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La 103.683 y la 4.000 llevan ya muchos grados en ese túnel histórico. El lugar está húmedo, pero aún no hay vías de agua. La ciudad termita se ha construido en la otra orilla. Por otra parte, las termitas utilizan este mismo subterráneo para llevar a cabo sus incursiones en territorio federado. Hasta ahora se ha mantenido un acuerdo tácito. No se combate en el subterráneo y todo el mundo pasa por él libremente, termita u hormiga. Pero está claro que en cuanto una de las dos partes se considere dominante, la otra intentará bloquear o inundar el pasadizo.

Las dos hormigas caminan y caminan por la larga galería. El único problema es que la masa líquida que gravita sobre ellas está helada, y el subsuelo aún lo está más. El frío las entumece. Cada paso que dan se hace más difícil que el anterior. Si se quedasen dormidas ahí abajo, sería la hibernación para siempre. Y ellas lo saben. Por eso se apresuran para llegar a la salida. Toman del buche social las últimas reservas de proteínas y azúcares. Y, por fin, la salida… Al salir al aire libre, la 103.683 y la 4.000 están tan frías que se quedan adormiladas en medio del camino.

Seguir adelante de esa manera, en fila y en esa oscuridad, le hacía imaginarse cosas. Pero aquí no había nada que pensar, sólo llegar al final. Esperando que hubiese un final…

Tras él nadie hablaba. Bilsheim oía la respiración ronca de los seis policías, y se decía que él mismo era de verdad victima de una injusticia.

Ya debiera ser comisario principal, y tener una paga digna de ese nombre. Hacía bien su trabajo, sus horas de trabajo superaban la norma, ya había resuelto más de diez casos. Sólo que ahí estaba siempre la Doumeng bloqueando su ascenso.

La situación se le hizo repentinamente insoportable.

– ¡Mierda!

Todos se detuvieron.

– ¿Está bien, comisario?

– ¡Sí, sí! ¡Seguid!

El colmo de lo vergonzoso; estaba hablando solo. Se mordió los labios, exhortándose a comportarse algo mejor. Pero no habían pasado ni cinco minutos cuando ya estaba otra vez sumido en sus problemas.

No tenía nada contra las mujeres, pero sí tenía algo contra los incompetentes. «La vieja puta apenas sabe leer y escribir, no ha dirigido ni una sola investigación, y ahí está, al frente de todo el servicio, con ciento ochenta policías. Y tiene un salario que es cuatro veces el mío. Enrolaos en la Policía, te dicen. Y ella, que la nombró su predecesor, sólo por pura cuestión de cama. Y además, no deja en paz a nadie, es un verdadero tábano. Azuza a la gente los unos contra los otros, sabotea su propio servicio haciéndose la indispensable en todas partes…»

Al hilo de su reflexión, Bilsheim recordó un documental sobre los sapos. Éstos, cuando están en período de celo, se sienten tan excitados que saltan sobre todo lo que se mueve: hembras, y también machos, e incluso piedras. Presionan el vientre de su pareja para hacer salir de él los huevos que fertilizarán. Los que aprietan a las hembras ven sus esfuerzos recompensados. Los que aprietan los vientres de los machos no consiguen nada y cambian de pareja. Los Que aprietan las piedras se hacen daño en los brazos y abandonan.

Pero existe un caso aparte: el de las pellas de tierra. La pella de tierra es tan blanda como un vientre de hembra sapo. Y entonces, los machos no dejan de apretar. Pueden pasar días y más días repitiendo este estéril comportamiento. Creen que están haciendo lo mejor que pueden hacer…

El comisario sonrió. Quizá sería suficiente explicarle a la tal Solange que eran posibles otros comportamientos, bastante más eficaces que el consistente en bloquearlo todo y jorobar a los subalternos. Aunque él mismo no creía mucho en ello. Se dijo que después de todo, era él más bien quien no estaba donde le correspondía en el maldito servicio.

