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Jonathan se acerca un poco más. Una dulzura y un aire distendido poco comunes emanan de su persona. Augusta está muy sorprendida.

– Pero deben de estar extenuados. Síganme.

Empuja la puerta por la que ha aparecido un momento antes y les lleva a una estancia donde hay muchos asientos dispuestos en circulo.

– ¡Lucie! -llama. ¡Tenemos visita!

– ¡Lucie! ¿Está contigo? -exclama feliz Augusta.

– ¿Cuántos son ustedes aquí? -pregunta Daniel.

– Hasta ahora éramos dieciocho: Lucie, Nicolás, los ocho bomberos, el inspector, los cinco policías, el comisario y yo. Pronto podrán verles. Perdónenme, pero para nuestra comunidad son ahora las cuatro de la madrugada y todo el mundo está durmiendo. Sólo a mí me ha despertado su llegada. Qué han estado ustedes haciendo para armar tanto jaleo en los corredores…

Lucie aparece, también ella en bata.

Se adelanta hacia ellos sonriendo y les besa a los tres. A su espalda, unas formas en pijama asoman la cabeza por el marco de una puerta para ver a los «recién llegados»

Jonathan toma una garrafa de la fuente y unos cuantos vasos.

– Les dejaremos un momento para vestirnos y arreglarnos. Recibimos a todos los nuevos con una pequeña celebración, pero no sabíamos que aparecerían ustedes en plena noche… Hasta ahora.

Augusta, Jason y Daniel no se mueven. Es tan enorme toda esa historia. Daniel se pellizca el antebrazo. Augusta y Jason encuentran que la idea es excelente y también lo hacen. Pero no, la realidad va a veces más allá que el sueño. Se miran, deliciosamente perplejos, y sonríen.

Unos minutos después están todos reunidos, sentados en divanes. Augusta, Jason y Daniel se han recuperado y están ahora ávidos de información.

– Hace un momento hablaba usted de chimeneas. ¿Estamos lejos de la superficie?

– No. Tres o cuatro metros como mucho.

– Entonces, ¿se puede salir al aire libre?

– No, no. Jean Androuet Du Cerceau situó y construyó este templo justo bajo una inmensa roca plana de una solidez a toda prueba, de puro granito.

– Sin embargo, está horadada por un agujero del tamaño de un brazo -completa Lucie. Ese agujero se utilizaba como conducto para la ventilación.

– ¿Se utilizaba?

– Sí. Ahora se dedica a otro uso. No es nada grave; hay otras chimeneas laterales para la ventilación. Ya ven que aquí no se siente ahogo ninguno…

– Y ¿no se puede salir?

– No. Al menos no por arriba.

Jason parece muy preocupado.

– Pero, Jonathan, ¿por qué hiciste entonces esa pared pivotante, esa nasa, ese suelo que cae…? ¡Estamos completamente bloqueados en este lugar!

– De eso se trata, precisamente. Todo eso me ha exigido muchos medios y esfuerzo. Pero era necesario. Cuando llegué por primera vez a este templo, tropecé con el atril. Además de la Enciclopedia del saber relativo y absoluto, encontré una carta de mi tío dirigida a mi personalmente. Aquí está.

Entonces pudieron leer:

«Querido Jonathan:

»Has decidido bajar a pesar de mi advertencia. Eres, pues, más valiente de lo que creía. Según mi opinión, había una posibilidad entre cinco de que lo consiguieses. Tu madre me había hablado de tu fobia a la oscuridad. Si estás aquí es porque has conseguido, entre otras cosas, superar esa desventaja y tu voluntad se ha fortalecido. Es algo que necesitaremos.

«Encontrarás en esta carpeta la Enciclopedia del saber relativo y absoluto, que en el momento en que redacto estas palabras tiene 288 capítulos que hablan de mis trabajos. Deseo que tú los continúes; vale la pena.

»Lo esencial de estas investigaciones se relaciona con la civilización hormiga. Bien, ya lo leerás y lo comprenderás. Pero en primer lugar he de pedirte algo muy importante. En el momento en que has llegado aquí aún no he tenido tiempo para levantar las defensas (si lo hubiese conseguido no hubieses encontrado esta carta redactada en estos términos) para proteger mi secreto.

