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Grace arrancó el motor. Ninguno de los dos hombres llevaba el cinturón de seguridad, una práctica común en las tareas de vigilancia para bajarse deprisa del coche si hacía falta. Tras escuchar el informe de lo que estaba ocurriendo, Grace pensó que debían ponérselo. Pero justo cuando iba a coger el suyo, Pewe dijo:

– Ahí está.

Entonces Grace también vio el Honda negro a quinientos metros de distancia, bajando la colina sinuosa a toda velocidad. Oyó el chirrido de los neumáticos.

– Objetivo Dos a la vista -dijo Pewe por radio.

– La prioridad es la seguridad de todo el mundo -dijo el comisario-. Si hace falta, Roy, tal vez tengas que utilizar tu vehículo en la operación.

Consternado, Pewe vio que Grace atravesaba el Alfa Romeo en la carretera estrecha, ocupando los dos carriles. Y se percató de que él estaba en el lado del todoterreno negro que iba hacia ellos. El lado que recibiría el impacto si el coche no frenaba.

Ricky agarró con fuerza el volante y los neumáticos volvieron a chirriar al tomar una curva larga de bajada a la izquierda. Si se salía de la carretera no había a donde ir en ninguno de los dos lados, sólo un terraplén pronunciado. Entonces cogió bruscamente una curva a la derecha.

Al salir de ella, vio un Alfa Romeo granate atravesado en la carretera delante de él. Un hombre rubio le miraba con ojos saltones por la ventanilla.

Pisó el freno y el coche se detuvo patinando a tan sólo unos metros de la puerta. Puso la marcha atrás y, mientras lo hacía, oyó el quejido de las sirenas. A lo lejos, vio dos Range Rovers de la policía que bajaban a toda velocidad por la colina, las luces brillantes.

Hizo un cambio de sentido en tres movimientos, aceleró a fondo y regresó por donde había venido. Por el retrovisor, vio que el Alfa Romeo salía tras él y los dos Range Rovers les seguían de cerca. Pero le interesaba más lo que tenía delante. O, más concretamente, lo que había delante del bosquecillo. Porque aunque la camioneta de los helados siguiera allí, un toque brusco por un lado serviría.

Luego cogería la carretera abandonada, que ahora sólo era un camino de carros cubierto de hierba pero que seguía utilizándose. La había encontrado y comprobado y estaba seguro de que la policía no habría pensado en ella.

Saldría de ésta. Aquella zorra nunca tendría que haberse metido con él, jamás.

Roy Grace pronto atrapó al pesado Honda y se quedó unos metros detrás de él. Pewe anunció por radio que estaban aproximándose al hotel Beachy Head.

De repente, el Honda giró bruscamente a la derecha, dejó la carretera y subió por el prado que la separaba del borde del acantilado.

Grace hizo lo mismo, con una mueca de dolor cuando la suspensión de su querido Alfa Romeo tocó el suelo. Oyó y sintió el chirrido del tubo de escape al raspar la tierra y algo que caía, pero estaba tan concentrado en el Honda que apenas lo asimiló.

Delante de ellos había un grupo de vehículos y personas. Vio el camión de British Telecom obstruyendo la carretera, con una multitud de agentes de policía cerca. Dos motos. Pewe subió el volumen de la radio.

– Es posible que el Objetivo Dos vaya hacia la furgoneta -dijo una voz-.Está en el bosquecillo detrás de la camioneta de los helados. Interceptadle. El Objetivo Uno está dentro con su madre.

Pewe señaló a través del parabrisas.

– Ahí está, Roy. Se dirige hacia allí.

Grace vio el bosque oval, con la camioneta de los helados de colores brillantes aparcada a poca distancia.

El Objetivo Dos estaba acelerando.

Grace redujo una marcha y pisó el acelerador. El Alfa salió disparado hacia delante, la suspensión volvió a tocar el suelo y los dos hombres, que no llevaban puesto el cinturón, botaron en sus asientos y se golpearon la cabeza con el techo.

– Lo siento -dijo Grace en tono grave mientras se ponía junto al Honda.

