Una tarde, ya a última hora, cuando están escalando el tronco de un avellano, se ven repentinamente rodeadas por otras hormigas rojas. Una vez más esos animalitos del Sur que han salido a conocer el país. Su cuerpo alargado tiene un aguijón venenoso del que todo el mundo sabe que el menor contacto provoca una muerte instantánea. Las dos exploradoras quisieran ahora estar en cualquier otra parte.
Descontando algunas mercenarias degeneradas, la 103.683 aún no ha visto nunca hormigas rojas con aguijón en el gran Exterior. Decididamente, vale la pena descubrir las tierras del Este.
Agitación de antenas. Las hormigas rojas pueden comunicarse en la misma lengua que las belokanianas.
No tenéis las feromonas pasaportes adecuadas. ¡Fuera! Éste es nuestro territorio.
Las dos exploradoras responden que sólo están de paso y que quieren ir al fin del mundo oriental. Las hormigas con aguijón deliberan.
Han reconocido a las otras dos como pertenecientes a la federación de las rojas. Y puede que la Federación esté lejos, pero es poderosa (65 ciudades antes de la última enjambrazón) y la reputación de sus ejércitos ha cruzado el río del oeste. Quizá sea mejor no buscar pretextos para un conflicto. Un día, fatalmente, unas rojas con aguijón, que son una especie migratoria, se verán obligadas a pasar por los territorios federados.
Los movimientos de las antenas se sosiegan progresivamente. Es el momento de establecer un resumen de lo discutido. Una roja transmite el parece del grupo:
Podéis pasar aquí una noche. Estamos dispuestas a indicaros el camino del fin del mundo, e incluso a acompañaros hasta allí. A cambio, nos dejaréis algunas de vuestras feromonas de identificación.
Es un trato equitativo. La 103.683 y la 4.000 saben que al hacer entrega de sus feromonas están entregándoles a las otras un precioso salvoconducto para todos los vastos territorios de la Federación. Pero poder ir al fin del mundo y regresar es algo que no tiene precio…
Sus anfitrionas las guían hacia el campamento, situado Unas ramas más arriba. No se parece a nada conocido. Las hormigas rojas con aguijón, que son tejedoras y costureras, han hecho su nido provisional cosiendo borde con borde tres grandes hojas de avellano. Una de ellas sirve como base y las otras dos como muros laterales.
La 103.683 y la 4.000 observan a un grupo de tejedoras, ocupadas en cerrar el «techo» antes de que se haga de noche. Seleccionan la hoja de avellano que hará de cielorraso, para unir esta hoja con las otras tres, forman una escala viviente con decenas de obreras subidas unas encima de otras hasta formar un montículo capaz de llegar hasta la hoja cielorraso.
El montón se viene abajo muchas veces. Hay que llegar demasiado alto.
Entonces, cambian de método. Un grupo de obreras se iza hasta la hoja cielorraso, formando una cadena que se agarra al extremo del vegetal, pendiendo de él. La cadena baja y baja para unirse a la escala viviente que sigue situada abajo. Pero todavía queda demasiado lejos, aunque la cadena esté lastrada en su extremo por un grupo de hormigas.
Casi lo han conseguido. El tallo de la hoja se ha doblado. Sólo faltan unos pocos centímetros hacia la derecha. Las hormigas de la cadena imprimen un movimiento de péndulo para reducir la separación. Al final de cada balanceo la cadena se estira, parece a punto de romperse, pero aguanta bien. Por fin, las mandíbulas de las acróbatas de arriba y de abajo se encuentran.
Segunda maniobra. La cadena se encoge. Las obreras de en medio, con mil precauciones, salen de la fila, suben a hombros de sus colegas, y todo el mundo tira para acercar las dos hojas. La hoja cielorraso baja poco a poco, extendiendo su sombra sobre el suelo.
Pero, aunque la caja tiene ya su cubierta, ahora hay que dejarla sellada. Una vieja hormiga se introduce en el interior de un recinto y vuelve a salir con una gran larva. Ése es el instrumento para la operación de tejido.
