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La cerilla no llega a ningún punto embebido de alcohol de quemar ni de herbicida. Entonces, se apaga.

Los chicos se enfadan.

– ¡Vaya mierda!

– Ya sé lo que vamos a hacer. Pondremos un trozo de papel, así conseguiremos hacer una gran llama que forzosamente llegará hasta el alcohol.

– ¿Llevas papel encima?

– Bueno… sólo un billete del metro.

– Dámelo.

Una centinela de la cúpula ve algo misterioso: no sólo hace un momento que hay muchas zonas que huelen a alcohol, sino que además un trozo de madera amarilla acaba de aparecer en lo alto de la cúpula. Establece contacto inmediato con una célula de trabajo para limpiar el alcohol de esas ramitas y para retirar la madera amarilla.

Otra centinela llega corriendo a la puerta número 5.

¡Alerta! ¡Alerta! ¡Un ejército de hormigas rojas nos ataca!

Una tercera centinela ve cómo una gran llama se levanta en la punta del trozo de madera amarilla.

Las chlipukanianas galopan a paso de carga, como se lo han visto hacer a las esclavistas.

Primera explosión.

Toda la cúpula se abrasa de una vez.

Deflagraciones, chispas.

Jean y Philippe intentan mantener los ojos abiertos a pesar del calor. El espectáculo no resulta decepcionante. La madera seca arde con rapidez. Cuando las llamas llegan a los charcos de herbicida, hay un estallido. Detonaciones y pavesas verdes, rojas y malvas brotan de la «Ciudad de la reina perdida»

El ejército chlipukaniano se detiene. El solario arde en primer lugar, con todos los huevos, y el ganado, y luego el incendio se propaga al resto de la cúpula.

El tocón de la Ciudad prohibida se ha visto afectado desde Tos primeros segundos de la catástrofe. Las porteras han estallado. Unas guerreras se lanzan en un intento de liberar a la única ponedora. Pero es demasiado tarde, ésta ha muerto ahogada por los gases tóxicos.

Las alertas crepitan a toda velocidad. Alerta en 1a fase; se lanzan las feromonas excitantes; alerta en 2.a fase: siniestro tamborileo en todos los corredores; alerta en 3.a fase: unas «locas» corren por las galerías y comunican su pánico; alerta en 4,a fase: todo lo precioso (huevos, sexuados, ganado, alimentos…) hacia los niveles más profundos, mientras que en sentido inverso las soldados suben para presentar batalla.

En la cúpula tratan de encontrar soluciones. Llegan legiones de artilleras para extinguir el fuego en ciertas zonas lanzando ácido fórmico concentrado a menos del 10 %. Estos bomberos improvisados, al darse cuenta de la eficacia de su esfuerzo, riegan a continuación la Ciudad Prohibida. Quizá humedeciéndola puedan salvar el tocón.

Pero el fuego avanza. Se ahogan con los humos tóxicos. Las arcadas de madera incandescente caen sobre la multitud embotada. Los caparazones se funden y se retuercen como plástico en una cacerola.

Nada resiste el asalto de ese calor extremo.

EPISODIO: Me he equivocado. No somos iguales, somos concurrentes. La presencia de los humanos sólo es un corto «episodio» en su reinado indiviso sobre la Tierra.

Ellas son infinitamente más numerosas que nosotros. Poseen más ciudades, ocupan muchos más nichos ecológicos. Viven en zonas secas, heladas, cálidas o húmedas, donde ningún hombre podría sobrevivir. Dondequiera que miremos, hay hormigas.

Estaban aquí cien millones de años antes que nosotros, y a juzgar por el hecho de que han sido uno de los pocos organismos que han resistido la bomba atómica, seguramente seguirán aquí cien millones de años después que nosotros. Nosotros no somos más que un accidente de tres millones de años en su historia. Por otra parte, si unos extraterrestres llegaran un día a nuestro planeta, no se equivocarían. Tratarían sin duda alguna de hablar con ellas. Ellas son las verdaderas dueñas de la Tierra.

EDMOND WELLS

Enciclopedia del saber relativo y absoluto.

