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En algún momento después del despegue, después de haberse tomado un bloody mary con una miniatura extra de vodka, se recostó bien en su asiento y abrió el sobre acolchado envuelto en plástico de burbujas. El asiento de al lado estaba vacío, así que no tenía que preocuparse por la mirada curiosa de nadie. Giró la cabeza para cerciorarse de que tampoco había ningún miembro de la tripulación alrededor y entonces sacó con cuidado uno de los sobres de celofán.

Contenía un bloque de sellos Penny Black. Miró el perfil serio de la reina Victoria. La palabra Franqueo impresa en letras no muy uniformes. El color desteñido. Eran exquisitos, pero en realidad no eran perfectos. Como le había explicado Dave un día, a veces eran sus imperfecciones lo que los hacían más especiales.

Aquello también se aplicaba a muchas otras cosas en la vida, pensó, agradablemente atontada por el alcohol. Y, además, ¿quién quería ser perfecto?

Volvió a mirarlos y se dio cuenta de que era la primera vez que los miraba realmente bien. Eran muy especiales. Mágicos. Les sonrió y susurró:

– Adiós, preciosos. Nos vemos luego.

Y volvió a guardarlos con cuidado.

125

Noviembre de 2007

– ¿Unas buenas vacaciones? -preguntó Roy Grace.

– Muy divertidas. Sólo he visto la playa desde la ventanilla del avión -contestó Glenn Branson.

– Se supone que es bonito, Koh Samui, eso dicen.

– Había una humedad de la hostia y no paró de llover en todo el tiempo que estuve allí. Y me picó algo en la pierna, o un mosquito mutante o una araña. Se me ha hinchado toda, ¿quieres verlo?

– No, pero gracias igualmente.

El sargento, que estaba sentado en una silla delante del escritorio de Grace y llevaba un traje y una camisa que por su aspecto y olor parecía haber dormido con ellos puestos, sacudió la cabeza con incredulidad, sonriendo.

– Eres un cabrón, ¿verdad, Grace?

– Y yo no puedo creer que hayas vuelto a cargarte mi colección de discos, joder. Te dejé quedar en mi casa una noche. No te dije que sacaras todos los CD de sus cajas y los dejaras tirados por el suelo.

Branson tuvo la decencia de parecer avergonzado.

– Intentaba clasificártelos. Tengo… mierda. Lo siento.

– Bebió café y contuvo un bostezo.

– Bueno, ¿cómo está tu prisionero? ¿A qué hora has llegado?

Branson miró su reloj.

– Sobre las siete menos cuarto. -Bostezó-. Imagino que en las dos últimas semanas nos hemos pulido el presupuesto de todo el año del Departamento de Investigación Criminal de Sussex para viajes al extranjero.

Grace sonrió.

– ¿Wilson ha dicho algo?

Branson bebió más café.

– Bueno, la verdad es que parece buena gente, en la medida en que se puede decir algo así.

– Sí, seguro. Es el tipo más dulce que has conocido, ¿verdad? Sólo tiene un problemilla: prefiere matar a sus mujeres antes que trabajar honradamente. -Grace miró a su amigo con asombro fingido-. Glenn, tú eres buena gente. Y si no fuera por toda la mierda que tengo en mi vida, tal vez yo también lo sería. Pero Ronnie Wilson, no, él no es buena gente. Sólo se le da bien hacer que la gente lo crea.

Branson asintió.

– Sí. No lo decía en ese sentido exactamente.

– Necesitas irte a casa, dormir, ducharte y volver más tarde.

– Eso haré. Pero la verdad es que habló bastante. Estaba en plan filosófico y le apetecía hablar. Tengo la sensación de que está harto de huir. Lleva seis años escondiéndose. Por eso accedió a volver con nosotros. Aunque no dejaba de hablar de una tailandesa. Quería que le dejáramos mandarle un mensaje.

– ¿Le leíste sus derechos antes de que comenzara a hablar?

– Sí.

– Bien hecho.

Eso significaba que cualquier cosa que Ronnie Wilson hubiera dicho en el avión podía utilizarse en su contra en un juicio.

– Está furioso con Skeggs, te lo digo yo. Quería asegurarse de que si él se hundía, Skeggs se hundía con él.