Fuera, en su lado, a pocos centímetros de la puerta, había una guardarraíl de aspecto endeble que daba al acantilado. Vislumbró fugazmente al Objetivo Dos, un hombre de barba poblada que llevaba una gorra de béisbol. A su derecha, el guardarraíl terminaba de repente y los arbustos marcaban una pendiente totalmente desprotegida.

Grace atravesó la maleza, con la esperanza sombría de que los arbustos no ocultaran un accidente en el acantilado y se despeñaran de repente con el coche.

Levantó el pie del acelerador y siguió conduciendo al lado del Honda, pensando en cómo obligarle a alejarse del borde. El bosque y la camioneta de los helados se acercaban a toda velocidad.

Como adelantándose a sus pensamientos, el Objetivo Dos giró el volante del Honda hacia la derecha y chocó con fuerza contra el lado del copiloto del Alfa Romeo. Pewe chilló y el Alfa Romeo se desplazó peligrosamente hacia el borde.

El bosque estaba aún más cerca.

El Honda les dio otro golpe. Como era un coche más pesado, los empujó todavía más hacia el borde. Dieron botes por algunas piedras y por el suelo irregular. Luego les golpeó otra vez, todavía más hacia el borde.

– ¡Roy! -chilló Pewe, agarrándose al cinturón desabrochado, aterrorizado.

Tenían el paso cerrado. Grace pisó el acelerador y el Alfa Romeo avanzó a toda prisa. Ahora el bosque no estaba a más de doscientos metros. Se puso delante del Honda bruscamente y, luego, con la intención de ocultar su próximo movimiento, tiró del freno de mano hasta arriba en lugar de pisar el pedal.

El efecto fue instantáneo y espectacular y no fue el que esperaba. La parte trasera del Alfa Romeo perdió agarre y el coche comenzó a deslizarse hacia un lado. Casi al instante, el Honda chocó contra la parte de atrás y provocó que el Alfa Romeo diera una vuelta de campana.

La fuerza del impacto hizo que el Honda girara a la izquierda, fuera de control, y chocara contra la parte trasera de la camioneta de los helados.

Grace sintió que atravesaba el aire, ingrávido. Un aire que era una cacofonía de ruidos metálicos que resonaban y tronaban.

Aterrizó con un golpazo que lo dejó sin aliento y le sacudió todos los huesos del cuerpo, y con una fuerza que le hizo rodar varias veces, con impotencia, como si hubiera salido disparado de una atracción de feria. Luego, por fin, aterrizó con la cara en la hierba mojada, con la boca aplastada en el barro.

Por un instante, no tuvo la seguridad de si estaba vivo o muerto. Le estallaron los oídos. Hubo un momento de silencio. El viento aullaba. Entonces oyó un grito horrible, pero no tenía ni idea de dónde provenía.

Se puso en pie con dificultad y se cayó de inmediato. Era como si alguien hubiera cogido el suelo y le hubiera dado la vuelta. Volvió a levantarse, balanceándose atolondrado, examinando la escena. El capó del Honda, inclinado de un modo extraño, estaba incrustado en la parte trasera destrozada de la camioneta de los helados. El conductor del Honda parecía aturdido y empujaba la puerta mientras dos policías con chalecos antipuñaladas tiraban de ella. De debajo de la furgoneta, salía humo. Varios agentes más corrían hacia el lugar.

Entonces volvió a oír el chillido.

¿Dónde estaba su coche?

Y, de repente, le invadió un terror terrible y escalofriante.

«¡No! ¡Oh, Dios mío, no!»

Volvió a oír el chillido.

Y otra vez más.

Venía de debajo de la cima del acantilado.

Se tambaleó hacia el borde y, luego, deprisa, retrocedió un paso. Había sufrido vértigo toda la vida y el mero desnivel hasta el mar era más de lo que podía soportar mirar.

– ¡Socooooooooorrooo!

Se puso a cuatro patas y comenzó a avanzar lentamente, consciente del dolor que sentía en el cuerpo. Hizo caso omiso y llegó al borde, donde se encontró mirando a la parte de abajo de su coche, que estaba atrapado en varios árboles pequeños, el morro en el acantilado y la parte de atrás hacia fuera, balanceándose como un trampolín. Dos ruedas estaban girando.