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– ¿Qué certeza hay de que Ronnie y Lorraine Wilson se convirtieran en David y Margaret Nelson, Roy? -preguntó Bella.

– La policía de Melbourne ha desenterrado una tonelada de información de las oficinas de Tráfico, Hacienda e Inmigración. Todo parece encajar. Van a mandarme por fax un informe, seguramente esta noche.

Bella tomó nota, luego cogió un Malteser de la caja que tenía delante.

Mirando su libreta, Grace continuó.

– Esta mujer se llama Maxine Porter y su ex marido es un mañoso. Actualmente está siendo juzgado por evasión de impuestos y blanqueo de dinero y se enfrenta a una condena larga. La dejó por una mujer más joven hace poco más de un año, unos tres meses antes de que lo detuvieran, así que estaba encantada de interpretar el papel de esposa abandonada y ha hablado. Según ella, David Nelson apareció en escena alrededor de las Navidades de 2001. Fue Chad Skeggs quien lo presentó a ese agradable círculo de amigos en concreto, del que, al parecer, formaba parte la flor y nata del hampa de Melbourne. Y parece que Nelson encontró en la filatelia su especialidad para hacer negocios con ellos.

– Qué bonito, ¿verdad? -dijo Glenn Branson-. Aquí en Inglaterra, nuestros gánsteres se apuñalan y se lían a tiros, mientras que en Australia intercambian sellos.

Todo el mundo sonrió.

– Creo que no -dijo Grace-. En los últimos diez años ha habido treinta y siete tiroteos relacionados con mafias en Melbourne. Tiene una parte muy oscura, coma muchas ciudades.

Como Brighton y Hove en realidad, pensó.

– En cualquier caso -prosiguió-, Lorraine… Perdón, Maggie Nelson, quiero decir, le confió a su nueva mejor amiga que su marido tenía una aventura y que no sabía qué hacer. No era feliz en Australia, pero dijo que ella y su marido habían quemado todas las naves en el Reino Unido y no podían regresar. Creo que es importante fijarse en que dijo que los dos se encontraban en aquella situación, no sólo uno de ellos.

– ¿Cuándo fue esto, Roy? -preguntó Emma-Jane Boutwood.

– En algún momento entre junio de 2004 y abril de 2005. Al parecer, las dos mujeres hablaban mucho. Sus respectivos maridos tenían una aventura, compartían muchas cosas.

Grace bebió más café y volvió a consultar sus notas.

– Luego, en junio de 2005, Maggie Nelson desapareció del mapa. No acudió a un almuerzo con Maxine Porter y cuando Maxine la llamó, David Nelson le dijo que su mujer le había abandonado. Que había hecho las maletas y había vuelto a Inglaterra.

– Parece que tenemos un patrón, ¿verdad? -dijo Lizzie Mantle-. Primero les dice a sus amigos de Inglaterra que su primera mujer, Joanna, se ha marchado a Estados Unidos. Luego les cuenta a sus amigos de Australia que su segunda mujer ha vuelto a Inglaterra. ¡Y todos le creyeron!

– Parece que Maxine no -dijo Grace.

– ¿Y por qué no fue a la policía? -preguntó Bella-. Debía de tener sus sospechas, ¿no?

– Porque en su mundo, la gente no va a la policía -dijo Lizzie Mantle.

– Exacto -confirmó Grace a la inspectora con una sonrisa llena de ironía-. Y allí el hampa todavía está más dominada por los hombres que aquí. Mañana volverán a interrogarla y nos dará una lista de todos los amigos y conocidos de los Nelson en Australia.

– Genial -dijo Bella, y cogió otro Malteser-. Pero si se ha largado del país…

– Ya lo sé -dijo Grace-. Pero tal vez averigüemos cuáles son sus lugares preferidos en el extranjero, o si anhelaba perderse en algún rincón soleado en concreto.

– Tengo una opinión al respecto -dijo Glenn Branson-. Bueno, Bella y yo.

– De acuerdo. Cuéntanos.

– El viernes y el sábado interrogamos bastante exhaustivamente a Skeggs y ayer por la mañana tomamos declaración a Abby Dawson en el piso de su madre en Eastbourne. También le devolvimos los sellos, que recuperamos del vehículo de Skeggs… Antes tuve la precaución de fotocopiarlos, para tenerlos registrados. También firmó el consentimiento para presentar los sellos como prueba si fuera necesario y no venderlos.