La mañana del día siguiente, la cúpula ya ha desaparecido por completo. El tocón negro ha quedado erguido, desnudo, en medio de la ciudad.

Cinco millones de ciudadanos han muerto. De hecho, todas las hormigas que estaban en la cúpula y en sus inmediatos alrededores.

Todas las que tuvieron presencia de ánimo para bajar están indemnes.

Los humanos que viven debajo de la Ciudad no se han dado cuenta de nada. La enorme losa de granito se lo ha impedido. Y todo ha ocurrido durante una de sus noches artificiales.

La muerte de Belo-kiu-kiumi queda como el hecho más preñado de amenazas; al carecer de su ponedora, el Nido parece claramente amenazado.

El ejército chlipukaniano, sin embargo, ha participado en la lucha contra el fuego. En cuanto las guerreras se enteran de la muerte de Belo-kiu-kiuni, envían mensajeros a su Ciudad. Unas horas después, sobre un coleóptero rinoceronte, llega Chli-pu-ni en persona para comprobar los destrozos.

Cuando llega a la Ciudad prohibida, unas hormigas bomberos están aún regando las cenizas. Ya no hay contra qué luchar. La reina pregunta, y le cuentan el incomprensible desastre.

Como ya no hay reinas fecundas, se convierte naturalmente en la nueva Belo-kiu-kiuni y hace suyos los aposentos reales de la Ciudad central.

Jonathan es el primero en despertar y le sorprende oír la crepitación de la impresora del ordenador.

En la pantalla hay una palabra.

¿Por qué?

Así que ellas han emitido durante la noche. Quieren dialogar. Teclea la frase que precede ritualmente cada diálogo.

Humano: Saludos, soy Jonathan.

Hormiga: Yo soy la nueva Belo-kiu-kiuni. ¿Por qué?

Humano: ¿La nueva Belo-kiu-kiuni? ¿Dónde está la antigua?

Hormiga: Vosotros la habéis matado. Yo soy la nueva Belo-kiu-kiuni. ¿Por qué?

Humano: ¿Qué ha pasado?

Hormiga: ¿Por qué?

Y luego la conversación se corta.

Ahora ya lo sabe todo.

Son ellos, los humanos, quienes lo han hecho. Madre les conocía. Siempre supo quiénes eran.

Y mantuvo la información en secreto.

Y ordenó la ejecución de todos aquellos que hubiesen podido desvelar el menor indicio.

Y les mantuvo, a ellos, en contra de sus propias células. La nueva Belo-kiu-kiuni contempla a su madre inerte.

Cuando la guardia viene a buscar los despojos para arrojarlos en la depuradora, se sobresalta.

No, no hay que tirar ese cadáver.

Mira fijamente a la antigua Belo-kiu-kiuni, de la que ya se desprenden olores de muerte.

Sugiere que se peguen con resina los miembros destrozados. Que se vacíe el cuerpo de su carne blanda y que se la sustituya por arena.

Quiere conservarla en sus propios aposentos.

Chli-pu-ni, la nueva Belo-kiu-kiuni, reúne a algunas guerreras. Propone que se reconstruya la Ciudad central de forma más moderna. En su opinión, la cúpula y el tocón eran demasiado vulnerables. Y asimismo hay que dedicarse a la búsqueda de ríos subterráneos, y a la apertura de canales que unan entre sí todas las ciudades de la Federación. Para ella, el porvenir está ahí, en el dominio del agua. Podrán protegerse mejor de los incendios, y también viajar con rapidez y sin peligro.

¿Y los humanos?

Emite una respuesta evasiva:

No son de un gran interés.

La guerrera insiste:

¿Y si nos atacan otra vez con su fuego?

Cuanto más fuerte es el enemigo, más nos obliga a superarnos.

¿Y los que viven bajo la gran roca?

Belo-kiu-kiuni no contesta. Pide que la dejen sola. Luego, se vuelve hacia el cadáver de la antigua Belo-kiu-kiuni.

La nueva reina inclina delicadamente la cabeza y posa sus antenas en la frente de su Madre. Se queda inmóvil durante mucho tiempo, como sumida en una CA eterna.