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Octubre de 2007

La lluvia arreció, repiqueteando insistentemente en el techo de acero de la furgoneta del departamento de apoyo científico del SOCO (agentes especializados en la escena del crimen), con tanta fuerza como si cayera granizo. Las ventanillas eran opacas para que entrara la luz pero para impedir las miradas de los curiosos. Sin embargo, fuera ya estaba oscureciendo, sólo quedaba la desolación del anochecer lluvioso, manchado con el color del óxido de diez mil farolas.

A pesar de las grandes dimensiones externas de la Ford Transit larga, los asientos estaban abarrotados. Tras finalizar una llamada de móvil, Roy Grace presidió la reunión, con el libro de estrategias policiales que había sacado de su bolsa abierto delante de él.

Aparte de Glenn Branson, apretujados alrededor de la mesa estaban el jefe de la escena del crimen, un asesor de registros de la policía, un agente experimentado del SOCO, uno de los dos policías uniformados que vigilaban la escena y Joan Major, la arqueóloga forense de la policía de Sussex. Recurrían regularmente a ella para que los ayudara en la identificación de esqueletos y también para que determinara si los huesos que se hallaban de vez en cuando en los solares de las obras, o que algún niño encontraba en el bosque, o que desenterraba algún jardinero, pertenecían a un ser humano o a un animal.

Dentro de la furgoneta hacía frío y humedad y el aire apestaba a vapores sintéticos. Había paquetes de rollos de cinta de plástico de la escena del crimen en una sección de la estantería metálica hecha a medida, las bolsas para cadáveres estaban en otra y además contaban con material de acampada y sábanas impermeables, cuerdas, cables, martillos, sierras, hachas y botellas de plástico con sustancias químicas. Había algo macabro en estos vehículos, pensaba siempre Grace. Eran como caravanas, pero nunca iban a ningún camping, sólo a escenarios de muertes.

Eran las 18.30.

– Nadiuska no está disponible -informó al equipo recién reunido, mientras se guardaba el móvil.

– ¿Significa eso que tenemos a Frazer? -respondió Glenn, abatido.

– Sí.

Grace vio que todo el mundo ponía cara larga. Nadiuska De Sancha era la patóloga del Ministerio del Interior con quien todo el Departamento de Investigación Criminal de Sussex prefería trabajar. Era rápida, interesante y divertida, y guapa, como bonificación añadida. Por el contrario, Frazer Theobald era adusto y lento, aunque su trabajo era meticuloso.

– Pero el problema que tenemos de verdad en estos momentos es que Frazer está terminando una autopsia en Esher. No podrá llegar antes de las nueve.

Glenn y él se miraron. Los dos sabían qué significaba aquello: trasnochar.

Grace revisó la primera página del libro de estrategias: «Informe antes de la escena. Viernes 19 de octubre. 18.30 h. In situ. Urbanización Nueva Inglaterra».

– ¿Puedo sugerir algo? -preguntó Joan Major.

La arqueóloga forense era una mujer agradable de cuarenta y pocos años, pelo castaño largo y recto y gafas modernas que hoy vestía un jersey negro de cuello alto, pantalones marrones y botas robustas.

Grace hizo un gesto con la mano.

– Sugiero que hagamos una breve evaluación ahora, pero tal vez no sea necesario comenzar el trabajo esta noche, sobre todo porque ya ha oscurecido. Estas cosas siempre son mucho más fáciles de día. Parece que el esqueleto lleva ahí abajo un tiempo, así que un día más no supondrá una gran diferencia.

– Bien pensado -dijo Grace-. Pero lo que sí debemos tener en cuenta es la obra que se está construyendo aquí. -Miró directamente al asesor de registros de la policía, un hombre alto con barba, tez curtida, que se llamaba Ned Morgan-. Tendrás que hacer de enlace con el encargado, Ned. Tendrás que parar el trabajo alrededor del desagüe.

– He hablado con él al llegar. Está preocupado porque tienen penalización de tiempo -explicó Morgan-. Casi le ha dado un jamacuco cuando le he dicho que podríamos estar aquí una semana.