– Bien pensado -dijo la inspectora Mantle.

– Gracias. Bien, la cuestión es ésta. Bella y yo tenemos la sensación de que Abby Dawson no nos está contando toda la verdad. Nos dice lo que quiere que oigamos. La historia sobre de dónde sacó los sellos no me convence. Mantiene que los heredó de una tía de Sydney llamada… -Hojeó sus notas y encontró la página-. Anne Jennings. Estamos comprobándolo, pero no concuerda con lo que dice Skeggs.

– Y sabemos que es un hombre de principios que siempre dice la verdad -dijo Grace.

– Yo le confiaría mi último billete de cinco libras -dijo Glenn, respondiendo al sarcasmo-. Que seguramente es lo único que le quedaría a cualquier persona después de hacer negocios con él. Es un tío chungo de verdad. Pero hay una relación con Ronnie, ésa es la cuestión, estoy seguro. -Miró a su alrededor. Grace asintió para indicarle que continuara-. Hugo Hegarty está convencido de que éstos son los sellos que compró para Lorraine Wilson.

– Pero no tanto como para jurarlo en un tribunal, ¿verdad? -terció Lizzie Mantle.

– No, y podría suponer un problema en el futuro -contestó Branson-. Algunos de los que van sueltos tienen matasellos y no puede jurar que sean los mismos que presentaban los sellos que adquirió para Lorraine Wilson en 2002, porque no anotó nada sobre esta característica. O tal vez no quiera verse involucrado.

– ¿Por qué no? -preguntó Grace.

– Todas las transacciones se realizaron en metálico. Imagino que no querrá sacar la cabeza del agujero y llamar la atención de Hacienda ni de la policía.

Grace asintió. Tenía sentido.

– ¿Qué fuerza tiene la reivindicación de Skeggs sobre que los sellos son suyos?

– Skeggs no dejaba de despotricar y jurar que Abby Dawson le había robado los sellos, decía que por eso se había llevado a su madre, que era lo único que se le ocurrió para hacerla entrar en razón -contestó Glenn Branson.

– ¿Nunca intentó pedírselos educadamente?

Branson sonrió.

– Le pregunté si quería presentar cargos contra ella por robo. Entonces se quedó callado. Sorpresa, sorpresa. Empezó a farfullar no sé qué sobre unas «cuestiones», pero se mostró esquivo cuando intentamos insistir en el tema. Dijo que tendría problemas para demostrar que le pertenecían. Luego, nos espetó que había sido Dave Nelson quien le había dado la idea a Abby. Pero no pudimos sacarle más. Por eso, de momento y a pesar de nuestras reservas, hemos tenido que devolverle los sellos a Abby, hasta que tengamos pruebas de que ha habido un robo aquí o en Australia.

– Muy interesante que dijera eso -comentó Grace.

– ¿Sabes qué creo? -dijo Branson-. Que aquí hay una especie de triángulo amoroso. Ésa es la cuestión.

– ¿Quieres explicarte? -preguntó Grace.

– Ahora no puedo, en estos momentos. Pero es lo que creo.

– Si resulta que David Nelson, es decir, Ronnie Wilson, le dio la idea para hacer todo esto, es muy significativo -dijo Grace pensando en voz alta.

– Seguiremos presionando a Skeggs, pero su abogado lo mantiene muy a raya -dijo Glenn.

Grace meneó la cabeza con incredulidad.

– Demasiado costoso. Estoy pensando que David Nelson puede haberse marchado de Australia perfectamente, si es listo. No se arriesgará a aparecer por Inglaterra. Así que apuesto a que Abby Dawson irá a encontrarse con él en alguna parte. La pondremos bajo vigilancia total. Si compra un billete de avión o pasa por un control de pasaportes, la seguiremos.

– Buena idea -dijo Glenn Branson.

La inspectora Mantle asintió.

– Estoy de acuerdo.

121

Noviembre de 2007

Era uno de esos días extraños de otoño en que Inglaterra lucía su mejor cara. Desde la ventana, Abby miraba el cielo azul y despejado y el sol de la mañana, que estaba bajo pero le calentaba la cara.