Выбрать главу

Quizá luego se diera otro baño. Sopesó si meterse en el mar o en la piscina inmensa del hotel, donde el agua estaba un poco más fría y refrescante. ¡Qué decisiones tan difíciles!

Pensaba constantemente en su madre, y en Ronnie y Ricky. A pesar de toda la ira que le provocaba Ricky, y la sorpresa que se había llevado con Ronnie, no podía evitar sentir un poco de lástima por ellos, de modos distintos.

Pero no demasiada.

– ¿Le está gustando el libro? -le preguntó de repente la mujer de la tumbona de al lado.

Abby se había fijado en ella antes, mientras dormía. Sobre la mesita blanca a su lado, tenía un ejemplar de una novela que ella había leído hacía poco, Sin respiro, encima de Guía del autoestopista galáctico.

– Sí -contestó-. Me está gustando. Pero sobre todo soy fan de Douglas Adams. Creo que he leído todo lo que ha escrito.

– ¡Yo también!

Era el autor de una de las citas preferidas de Abby, con la que había vuelto a topar recientemente: «Pocas veces acabo donde quiero ir, pero casi siempre acabo donde tengo que estar».

Que era básicamente lo que sentía en estos momentos.

Bebió otro sorbo de su copa.

– Aquí preparan los mejores margaritas del mundo -dijo.

– Tal vez debería probar uno. Acabo de llegar hoy, así que todavía no estoy al tanto de lo que se cuece por aquí.

– Es genial. ¡Es el paraíso!

– Eso parece.

Abby sonrió.

– Me llamo Sarah -dijo.

– Encantada. Yo soy Sandy.

Agradecimientos

Parte de esta historia se desarrolla durante los días en torno a los terribles sucesos del 11-S. Con el máximo respeto a las víctimas y a todas las personas que perdieron a un ser querido.

Aunque las novelas de Roy Grace son ficción, las circunstancias que rodean a todos los departamentos de los cuerpos policiales en las que existen y se mueven mis personajes son reales. Por la ayuda que me han prestado a la hora de escribir esta novela, estoy en deuda como siempre con la policía de Sussex, y también con la policía de Nueva York y la fiscalía del distrito de esta ciudad y con la policía de Victoria, Australia.

Doy las gracias especialmente al jefe de policía de Sussex, Martin Richards, por tener la amabilidad de darme su autorización, y a los comisarios jefes Kevin Moore y Graham Bartlett por su generosidad al abrirme tantas puertas. Y quiero dar las gracias en particular al ex comisario jefe Dave Gaylor, cuya ayuda en muchos sentidos jamás podré compensarle.

Para citar los nombres de algunas personas más de la policía de Sussex que me han ayudado enormemente en la elaboración de este libro (y, por favor, perdonen las omisiones), quiero dar las gracias al comisario jefe Peter Coll; a Brian Cook, director de la sección de apoyo científico; al jefe de apoyo Tony Case de la central del Departamento de Investigación Criminal; al inspector jefe Ian Pollard; al inspector William Warner; al sargento Patrick Sweeney; al inspector Stephen Curry; al inspector Jason Tingley, del departamento de operaciones e inteligencia de la central del Departamento de Investigación Criminal; al inspector Andrew Kundert; al sargento Phil Taylor, jefe de la unidad de delitos tecnológicos; al analista de delitos informáticos Ray Packham de la unidad de delitos tecnológicos; al agente Paul Grzegorek del equipo de apoyo logístico; a los agentes James Bowes y Dave Curtis; al inspector Phil Clarke; al sargento Mel Doyle; a los agentes Tony Omotoso, lan Upperton y Andrew King; al sargento Malcolm (Choppy) Wauchope; al agente Darren Balcombe; al sargento Sean McDonald; al agente Danny Swietlik; al agente Steve Cheesman; a Ron King, director de recursos; y a la agente Sue Heard, relaciones públicas de la policía.

Gracias también a la arqueóloga forense Lucy Sibun. Y a Abigail Bradley de Cellmark Forensics; al forense de Essex, el doctor Peter Dean; al patólogo Nigel Kirkham; al doctor Andrew Davey; al doctor Andrew Yelland, miembro del Colegio de Médicos del Reino Unido; al doctor Jonathan Pash; y a Christopher Gebbie. Y debo dar las gracias muy especialmente al estupendo equipo del depósito de cadáveres de Brighton y Hove: Elsie Sweetman, Victor Sindon y Sean Didcott.

En Nueva York, estoy en deuda con el inspector Dennis Bootle del Rackets Bureau, de la oficina del fiscal del distrito; y con el inspector Patrick Lanigan, de la unidad de investigaciones especiales, también de la oficina del fiscal del distrito. En Australia quiero expresar mi gratitud hacia el inspector Lucio Rovis, de la unidad de homicidios de la policía de Victoria; al sargento George Vickers y al sargento Troy Brug, de la unidad de investigación criminal de Carlton; a la agente Damina Jackson; al sargento Ed Pollard, de la unidad de ayudantes del forense de la policía de Victoria; a Andrea Petrie del periódico The Age; ¡y a mi lingüista australiana, Janes Vickers!

Gracias a Gordon Camping por sus valiosísimas clases magistrales sobre sellos; a Cloin Witham del HSBC; a Peter Bailey por sus conocimientos enciclopédicos sobre el Brighton moderno y pasado; a Peter Wingate-Saul, Oli Rigg y Phil White del cuerpo de bomberos de East Sussex; a Robert Frankis, que ha vuelto a superar mi pasión por los coches; y a Chris Webb, por mantener con vida a mi Mac ¡a pesar de lo mucho que abuso de él!

Muchísimas gracias a Anna-Lisa Lindeblad, que ha sido mi correctora «extraoficial» y comentadora incansable y maravillosa a lo largo de toda la colección de novelas de Roy Grace, y a Sue Ansell, cuya formidable vista para los detalles me ha ahorrado muchas situaciones bochornosas.

A nivel profesional, tengo un dream team totaclass="underline" mi maravillosa agente Carole Blake, Oli Munson, mi increíble publicista, y Amelia Rowland de Midas PR; y no tengo espacio suficiente para agradecer como es debido a toda la gente de Macmillan. Baste con decir que me llena de alegría que sean ellos quienes publiquen mis libros y que me tocó la lotería cuando me asignaron a Stef Bierwerth como editor. Muchísimas gracias también a todos mis editores extranjeros. ¡Gracias! Danke! Merci! Grazie! Dank u! Tack! Obrigado!

Como siempre, Helen ha sido una roca, alimentándome con su paciencia de santo y su sabiduría constante.

Y, por último, debo despedirme de mis fieles amigos caninos Sooty y Bertie, que se han marchado al cementerio del Gran Hueso en el cielo, y dar la bienvenida a Oscar, que hace compañía a Phoebe debajo de mi mesa, esperando para despedazar las páginas de los manuscritos que caen al suelo…

Peter James

Sussex, Inglaterra

www.peterjames.com

Peter James

***