en su vuelo, y ella lo aprovecha, se lanza también directamente hacia la trampa aérea. Sus dos vecinas caen, mientras ella pasa inopinadamente entre las uñas de un abejaruco.
Simple cuestión de suerte.
Y ahí van catorce hembras más que han salido indemnes de la tercera oleada. Pero la 56 no se hace ilusiones. Sólo ha superado la primera prueba. Lo más duro aún tiene que llegar. La hembra conoce las cifras. Por regla general, de mil quinientas princesas que emprenden el vuelo, diez llegan a tierra sin problemas. Cuatro reinas, en la hipótesis más optimista, conseguirán construir su ciudad.
A VECES, CUANDO: A veces, cuando paseo en verano, me doy cuenta de que he pisado una especie de mosca. La miro mejor: es una hormiga reina. Y si hay una, hay mil.
Se retuercen en el suelo. Los zapatos de la gente las aplastan, o bien chocan con los parabrisas de los automóviles. Están agotadas, ya no tienen ningún control de su vuelo. ¿Cuántas ciudades han quedado aniquiladas de esa manera, con un simple golpe de limpiaparabrisas en una carretera durante el verano?
EDMOND WELLS
Enciclopedia del sabor relativo y absoluto.
Mientras la hembra 56 acciona sus largas alas, percibe tras ella la muralla de plumas que se cierra sobre la undécima oleada y la duodécima. ¡Desdichadas! Cinco oleadas de hembras más y la Ciudad habrá agotado todas sus esperanzas.
No piensa más en ello, atraída por el azul infinito. ¡Es todo tan azul! Es fantástico hender los aires para una hormiga que no ha conocido más que la vida bajo tierra. Le parece estar moviéndose en otro mundo. Ha abandonado las estrechas galerías a cambio de un espacio vertiginoso en el que todo estalla en tres dimensiones.
Descubre intuitivamente todas las posibilidades del vuelo. Cargando su peso sobre este ala, vira a la derecha. Sube al modificar el ángulo de ataque de las dos alas. Baja. Acelera… Se da cuenta de que para trazar un viraje perfecto ha de situar los extremos de las alas en un eje imaginario y no dudar en colocar su cuerpo en un ángulo de más de 45°.
La hembra 56 descubre que el cielo no está vacío. Nada de eso. Está lleno de corrientes. Algunas, las de «convección», la hacen subir. Los baches de aire, por el contrario, hacen que pierda altitud. Sólo puede descubrirlos observando a los insectos que van delante, y según sus movimientos anticipar…