Los demás, tras él, también iban sumidos en negros pensamientos. Ese descenso silencioso les tenía a todos nerviosos. Hacia ya cinco horas que andaban sin parar. La mayoría de ellos pensaban en la prima que iban a exigir después de la aventura; otros pensaban en sus mujeres, en sus hijos, en su coche o en una jarra de cerveza…

NADA: ¿Qué hay más agradable que dejar de pensar? Abandonar por fin esa oleada desbordante de ideas más o menos útiles o más o menos importantes. ¡Dejar de pensar! Como si uno estuviese muerto y pudiese volver a estar vivo. Ser la nada. Volver al supremo origen. No ser ya ni siquiera alguien que no piensa en nada. Ser nada-Una noble ambición.

EDMOND WELLS

Enciclopedia del saber relativo y absoluto.

Los cuerpos de las dos soldados, que han permanecido toda la noche inertes en la orilla fangosa, se reaniman con los primeros rayos del sol.

Una por una, las facetas de los ojos de la 103.683 se reactivan, iluminando su cerebro con el nuevo decorado que tiene delante. Es un decorado compuesto en su totalidad por un enorme ojo suspendido por encima de ella, fijo y atento.

La joven asexuada exhala una feromona de terror que hace arder sus antenas. Al ojo también le da miedo y se retira precipitadamente, y con él se echa atrás el largo cuerno que lo sostiene. Ambos se ocultan bajo una especie de piedra redonda. ¡Un caracol!

Hay otros a su alrededor. Cinco en total, ocultos en sus conchas. Las dos hormigas se acercan a uno de ellos y lo rodean. Tratan de morderlo, pero no pueden. Ese nido ambulante es una fortaleza inexpugnable.

Una frase de la Madre le viene a la memoria: La seguridad es mi peor enemigo, ya que adormece mis reflejos y mis iniciativas.

La 103.683 se dice que esos animales ocultos en sus conchas han vivido siempre con facilidad, ramoneando hierbas inmóviles. Nunca han tenido que pelear, ni cazar, ni huir. Nunca han tenido que enfrentarse con la vida. Y, así, nunca han evolucionado.

Siente el capricho de forzarles a salir de sus conchas, para demostrarles que no son invulnerables. Precisamente, dos de los cinco caracoles consideran que el peligro ha pasado. Hacen entonces que los cuerpos abandonen su resguardo para desahogar la tensión nerviosa.

Se unen, y se estrechan vientre contra vientre. Baba con baba, quedan soldados en un beso pegajoso que les recorre todo el cuerpo. Sus sexos se rozan.

Y ocurren ciertas cosas entre ellos.

Ocurren muy despacio.

El caracol de la derecha ha hundido su pene formado por una punta calcárea en la vagina llena de huevos del caracol de la izquierda. Pero éste no ha llegado aún al éxtasis y ya desvela a su vez un pene en erección, que hunde en su pareja.

Los dos experimentan el placer de penetrar y ser penetrados simultáneamente. Equipados con una vagina por debajo de un pene, pueden experimentar paralelamente las sensaciones de los dos sexos.

El caracol de la derecha siente el primer orgasmo masculino. Se estremece y se tensa, con el cuerpo recorrido por la electricidad. Los cuatro cuernos oculares de los hermafroditas se entrelazan. La baba se convierte en espuma, y luego en burbujas. Es una danza muy apretada, y de una sensualidad exacerbada por la lentitud de los gestos.

El caracol de la derecha yergue los cuernos. Experimenta a su vez un orgasmo masculino. Pero apenas ha acabado de eyacular cuando su cuerpo le procura una segunda oleada de voluptuosidad, esta vez vaginal. El caracol de la derecha experimenta a su vez el goce femenino.

Entonces, sus cuernos se inclinan abajo, sus flechas amorosas se contraen, sus vaginas se cierran… Tras completar este acto, los amantes se convierten en imanes con idéntica polaridad. Se produce la repulsión. Un fenómeno tan viejo como el mundo. Las dos máquinas de recibir y dar se alejan lentamente, con sus huevos fertilizados por los espermatozoides de la pareja.