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– Hola, hola, Bilsheim, ¿me recibe?.

– Fuerte y claro.

– ¿Todo va bien?

– Sin problemas.

– La longitud de la cuerda desenrollada indica que ha recorrido usted cuatrocientos ochenta metros.

– Estupendo.

– ¿Ha visto algo?

– Nada en especial. Sólo algunas inscripciones grabadas en la piedra.

– ¿Qué tipo de inscripciones?

– Fórmulas esotéricas. ¿Quiere que le lea una?

– No. Confío en su palabra.

El vientre de la hembra 56 está en plena ebullición. En su interior hay tirones, empujones, gesticulaciones. Todos los habitantes de su futura ciudad se impacientan.

Entonces, no busca ya más y elige una oquedad de tierra ocre y negra y decide fundar ahí su ciudad.

El lugar no está mal situado. Por los alrededores no hay olores de enanas, ni de termitas, ni de avispas. Hay incluso algunas pistas feromonas que indican que las belokanianas ya se han aventurado por el lugar.

Prueba la tierra. El suelo es rico en oligoelementos, la humedad es suficiente y no excesiva. Incluso hay un pequeño arbusto perpendicular.

Limpia una superficie circular de trescientas cabezas de diámetro, que viene a representar la forma óptima de su ciudad.

Agotada, deglute para hacer que suba el alimento de su buche social, pero hace tiempo que éste está vacío. Ya no tiene reservas de energía. Entonces, se arranca las alas de un tirón y se come sus raíces musculosas.

Con este aporte de calorías, debería mantenerse unos días.

Luego, se entierra hasta las antenas. Nadie debe poder verla en este período en el que no es más que una presa inofensiva.

Espera. La ciudad oculta en su cuerpo despierta lentamente. ¿Cómo la llamará?

En primer lugar, ha de encontrar un nombre de reina. Entre las hormigas, tener un nombre es existir como entidad autónoma. Las obreras, las soldados, los sexuados vírgenes no se designan más que por el número correspondiente a su nacimiento. Las hembras fértiles, por el contrario, pueden adoptar un nombre.

Bien, había salido perseguida por las guerreras con olor a roca, de manera que no tiene más que llamarse «la reina perseguida» O, mejor, ya que la perseguían porque había intentado resolver el enigma del arma secreta, y eso no debe olvidarlo, eso la lleva, en realidad, a ser la «reina surgida del misterio»

Así, decide llamar a su ciudad «ciudad de la reina surgida del misterio» Lo que en el idioma oloroso de las hormigas, se olfatea así:

CHLI-PU-KAN.

Dos horas más tarde, nueva llamada.

– ¿Va todo bien, Bilsheim?

– Estamos delante de una puerta. Una puerta como cualquier otra. Hay una gran inscripción. Los caracteres son antiguos.

– ¿Qué dice?

– ¿Quiere que esta vez se la lea?

– Sí.

El comisario orientó la linterna y se puso a leer, con voz lenta y solemne, debido a que iba descifrando el texto mientras lo leía:

«En el momento de la muerte el alma experimenta la misma sensación que los que son iniciados en los grandes Misterios.

»En primer lugar, hay carreras al azar con ingratos quiebros, viajes inquietantes y sin final a través de las tinieblas.

»Luego, antes del final, el horror llega al colmo. Estremecimientos, temblores, sudor frío, el horror predomina.

»A esta fase le sigue casi inmediatamente un ascenso hacia la luz, una brusca iluminación.

«Una luminosidad maravillosa se ofrece a los ojos, se pasa por lugares puros y praderas donde resuenan las voces y las danzas.

«Palabras sagradas inspiran el respeto religioso. El hombre perfecto e iniciado se hace libre, y celebra los Misterios»

Un policía se estremeció.

– ¿Qué hay detrás de la puerta? -pregunta el walkie-talkie.

– Bien… la abro… Seguidme, muchachos.

Un prolongado silencio.

– ¡Bilsheim! ¡Bilsheim! Conteste, maldita sea. ¿Qué es lo que ve ahora?

Se oyó un disparo.

