Echó a andar por Broad Street y la seguí de mala gana.
– Se enfadarán conmigo por permitírselo -dije-. Ya están enfadadas porque enfermó por mi culpa.
La señorita Elizabeth resopló.
– Tonterías. Tú no me obligaste a sentarme una noche en un rellano donde había mucha corriente, ¿verdad? Ni a ir en barco a Londres. Soy la única responsable de esas locuras. -Lo dijo como si no se arrepintiera de nada de lo que había hecho.
A continuación me habló de la reunión de la Sociedad Geológica y me contó que el señor Buckland y el reverendo Conybeare habían accedido a escribir a Cuvier, y que el señor Buckland había dicho cosas bonitas de mí a todos los caballeros reunidos, aunque no constaban en las actas. Yo le hablé de monsieur Prévost y del plesiosaurio que iba a formar parte de la colección de monsieur Cuvier en el museo de París. Era maravilloso volver a hablar con ella, pero mientras charlábamos sentía una gran inquietud, pues sabía que tenía que hacer algo difícil. Debía pedir perdón.
Caminábamos por el paseo cuando me coloqué delante de ella y la obligué a detenerse.
– Señorita Elizabeth, le pido perdón por todo lo que dije -solté-. Por ser tan orgullosa y tan engreída. Por burlarme de sus peces y de sus hermanas. Me porté fatal con usted y estuvo mal, después de todo lo que ha hecho por mí. La he echado mucho de menos durante estos años. Y cuando se fue a Londres por mí y estuvo a punto de morir…
– Basta. -Elizabeth Philpot levantó una mano-. En primer lugar, quiero que me llames Elizabeth.
– Yo… Está bien. E… Elizabeth.
Resultaba muy extraño no decir «señorita».
La señorita Elizabeth echó a andar de nuevo.
– Y no hace falta que me pidas disculpas por el viaje a Londres. Al fin y al cabo, fui yo quien decidió hacerlo. Y te estoy agradecida. Ir a Londres en el Unity ha sido la mejor experiencia de mi vida. Me cambió parabién, y no me arrepiento en lo más mínimo.
En efecto, había algo distinto en ella, aunque no sabía exactamente de qué se trataba. Era como si se sintiera más segura. Si alguien la estuviera dibujando emplearía líneas claras y firmes, mientras que antes habría empleado trazos tenues, y más sombreado. Era como un fósil que ha sido limpiado y expuesto para que todo el mundo vea cómo es.
– En cuanto a nuestra riña, yo también dije cosas de las que me arrepiento -continuó-. Tenía celos, como bien dijiste, y no solo por el coronel Birch, sino también por tus conocimientos sobre fósiles…, tu capacidad para encontrarlos y entender lo que son. Yo nunca tendré esas dotes.
– Oh.
Aparté la vista, pues me costaba sostener su mirada brillante y sincera. Con tanto andar y hablar, habíamos acabado al pie del Cobb. Las olas rompían contra él y levantaban nubes de espuma que obligaban a las gaviotas a alzar el vuelo.
– ¿Sabes qué? Me gustaría ver el Cementerio de Amonites -declaró la señorita Elizabeth-. Hace mucho tiempo que no voy.
– ¿Está segura de que puede ir tan lejos, señorita Elizabeth? No debe cansarse después de haber estado enferma.
– Deja de preocuparte. Margaret y Bessy ya se preocupan bastante. Gracias a Dios, Louise no tanto. Y llámame Elizabeth. Seguiré insistiendo hasta que te acostumbres.
De modo que seguimos caminando por la playa cogidas del brazo y hablando hasta que al final no quedó más que decir, como una tormenta que se calma, y bajamos la vista al suelo, donde las curis aguardaban a que las encontráramos
10 Juntas y en silencio
Mary Anning y yo estamos buscando fósiles en la playa, ella sus animales y yo mis peces. No apartamos la vista de la arena y las rocas mientras caminamos a distinto paso, primero una delante, y luego la otra. Mary se detiene para abrir un nódulo y averiguar qué alberga su interior. Yo hurgo en el barro en busca de algo nuevo y milagroso. Hablamos muy poco, pues no nos hace falta. Vamos juntas en silencio, cada una en su mundo, consciente de que la otra anda cerca, siempre.
