Él hace lo mismo. Ya ha terminado con el trabajo de mensajero térmico, y ahora les llega el turno a las actividades de reparación.
Al llegar arriba, el macho 327 constata los destrozos. La Ciudad se ha construido con forma de cono para que la afecten menos las inclemencias del tiempo. Sin embargo, el invierno ha sido destructor. El viento, la nieve y el granizo han desprendido la primera capa de ramitas. Los excrementos de los pájaros han obturado algunas salidas. Hay que ponerse en seguida manos a la obra. 327 se lanza hacia una gran mancha amarilla y ataca con las mandíbulas la materia dura y fétida. Al otro lado aparece ya en transparencia la silueta de un insecto que está excavando desde el interior.
La mirilla óptica se había oscurecido. Le estaban mirando a través de la puerta.
– ¿Quién es?
– Gougne… Vengo por lo de la encuadernación.
La puerta se entreabrió. El tal Gougne bajó los ojos para ver a un chico rubio de unos diez años, y luego, aún más abajo, un perro minúsculo que, metiendo el hocico entre las piernas del chico, empezó a gruñir.
– Papá no está.
– ¿Estás seguro? El profesor Wells tenía que ir a verme y…
– El profesor Wells es mi tío abuelo. Pero ha muerto.
Nicolás intentó cerrar la puerta, pero el otro adelantó el pie, insistiendo.
– Mi más sincero pésame. Pero ¿estás seguro de que no ha dejado una especie de carpeta grande llena de papeles? Soy encuadernador. El profesor me pagó por adelantado para que le encuadernase sus notas de trabajo con unas cubiertas de cuero. Quería hacer una especie de enciclopedia, me parece. Tenía que pasar a verme y hace tiempo que no tengo noticias suyas.
– Ha muerto, ya se lo he dicho.
El hombre adelantó más el pie, empujando la puerta con la rodilla como si fuese a entrar empujando al chico. El perro a escala empezó a ladrar furiosamente. El hombre se inmovilizó.
– Compréndelo, me molestaría mucho que no mantuviese sus promesas, incluso a título póstumo. Por favor, compruébalo. Forzosamente ha de haber en alguna parte una gran carpeta roja.
– ¿Una enciclopedia, dice usted?
– Sí. El mismo le llamaba al conjunto de papeles «Enciclopedia del saber relativo y absoluto», pero me sorprendería que eso apareciese escrito en la cubierta.
– Si estuviese en casa ya la hubiésemos encontrado.
– Perdona que insista, pero…
El caniche enano se puso a ladrar otra vez. El hombre se echó atrás un milímetro, que al chico le bastó para darle con la puerta en las narices.
Toda la Ciudad está ya despierta. Los corredores están llenos de hormigas mensajeras térmicas que se apresuran a calentar el Hormiguero. Pero en algunos barrios hay aún ciudadanos inmóviles. Ya pueden las mensajeras sacudirlos, golpearles, que no se mueven.
Ni se moverán. Han muerto. La hibernación les ha sido fatal. No deja de ser un riesgo quedarse durante tres meses con un latido cardiaco casi inexistente. No han sufrido. Han pasado del sueño a la muerte durante un brusco vendaval que afectó a la Ciudad. Sus cadáveres son evacuados y arrojados a la depuradora… Cada mañana la Ciudad se deshace de esa manera de sus células muertas junto con los demás desperdicios.
Una vez limpias de impurezas las arterias, la ciudad de los insectos empieza a palpitar. Las patas se agitan. Las mandíbulas perforan. Las antenas pasan información. Todo vuelve a moverse como antes. Como antes del invierno anestesiante.
Mientras el macho 327 arrastra una ramita que muy bien debe de pesar sesenta veces su propio peso, una guerrera de más de quinientos días se le acerca. Le da unos golpecitos en la cabeza con sus segmentos-maza para atraer su atención. El macho levanta la cabeza. La guerrera aprieta sus antenas contra las de él.
Quiere que deje el trabajo de reparación del techo y que vaya con un grupo de hormigas en expedición de caza.
El macho le toca la boca y los ojos.
¿Qué expedición de caza?
