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– ¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Dios mío! -chillaba una voz de mujer, una y otra vez.

Se oían lloros. Hubo un segundo de oscuridad, luego otro plano: un joven que cojeaba y sujetaba una toalla empapada en sangre sobre la cara de una mujer. La ayudaba a caminar, intentando que avanzara más deprisa, por delante de la nube que se les echaba encima.

Entonces apareció un plató del telediario. Lorraine observó al locutor, un hombre de unos cuarenta años con chaqueta y corbata. Las imágenes que Lorraine había visto estaban en los monitores que había detrás de él. Parecía taciturno.

– Nos informan de que la Torre Sur del World Trade Center se ha derrumbado. Dentro de unos minutos también les ofreceremos las últimas noticias sobre la situación en el Pentágono.

Lorraine intentó encender el cigarrillo, pero le temblaba demasiado la mano y se le cayó el mechero al suelo. Esperó, incapaz de apartar los ojos de la pantalla ni siquiera un segundo por si se perdía una imagen fugaz de Ronnie. En la televisión salía ahora una mujer nerviosa gritando de manera ininteligible. Vio a una joven atractiva con un micrófono delante de una pantalla de humo negro y denso moteado de llamas naranjas, a través de las cuales podía distinguir la silueta baja del Pentágono.

Marcó el número de móvil de Ronnie y una vez más oyó el pitido de comunicando.

Volvió a intentarlo, otra vez y otra. El corazón se le revolvía en el pecho y estaba temblando, desesperada por escuchar su voz, por saber que estaba bien. Y todo el tiempo, en su cabeza, tenía presente que la reunión de Ronnie era en la Torre Sur. La Torre Sur se había desmoronado.

Quería más imágenes de Manhattan, no del puto Pentágono, Ronnie estaba en Manhattan, no en el puto Pentágono. Cambió de canal y puso Sky News. Vio otro plano movido, esta vez de tres bomberos con cascos cubiertos de polvo que se llevaban a un hombre de pelo gris y aspecto estropeado, sus brazaletes amarillos brincaban mientras avanzaban a toda prisa.

Entonces vio un coche ardiendo. Y una ambulancia también en llamas. Unas figuras aparecieron en la penumbra detrás de ellos. ¿Ronnie? Se inclinó hacia delante, pegada a la enorme pantalla. ¿Ronnie? Las figuras emergieron de entre el humo como caras en una fotografía revelándose. No vio a Ronnie.

Luego volvió a marcar su número. ¡Por un momento fugaz pareció como si fuera a sonar! Entonces la señal de comunicando la llenó de frustración una vez más.

Sky News pasó a Washington. Lorraine cogió el mando y pulsó otro botón. Ahora parecía que todas las cadenas mostraban las mismas imágenes, el mismo material informativo. Vio una repetición del choque del primer avión, luego del segundo. Volvieron a reproducirlas. Y una vez más.

Sonó el teléfono. Pulsó la tecla para contestar con un estallido repentino de alegría, casi demasiado emocionada para hablar. -¿Diga?

Era el técnico de la lavadora, que llamaba para confirmar la cita de mañana.

24

Octubre de 2006

El objetivo se llamaba Ricky. Abby se lo había encontrado alguna vez en alguna fiesta y siempre parecía ir derechito hacia ella para tratar de ligársela. Y había que reconocer que lo encontraba atractivo y que disfrutaba del flirteo.

Era un tipo guapo de unos cuarenta años, un poco misterioso y muy seguro de sí mismo, con el aire relajado de un surfista mayor. Igual que Dave, sabía cómo hablar con las mujeres, preguntando más de lo que respondía. También comerciaba con sellos, a gran escala.

No todos los sellos eran suyos. Su valor ascendía a cuatro millones de libras, para ser exactos. Había cierta polémica sobre quién era el propietario. Dave le contó que él y Ricky habían hecho un trato para dividirse los beneficios al cincuenta por ciento, pero que Ricky había incumplido su promesa y ahora quería el noventa por ciento. Cuando Abby le preguntó a Dave por qué no había acudido a la policía, él sonrió. La policía, al parecer, era zona prohibida para ambos.