»Te pido que las levantes tú. Ya he hecho algunos esquemas, pero creo que tú podrás mejorar mis sugerencias, ya que tienes tus propios conocimientos. El objetivo de esos mecanismos es sencillo. Es necesario que la gente no pueda entrar con facilidad hasta mi escondite, y que los que lo consigan no puedan ya nunca dar media vuelta para contar lo que encuentren.

«Espero que lo consigas, y que este lugar te entregue tantas "riquezas" como a mí me ha proporcionado.

Edmond

– Jonathan aceptó el envite -explicó Lucie. Levantó todas las trampas previstas, y ya han podido ustedes comprobar que funcionan.

– ¿Y los cadáveres? ¿Son de la gente que murió víctima de las ratas?

– No. -Jonathan sonrió. Les aseguro que no ha habido ninguna muerte en este subterráneo desde que Edmond se estableció en él. Los cadáveres que han visto son de hace cincuenta años por lo menos. Desconocemos qué dramas se desarrollaron aquí en esa época. Alguna secta…

– Pero, entonces, ¿nunca más podremos volver arriba? -preguntó Jason, inquieto.

– Nunca.

– Habría que llegar hasta el agujero que hay encima de la red, a ocho metros de altura, pasar por la nasa en sentido contrario, lo que es imposible, y no tenemos ningún material que pueda fundirla, y luego pasar al otro lado del muro, y Jonathan no ha previsto un sistema de apertura que se pueda accionar desde este lado.

– Sin mencionar las ratas…

– ¿Cómo te las arreglaste para llevar las ratas ahí abajo? -preguntó Daniel.

– Eso se le ocurrió a Edmond. Instaló a una pareja de ratas, Rattus norvegicus, especialmente grandes y agresivas, en una anfractuosidad de la roca, con una gran reserva de alimentos. Sabía que eso era una bomba de relojería. Cuando las ratas están bien alimentadas se reproducen a un ritmo exponencial. Seis crías cada mes, que a su vez están dispuestas para procrear al cabo de dos semanas… Para protegerse, mi tío utilizaba un pulverizador de feromonas de agresión insoportable para los roedores.

– ¿Entonces fueron las ratas las que mataron a Ouarzazate? -preguntó Augusta.

– Desgraciadamente, sí. Y Jonathan no había previsto que las ratas que pasasen al otro lado del «muro de la pirámide» se volverían aún más feroces.

– Un compañero nuestro, que ya sufría de fobia contra las ratas, se descompuso por completo cuando uno de esos grandes alimañas le saltó a la cara y le arrancó un trozo de nariz. Subió inmediatamente; el muro de la pirámide no había tenido tiempo de volver a cerrarse. ¿Tienen ustedes noticias suyas de la superficie? -preguntó uno de los policías.

– Oí decir que se había vuelto loco y que le habían encerrado en un asilo -respondió Augusta. Pero sólo son habladurías.

Y la señora va a tomar un vaso de agua, pero se da cuenta de que encima de la mesa hay un montón de hormigas. Lanza un grito y, de forma instintiva, las barre con el dorso de la mano. Jonathan salta, agarrándola por la muñeca. Su mirada dura contrasta con la extrema serenidad que había reinado hasta ese momento en el grupo. Y su antiguo tic de la boca, del que parecía curado, reaparece. -No hagas eso… nunca más.

Sola en sus aposentos, Belo-kiu-kiuni devora distraídamente un montón de sus propios huevos; su alimento preferido, a fin de cuentas.

Sabe que esa tal 801 es algo más que una embajadora de la nueva ciudad. La 56, o más bien la reina Chli-pu-ni, ya que así quiere llamarse, la ha enviado para seguir la investigación.

Pero no tiene por qué preocuparse, sus guerreras con perfume de rocas acabarán con ella sin problemas. Especialmente la coja está muy bien dotada para aliviar a la gente del peso de la vida. Es toda una artista.

Sin embargo, es la cuarta vez que Chli-pu-ni le envía embajadoras demasiado curiosas. Las primeras murieron antes incluso de descubrir la sala de la lomechuse. Las segundas y las terceras sucumbieron a las sustancias alucinógenas del coleóptero envenenado. Y esta 801 ha ido abajo apenas terminada la entrevista con la madre. Decididamente, cada vez están más impacientes por morir. Y también cada vez llegan más abajo en la Ciudad. ¿Y si una de ellas consiguiese a pesar de todo encontrar el pasadizo? ¿Y si descubriese el secreto? ¿Y si extendiese el efluvio…?