– El solar es grande -dijo Grace-. No tenemos que cerrarlo todo. Tienes que decidir en tu plan de registro dónde hay que parar la obra. -Entonces se volvió hacia la arqueóloga forense-. Pero tienes razón, Joan, mañana será mejor, a la luz del día.

Llamó por teléfono a Steve Curry, el inspector de distrito responsable de coordinar a los agentes de esta zona de la ciudad, y le advirtió de que necesitarían un vigilante para la escena del crimen hasta próximo aviso, algo que no emocionó al inspector. Este tipo de vigilantes eran un gasto importante de recursos.

Grace se volvió hacia el jefe de la escena del crimen, Joe Tindall, que había ascendido al cargo a principios de año. Éste le ofreció una sonrisa de autosuficiencia.

– A mí me da lo mismo, Roy -dijo con su acento de los Midlands-. Ahora que soy jefe llego a casa a una hora decente. Los días en que tú y tus colegas investigadores jefe me fastidiabais los fines de semana quedan lejos ya. Ahora soy yo quien estropea a otros el fin de semana.

En el fondo, Grace lo envidiaba. En realidad los restos podrían esperar fácilmente hasta el lunes, pero ahora que se habían descubierto y se había denunciado el caso a la policía, ya no tenían esa opción.

Diez minutos después, ataviados con la ropa protectora, penetraron en el desagüe. Grace iba en primer lugar, seguido de Joan Mayor y Ned Morgan. El asesor de registros de la policía había avisado a los miembros del otro equipo para que se quedaran en el vehículo, pues quería contaminar lo mínimo la escena del crimen.

Los tres se detuvieron a poca distancia del esqueleto, iluminándolo con sus linternas. Joan Major movió la suya arriba y abajo, luego avanzó hasta que estuvo lo bastante cerca como para tocarlo.

Roy Grace, que notaba un nudo en la garganta, volvió a mirar la cara. Sabía que las probabilidades de que fuera Sandy eran muy reducidas, pero aun así… Los dientes estaban intactos; buenos dientes. Sandy tenía una buena dentadura; era una de las muchas cosas que le habían atraído de ella: dientes bonitos, blancos, regulares y una sonrisa que hacía que se derritiera cada vez.

La voz le salió agarrotada, como si fuera otra persona la que hablara.

– ¿Es un hombre o una mujer, Joan?

La arqueóloga estaba mirando el cráneo.

– La inclinación de la frente es bastante vertical, los hombres tienden a tener la frente mucho más inclinada -respondió, y su voz resonó de manera inquietante. Luego, sujetando la linterna con la mano izquierda y señalando la parte trasera del cráneo con el índice de la mano derecha enguantada, prosiguió-: la cresta nucal es muy redondeada. -Le dio unos golpecitos-. Si te tocas la parte de atrás del cráneo, Roy, verás que es mucho más pronunciado, en los hombres normalmente lo es. -Entonces miró la cavidad del oído izquierdo-. De nuevo, el proceso mastoideo indicaría que se trata de una mujer, en los hombres es más pronunciado. -A continuación, pasó el dedo por delante de los ojos-. Fíjate en las protuberancias de la frente. Cabría esperar que fueran más prominentes si se tratara de un hombre.

– Entonces, ¿estás razonablemente segura de que es una mujer? -preguntó Grace.

– Sí. Cuando examinemos la pelvis podré asegurártelo al cien por cien, pero estoy bastante segura. También tomaré algunas medidas. Por lo general, el esqueleto masculino es más robusto, las proporciones son distintas. -Dudó un momento-. Hay algo de interés inmediato… Me gustaría saber qué piensa Frazer.

– ¿Qué es? Joan señaló la base del cráneo.

– El hueso hioides está roto.

– ¿Hioides?

La arqueóloga forense volvió a señalar, un hueso suspendido de una franja minúscula de piel disecada.

– ¿Ves este hueso con forma de U? Es el que sujeta la lengua. Podría indicar la causa de la muerte. El hioides suele romperse durante un estrangulamiento.

Grace absorbió la información. Se quedó mirando el hueso unos momentos, luego observó de nuevo esos dientes perfectos, intentando recordar todo lo que había aprendido en el último examen de restos óseos al que había asistido, un par de años atrás como mínimo.