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La propia Chli-pu-ni lanza otra idea futurista. Recuerda el coleóptero rinoceronte que la liberó de la tela de araña. ¡Una máquina de guerra perfecta! Los rinocerontes no sólo tienen un gran cuerno frontal, no sólo tienen un caparazón blindado, sino que vuelan también a gran velocidad. La Madre piensa en una legión de esos animales, con diez artilleras en la cabeza de cada uno. Ya ve lanzarse a esas tripulaciones, casi invulnerables, sobre las tropas enemigas e inundándolas con ácido…

La única dificultad es que tanto los díticos como los rinocerontes presentan dificultades para su domesticación mientras no lleguen a aprender su idioma. Así, muchas obreras dedican todo su tiempo a descifrar sus emisiones olfativas y a intentar hacerles comprender el idioma feromonal de las hormigas.

Si bien los resultados son por el momento mediocres, las chlipukanianas provocan su apego hartándoles de melado. El alimento es, finalmente, el idioma insecto más extendido.

Pese a ese dinamismo colectivo, Chli-pu-ni está preocupada. Se han enviado tres escuadras de embajadoras hacia la Federación para que se les reconozca que son la sexagésimo quinta ciudad y sigue sin haber respuesta. ¿Será que Belo-kiu-kuni rechaza esa alianza?

Cuanto más piensa en ello más convencida está Chli-pu-ni de que sus embajadoras espían han debido de cometer torpezas, y que las han interceptado las guerreras con olor a roca. A no ser que hayan quedado simplemente encantadas con los efluvios de la lomechuse del nivel -50… O quién sabe qué otra cosa.

Pero la reina no tiene intención de renunciar ni a su reconocimiento por la Federación ni a proseguir su investigación. Decide enviar a la 801, su mejor y más sutil guerrera. Para comunicarle todos los detalles de la misión, la reina opera una CA con la joven soldado, que así sabrá tanto como ella acerca de ese misterio. La guerrera, con ello, se convertirá en:

El ojo que ve

La antena que percibe

La garra que golpea de Chli-pu-kan.

La anciana señora había preparado una mochila de vituallas y bebidas, entre ellas tres termos de tisana caliente. Por encima de todo, no había que actuar como el antipático de Leduc, obligado a regresar de prisa al haber olvidado el factor alimentación… Pero, en cualquier caso, ¿hubiese dado con el código? Augusta se permitía dudarlo.

Entre otros accesorios, Jason Bragel se había pertrechado de bombas lacrimógenas de gran tamaño y de tres mascaras de gas. Daniel Rosenfeld, por su parte, llevaba una cámara fotográfica con flash, un modelo del último grito.

Estaban ahora dando vueltas en el tiovivo de piedra. Como había sido el caso con todos los que les habían precedido, el descenso hacía reaparecer los recuerdos, pensamientos olvidados. La niñez, los padres, los primeros dolores, los errores cometidos, el amor frustrado, el egoísmo, el orgullo, los remordimientos…

Sus cuerpos se movían de forma maquinal, más allá de toda posibilidad de cansancio. Se hundían en la carne del planeta, en su vida pasada. ¡Ah, qué larga era una vida, cuan destructora podía ser!… Y con más facilidad destructora que creativa…

Llegaron finalmente ante una puerta. En ella había grabado un texto: «En el momento de la muerte, el alma experimenta la misma sensación que aquellos que se inician en los Grandes Misterios. En primer lugar se producen carreras al azar con penosos giros, viajes inquietantes y sin final a través de las tinieblas. Luego, antes del final, el terror llega al colmo. El estremecimiento, el temblor, el sudor frío, el horror dominan. A esta fase le sigue casi de inmediato una ascensión hacia la luz, una brusca iluminación. Una luminosidad maravillosa se ofrece a los ojos, se pasa por lugares puros y praderas donde resuenan las voces y las danzas. Unas palabras sagradas inspiran el respeto religioso. El hombre perfecto e iniciado se hace libre y celebra los Misterios»

Daniel tomó una fotografía.