– ¿Sí?

– Por lo que deduzco de lo que ha contado, parece que Skeggs le ayudó cuando llegó a Australia.

– Como pensábamos -dijo Grace.

– Sí. En algún momento, Ronnie Wilson adquirió este paquete de sellos.

– ¿De su mujer?

– A eso contestó con evasivas.

– No me sorprende.

– En cualquier caso, se los dio a Skeggs para que los vendiera y éste intentó joderle. Quería el noventa por ciento de su valor o amenazaba con vender a Ronnie. Pero Skeggs tenía una debilidad. Estaba loco por la chica de Ronnie, a la que empezó a follarse, dijo, después de que su mujer, según sus palabras, «se largara».

– En el maletero de un coche.

– Exacto.

– ¿Y la chica era una tal Abby Dawson?

– Estás avispado esta mañana, comisario.

– He podido dormir toda la noche. Así que Ronnie Wilson la utilizó como una especie de cebo, ¿voy por el buen camino?

– Vas por la autopista.

– ¿Crees que habría matado a Abby en cuanto hubiera recuperado los sellos?

– ¿Por sus antecedentes anteriores? Sin duda. Es un buitre.

– Creía que habías dicho que era buena gente.

Branson sonrió derrotado. Luego, de repente, cambió de tema.

– ¿Ya te has comprado un coche nuevo?

– No. Putas compañías de seguros. Quieren invalidar mi póliza porque conducía en una persecución. Cabrones. Estoy intentando arreglarlo, y en la central me están ayudando por tratarse de un asunto policial. -Luego, volviendo a cambiar de tema, dijo-: Entonces, ¿crees que Abby todavía tiene los sellos?

– Por supuesto.

– Hegarty está seguro al cien por cien de que el material que fotocopiaste es falso.

– No tiene ninguna duda.

– He estado pensando mucho en ello -dijo Grace-. Por eso le dio una patada en los huevos a Skeggs.

Branson frunció el ceño.

– No te sigo.

– La razón por la que le dio una patada a Skeggs cuando le entregó los sellos fue que necesitaba tiempo. Sabía que estaba dándole gato por liebre y que sólo tardaría unos segundos en percatarse. Fue a por él para meternos a nosotros en la película. Le tendió una trampa desde el principio.

Branson lo miraba, asintiendo mientras caía en la cuenta poco a poco.

– Es una zorra inteligente.

– Sí. Y nadie ha denunciado el robo de los sellos, ¿verdad?

– Verdad -dijo Branson pensativo-. Pero ¿qué hay de las compañías de seguros? ¿Las que pagaron la compensación y el seguro de vida? ¿No podrían reclamar los sellos, ya que fueron comprados con su dinero?

– El mismo problema… La cadena de título. Sin el testimonio de Hegarty, ¿cómo van a demostrarlo?

Los dos policías se quedaron en silencio unos momentos. Glenn bebió más café, luego dijo:

– Steve Mackie me ha dicho que se rumorea que Pewe va a solicitar el traslado.

Grace sonrió.

– Sí. Va a volver a la Met. ¡Le deseo suerte!

– Bueno, y esa mujer, ¿dónde crees que está ahora? -dijo Glenn después de otra pausa.

– ¿Sabes lo que creo? Que seguramente estará tumbada en alguna playa tropical, bebiendo un margarita y riéndose a carcajada limpia.

Y así era.

126

Noviembre de 2007

El margarita era uno de los mejores que había probado. Tenía un sabor intenso y fuerte, el barman había añadido la cantidad justa de Cointreau y había salado el borde a la perfección. Después de una semana en este hotel, ya había aprendido cómo le gustaban.

Le encantaban las vistas desde aquí, tendida en la playa de arena blanca sobre el colchón grueso y suave de la tumbona, mirando a la bahía. Y le encantaba este momento, última hora de la tarde, cuando el calor no era tan implacable y no necesitaba la sombra del parasol. Dejó el libro un instante, bebió otro trago y contempló el parapente amarillo que se alejaba del embarcadero de madera, surcando el agua, adentrándose en la bahía, el paracaídas naranja y rojo elevándose en el cielo despejado.