Se ajustan los bordes paralelamente y se mantienen en contacto. Luego llevan ahí la larva fresca. La desdichada estaba haciéndose el capullo para operar su muda con toda tranquilidad, pero no se le deja elección. Una obrera coge un hilo de dentro de esta pelota y empieza a devanar. Pega con un, poco de saliva la extremidad a una hoja y le pasa a continuación el capullo a su vecina.
La larva, al sentir que le quitan su hilo, produce otro para compensar. Cuanto más la desnudan, más frío tiene y más hilo segrega. Las obreras lo aprovechan. Se pasan la semilla viviente de mandíbula en mandíbula, sin ahorrar hilo. Cuando la larva muere, agotada, cogen otra. Así se sacrifican diez larvas para realizar esta obra.
Acaban cerrando el aspecto de una caja verde con las aristas blancas. La 103.683 que se pasea por ella casi como si fuese su propia casa, ve en varias ocasiones unas hormigas negras entre la multitud de hormigas rojas. Y no puede menos que preguntar:
¿Son mercenarias?
– No. Son esclavas.
Sin embargo, las hormigas rojas con aguijón no son conocidas por sus costumbres esclavistas… Una de ellas consiente en explicar que hace poco han tropezado con una horda de hormigas esclavistas que se encaminaban hacia el oeste, y que entonces intercambiaron con ellas huevos negros por un nido tejido portátil.
La 103.683 no deja ir tan de prisa a su interlocutora y le pregunta si el encuentro no se convirtió a continuación en una pelea. La otra contesta que no, que las terribles hormigas tenían ya un exceso de esclavas. Y además, les daba miedo el aguijón mortal de las rojas.
Las hormigas negras que salieron de los huevos objeto del trueque habían adquirido los olores pasaportes de sus anfitrionas y las servían como si fuesen sus parientes. Y ¿cómo pueden ellas saber que su patrimonio genético hace de ellas depredadoras y no esclavas? Éstas no saben nada del mundo exterior, tan sólo lo que las rojas quieren decirles.
¿No teméis que se rebelen?
Bueno, ya había habido algunos sobresaltos. Por lo general, las rojas se anticipaban a los incidentes y eliminaban a las recalcitrantes aisladas. Y mientras las negras no supiesen Que las habían robado de un nido y formaban parte de otra especie, carecían de motivación real…
La noche y el frío caen sobre el avellano, A las dos exploradoras les dejan un rincón donde pasar la minihibernación nocturna.
Chli-pu-kan va creciendo poco a poco. Para empezar, se ha acondicionado la Ciudad prohibida. No está construida en el tocón de un árbol, sino en un extraño objeto enterrado en el lugar: una lata de conservas herrumbrosa que en otro tiempo contuvo tres kilos de compota y que procede de un orfelinato próximo.
En este nuevo palacio, Chli-pu-ni pone con frenesí mientras la saturan de azúcares, grasas y vitaminas.
Las primeras hijas han construido justo debajo de la Ciudad prohibida una casa-cuna calentada con humus en descomposición. Es lo más práctico, mientras llegan la cúpula de ramitas y el solario que rematarán los trabajos.
Chli-pu-ni quiere que su ciudad se beneficie de todas las técnicas conocidas: criaderos de setas, hormigas cisterna, rebaño de pulgones, enredaderas de soporte, salas de fermentación de melado, sala de elaboración de harinas de cereales, sala de mercenarias, sala de espías, sala de química orgánica, etc.
Y por todos los rincones hay movimiento. La joven reina ha sabido comunicar su entusiasmo y sus esperanzas. Nunca aceptaría que Chli-pu-kan fuese una ciudad federada como las demás. Ambiciona que sea un polo vanguardista, la punta de lanza de la civilización mirmeceana. Y desborda sugerencias.
Por ejemplo, se ha descubierto en las proximidades del nivel -12 un arroyo subterráneo. El agua es un elemento que no se ha estudiado lo suficiente, en su opinión. Habría que encontrar un medio para caminar sobre ella.
En los primeros tiempos, un equipo se había encargado de estudiar los insectos que viven en agua dulce… ¿Son comestibles? ¿Llegará un día en que se les pueda criar en balsas bajo control?