Epilogo La paciencia del lector
El nombre de Mary Anning salió a la luz por primera vez en un entorno científico en 1825, en Francia, cuando Georges Cuvier lo añadió al pie de una ilustración de un espécimen de plesiosaurio en la tercera edición de su libro Discours sur les révolutíons de la surface du globe. Fue mencionada por primera vez en Gran Bretaña en un artículo escrito por William Buckland sobre los coprolitos, en 1829; para entonces ella y Buckland habían descubierto que los bezoares eran las heces de los ictiosaurios y los plesiosaurios. También descubrió el primer pterodáctilo completo (ahora denominado pterosaurio) en Gran Bretaña, y el Squaloraja, un animal intermedio entre el tiburón y la raya, que se convirtió en un espécimen tipo.
Mary Anning no se casó y vivió con su madre hasta la muerte de Molly en 1842. En 1826 se mudaron de Cockmoile Square a una casa con una tienda de Broad Street. El perro de Mary, Tray, murió a causa de un desprendimiento de tierras en 1833; ella se libró por poco. Mary murió de cáncer de pecho en 1847, a los cuarenta y siete años. Está enterrada en el cementerio de la iglesia de Saint Michael, de la que se había hecho parroquiana. Su ictiosaurio y su plesiosaurio se hallan expuestos en el Museo de Historia Natural de Londres, y el plesiosaurio acéfalo que Cuvier le compró está expuesto en la Galería de Paleontología del Museo Nacional de Historia Natural de París.
En 1834 el científico suizo Louis Agassiz fue a Lyme y estudió la colección de peces fósiles de Elizabeth Philpot. Dio las gracias tanto a Elizabeth como a Mary Anning en su libro Recherches sur les poissons fossils y puso los nombres de ambas a unas especies de peces. Elizabeth sobrevivió a Mary Anning y a sus hermanas, y murió en 1857 a los setenta y ocho años. Su sobrino John heredó sus bienes, y en 1880 la esposa de este donó la colección de fósiles de los Philpot al Museo de Historia Natural de la Universidad de Oxford, donde todavía hay cajones llenos de sus magníficos especímenes. Thomas, sobrino nieto de Elizabeth, fundó con posterioridad el Museo Philpot en Lyme Regis. Muy apropiadamente, el museo se encuentra hoy día en un espléndido edificio construido en el lugar que ocupaba la casa de los Anning en Cockmoile Square, donde entre muchos tesoros relacionados con la historia de la ciudad se expone el martillo para fósiles que le fabricó a Mary su padre.
Joseph Anning se hizo tapicero profesional en 1825, se casó en 1829 y tuvo tres hijos. Al parecer Mary Anning no congeniaba con su mujer. Joseph logró la vida respetable que tanto deseaba, se encargaba de supervisar las ayudas concedidas a la parroquia, de la que llegó a ser coadjutor.
El coronel Thomas James Birch se convirtió en Thomas James Bosvile en 1824, cuando heredó el título y el patrimonio de su familia en Yorkshire. Falleció en 1829.
William Buckland encontró finalmente una mujer con la que casarse en 1825; iba sentada delante de él en un coche leyendo un libro de Cuvier. Siguió comiendo distintas especies del reino animal y trató de conciliar la geología con sus creencias religiosas. Más adelante se convirtió en decano de la Escuela de Westminster, pero hacia el final de sus días padeció una enfermedad mental y tuvo que ser ingresado en un manicomio.
Entre 1830 y 1833 Charles Lyell publicó Elementos de geología, que se convirtió en el texto fundamental de la geología moderna; Charles Darwin llevaba consigo esta obra en sus famosos viajes a bordo del Beagle.