La otra le hace oler un trozo de carne seca que tenía oculto en un pliegue de la articulación del tórax.
Parece ser que encontraron esto justo antes del invierno, en la región oeste a 23° en relación con el sol del mediodía.
El macho lo prueba. Evidentemente, es coleóptero. Crisomela, para ser más preciso. Es raro. Normalmente los coleópteros están aún en hibernación. Como todo el mundo sabe, las hormigas rojas salen del sueño con una temperatura del aire de 12°, las termitas lo hacen a 13°, las moscas a 14°, y los coleópteros a 15°.
La vieja guerrera no se deja convencer por este argumento. Le explica al macho que el trozo de carne procede de una región extraordinaria, calentada artificialmente por una fuente de agua subterránea. En ese lugar no hay invierno. Se trata de un microclima donde se han desarrollado una fauna y una flora específicas.
Además, la ciudad Hormiguero siempre tiene mucha hambre al despertar. Necesita urgentemente proteínas para volver a ponerse en marcha. Y el calor no basta.
El macho acepta.
La expedición la integran veintiocho hormigas de la casta de las guerreras. La mayoría son, como la que llegó con el encargo, viejas damas asexuadas. El macho 327 es el único miembro de la casta de los sexuados. Considera a distancia a sus compañeras a través del tamiz de sus ojos.
Con los millares de facetas de sus ojos no ve las imágenes repetidas miles de veces, sino una imagen en retícula. A las hormigas les cuesta percibir los detalles. En compensación, aprecian los más íntimos movimientos.
Las exploradoras de esta expedición parecen todas ellas habituadas a los viajes lejanos. Sus pesados vientres están líenos de ácidos. Sus cabezas están erizadas de armas poderosas. Sus corazas están marcadas por los golpes de mandíbula recibidos en el combate.
Marchan rectamente adelante hace muchas horas. Dejan atrás muchas ciudades, que se yerguen hacia el cielo o bajo los árboles. Ciudades hijas de la dinastía NI: Yodu-lu-baikan (la mayor productora de cereales); Giu-li-aikan (cuyas legiones de asesinas vencieron hace dos años a una coalición de las termiteras del Sur); Zedi-bei-nakan (famosa por sus laboratorios químicos capaces de producir ácidos de combate superconcentrados); Li-viu-kan (cuyo alcohol de cochinilla tiene un sabor a resina muy apreciado)
Porque las hormigas rojas se organizan no sólo en ciudades sino también en coaliciones de ciudades. La unión hace la fuerza. Así, en el Jura se ha podido ver federaciones de hormigas rojas que comprenden 15.000 hormigueros que ocupan una superficie de 80 hectáreas y con una población superior a los 200 millones de individuos.
Bel-o-kan aún no se encuentra entre ellas. Es una federación joven cuya dinastía original se fundó hace mil años. Según la mitología local, una hija extraviada por una terrible tempestad llegó antaño hasta aquí. Al no conseguir regresar a su propia federación, creó Bel-o-kan, y a partir de Bel-o-kan nació la Federación y, asimismo, de ahí proceden los centenares de generaciones de reinas Ni que la componen.
Belo-kiu-kiuni era el nombre de la primera reina. Que significa la «hormiga extraviada» Pero todas las reinas que ocupan el nido central han hecho suyo ese nombre.
De momento Bel-o-kan sólo está formada por una gran ciudad central y por 64 ciudades hijas federadas, repartidas en su periferia. Pero se impone ya como la mayor potencia política en este área del bosque de Fontainebleau.
Una vez han quedado atrás las ciudades aliadas, especialmente la-chola-kan, la ciudad belokaniana más occidental, los exploradores llegan ante unos pequeños altozanos: los nidos de verano o «puesto avanzados» Aún están vacíos. Pero 327 sabe que pronto, con la caza y las guerras, se llenarán de soldados.
Siguen en línea recta. La tropa baja por una amplia pradera turquesa y una colina cubierta de cardos. Dejan la zona de los territorios de caza. A lo lejos, hacia el norte, se ve ya la ciudad de las enemigas, Shi-gae-pu. Pero sus ocupantes aún deben estar durmiendo a estas horas.