En cualquier caso, tenía un plan mucho mejor.

25

Octubre de 2007

Incluso con la ayuda de la luz directa del halógeno, Roy Grace seguía esforzándose para ver el objeto minúsculo que Frazer Theobald sujetaba con las pinzas de acero inoxidable. Lo único que podía distinguir era algo azul y borroso.

Entrecerró los ojos, reacio a reconocerse a sí mismo que estaba llegando a una edad en que necesitaba gafas. Sólo cuando el patólogo puso un papelito cuadrado detrás de las pinzas y le pasó una lupa, Roy lo vio con más claridad. Era un tipo de fibra, más fina que un cabello humano, como un hilo delgadísimo de telaraña. Parecía traslúcido un momento y luego azul claro, y los extremos se movían por el temblor mínimo de la mano de Theobald y la brisa helada que soplaba en el desagüe.

– Quien mató a esta mujer hizo todo lo posible para no dejar pruebas -dijo el patólogo-. Diría que la dejó aquí abajo con la esperanza de que en algún momento el agua la arrastrara por el alcantarillado y luego la echara al mar por el desagüe, pensando que la distancia que hay de la alcantarilla al mar sería suficiente para deshacerse de un cadáver.

Grace volvió a mirar el esqueleto, incapaz de quitarse de la cabeza la posibilidad de que se tratara de Sandy.

– Tal vez el asesino no previera que el desagüe no se inundaría -prosiguió Theobald-. No pensó que se quedaría encallada en el cieno y, como el nivel freático estaba bajo, no ha circulado corriente suficiente por el alcantarillado para liberarla. O tal vez el desagüe cayera en desuso.

Grace asintió, mirando el hilo tembloroso otra vez.

– Es una fibra de alfombra, creo. Podría equivocarme, pero creo que el análisis del laboratorio demostrará que es una fibra de alfombra. Es demasiado dura para ser de un jersey o una. falda o una funda de cojín. Es una fibra de alfombra.

Joan Major asintió con la cabeza.

– ¿Dónde la has encontrado? -preguntó Grace.

El patólogo forense señaló el brazo derecho del esqueleto, que estaba parcialmente enterrado en el cieno. Los dedos estaban a la vista. Señaló la punta del dedo corazón.

– ¿Ves eso? Es una uña postiza, de uno de esos salones de uñas.

Grace notó que un escalofrío recorría su cuerpo. Sandy se mordía las uñas. Cuando veían la televisión se las mordisqueaba y hacía un ruidito como un hámster. Le ponía histérico. Y a veces también lo hacía en la cama. A menudo, cuando intentaba dormirse, se roía las uñas, como si la inquietara algo que no pudiera o no quisiera compartir con él. Luego, de repente, se las miraba y se enfadaba consigo misma y le decía que tenía que avisarla cuando se las mordiera y ayudarla a dejarlo. E iba a un salón de belleza a ponerse unas uñas postizas caras sobre las mordidas.

– Un componente de plástico, pegado encima, que impidió por alguna razón que el agua no se llevara las uñas cuando la piel de debajo se pudrió -dijo Frazer Theobald-. La fibra estaba debajo de ésta. Es posible que el agresor la arrastrara por una alfombra y ella clavara las uñas. Es la explicación más probable. Hemos tenido suerte de que el agua no la arrastrara.

– Suerte, sí -dijo Grace con aire distraído. Los pensamientos se agolpaban en su cabeza. Arrastrada por una alfombra. Una fibra de alfombra azul. Azul claro. Azul cielo.

En casa había una alfombra azul claro. En el dormitorio. El dormitorio que él y Sandy compartieron hasta la noche que desapareció.

De la faz de la tierra.

26

11 de septiembre de 2001

Ronnie llevaba corriendo quizás un minuto cuando el día se transformó en noche, como si hubiera habido un eclipse de sol total instantáneo. De repente, estaba tambaleándose en un vacío asfixiante, apestoso, con un sonido ensordecedor, un trueno que se elevaba desde el suelo.