– Conozco este texto -dijo Jasón. Es de Plutarco.

– Hermoso texto, en verdad.

– ¿No les da miedo? -preguntó Augusta.

– Sí, pero para eso está ahí. Y en todo caso ahí se dice que tras el terror viene la iluminación. Así pues, actuemos por etapas. Si es necesario un poco de terror, dejémonos aterrorizar…

– Eso precisamente. Las ratas…

Fue como si no tuviese más que mencionarlas. Ahí estaban. Los tres exploradores sentían sus presencias furtivas, su contacto al nivel del calzado. Daniel utilizó otra vez su cámara. El flash reveló la imagen repulsiva de una alfombra de pelotas grises y orejas negras. Jason se apresuró a distribuir las máscaras antes de pulverizar generosamente gas lacrimógeno a su alrededor. A los roedores no les hizo falta que se lo dijesen dos veces…

Siguieron bajando durante mucho rato todavía.

– ¿Y si comiésemos algo, señores? -propuso Augusta.

Así que comieron algo. El episodio de las ratas parecía olvidado y los tres se sentían del mejor humor. Como hacía un poco de frío acabaron su colación con un sorbo de licor y un buen café caliente.

Cavan prolongadamente antes de poder subir de nuevo a una zona en la que la tierra es blanda. Un par de antenas emergen por fin, como un periscopio; unos olores desconocidos las inundan.

El aire libre. Ya están al otro lado del fin del mundo. Y sigue sin aparecer el muro de agua. Aunque se trata de un universo que, verdaderamente, no se parece en nada al otro. Si bien identifican aún algunos árboles y plantas, inmediatamente después aparece un desierto gris, duro y liso. No hay la menor termitera ni hormiguero a la vista.

– Dan unos pasos. Pero enormes cosas negras caen a su alrededor. Es algo parecido a lo de los Guardianes, pero estas cosas caen un poco a la buena de Dios.

Y eso no es todo. Hacia delante, lejos, se yergue un monolito gigantesco, tan alto que sus antenas no llegan a percibir su límite. Ensombrece el cielo, aplasta la tierra.

Esto debe de ser el muro del fin del mundo, y detrás está el agua, piensa la 103.683.

Avanzan aún un poco, para darse de manos a boca con un grupo de cucarachas amontonadas encima de un trozo de…no se sabe qué. Los caparazones transparentes dejan ver todas las vísceras, todos los órganos e incluso la sangre que late en las arterias. ¡Repugnante! Al batirse en retirada, tres segadoras quedan pulverizadas por la caída de una cosa.

La 103.683 y sus tres últimas compañeras deciden seguir a pesar de todo. Pasan por muretes porosos, siempre en dirección al monolito de altura infinita. Y de repente se encuentran en una región aún más desconcertante. El suelo es rojo y tiene el tacto de una fresa. Ven una especie de pozo y ya están considerando bajar para tener algo de sombra, cuando bruscamente una gran esfera blanca de seis cabezas de diámetro por lo menos surge del cielo, bota y se lanza sobre ellas. Se lanzan al pozo… y les da el tiempo justo de pegarse a las paredes cuando la esfera se estrella en el fondo.

Vuelven a salir enloquecidas, y corren. A su alrededor el suelo es azul, verde o amarillo, y por todas partes hay pozos como el anterior y esferas blancas que las persiguen. Esta vez es demasiado, el valor tiene un límite. Este universo es demasiado diferente para que resulte soportable.

Entonces huyen, corriendo desalentadas, vuelven a pasar por el subterráneo y vuelven con rapidez al mundo normal.

CIVILIZACIÓN (continuación): Otro gran choque entre civilizaciones: el encuentro de Occidente y Oriente.

Los Anales del Imperio chino hablan, alrededor del año 115 de nuestra era, de la llegada de un barco, verosímilmente de origen romano, al que una tempestad había averiado y que se estrelló en la costa después de permanecer unos días a la deriva.