Luego, otra vez silencio.

– ¡Bilsheim! ¡Conteste, amigo mío!

– Aquí Bilsheim.

– ¡Hable! ¿Qué es lo que pasa?

– Hay ratas. Miles de ratas. Se han lanzado contra nosotros, pero hemos conseguido hacerlas huir.

– ¿Ha sido eso el disparo?

– Sí. Ahora se han puesto a cubierto.

– Describa lo que ve.

– Aquí está todo rojo. Hay trazas de rocas ferrosas en las paredes y… ¡hay sangre en el suelo! Seguimos adelante.

– ¡Mantenga el contacto por radio! ¿Por qué lo corta?

– Prefiero actuar a mi manera y no de acuerdo con sus lejanos consejos, si usted me lo permite, señora.

– Pero Bilsheim…

Clic. Cortó la comunicación.

Satei no es, hablando con propiedad, un puerto, ni tampoco un puesto avanzado. Pero es con toda seguridad el lugar privilegiado de las expediciones belokanianas que cruzan el río.

Antaño, cuando las primeras hormigas de la dinastía Ni se encontraron ante este brazo de agua, comprendieron que no sería fácil cruzarlo. Sólo que la hormiga no renuncia nunca. Si es necesario, se dará de cabeza mil veces y de quince mil maneras distintas contra el obstáculo, hasta morir o hasta que el obstáculo ceda.

Tal forma de proceder parece ilógica. Y, ciertamente, ha costado muchas vidas y tiempo a la civilización mirmeceana, pero se demostró que valía la pena. Finalmente, a costa de esfuerzos desmesurados, las hormigas siempre han conseguido superar las dificultades.

En Satei, las exploradoras habían empezado intentando la travesía sobre sus patas. La película del agua era lo bastante resistente como para soportar su peso, pero desgraciadamente no ofrecía sostén para las garras. Las hormigas evolucionaban a la orilla del río como si llevasen patines. Dos pasos adelante, tres de lado y… ¡zas! las ranas se las comían.

Tras cien intentos infructuosos y unos miles de exploradoras sacrificadas, las hormigas buscaron algo distinto. Unas obreras formaron una cadena sujetándose con patas y antenas hasta alcanzar la otra orilla. Esta experiencia hubiese podido ser un éxito si el río no hubiese sido tan amplio y no hubiese estado tan atormentado por los remolinos. Doscientas cuarenta mil muertas. Pero las hormigas no renunciaban. Por instigación de la que era entonces su reina, Biu-pa-ni, trataron de hacer un puente con hojas, luego con ramitas, luego con cadáveres de coleópteros, luego con piedrecitas… lesas cuatro experiencias les costaron la vida a más de seiscientas setenta mil obreras. Biu-pa-ni ya había matado a más súbditos en el intento de edificar su utópico puente que los que habían muerto en todas las batallas libradas bajo su reinado.

Sin embargo, no cejó. Había que pasar por los territorios del Este. Después de lo de los puentes, se le ocurrió contornear el río remontando la corriente por el norte. Ninguna de las expediciones enviadas regresó jamás. 8.000 muertos. Luego se dijo que las hormigas tenían que aprender a nadar. 15.000 muertos. Luego se dijo que las hormigas tenían que intentar domesticar a las ranas. 68.000 muertos. ¿Y utilizar las hojas para planear en ellas lanzándose desde el gran árbol? 52 muertos. ¿Y caminar sobre el agua cubriendo las patas con miel endurecida? 27 muertos, «leyenda pretende que cuando le dijeron que ya no había mas de diez obreras indemnes en la ciudad y que había que renunciar por el momento al proyecto, la reina emitió esta sentencia:

¡Lástima! Aún tenía muchas más ideas…

Las hormigas de la Federación, sin embargo, acabaron encontrando una solución satisfactoria. Trescientos mil años después, la reina Lifug-riuni propuso a sus hijas excavar un túnel bajo el río. Era algo tan sencillo que a nadie se le había ocurrido antes. Y así fue cómo a partir de Satei se puede pasar bajo el río sin ninguna dificultad.