– Ronnie -murmuró-. Ronnie, mi querido Ronnie. Te quería tanto. Tanto.
Al cabo de unos minutos se tranquilizó, se recostó y miró la película que parpadeaba en la pantalla. Y luego, total y absolutamente aterrada, vio que la puerta del dormitorio se abría de repente. Estaba entrando una figura, una sombra alta y negra. Un hombre, cuyo rostro casi oscurecido por completo quedaba dentro de la capucha de un impermeable, avanzaba hacia ella a grandes zancadas.
Ella retrocedió en la cama, aterrada, alargó la mano hacia la mesita de noche para coger algo que pudiera utilizar como arma. El vaso de agua se estrelló contra el suelo. Intentó gritar, pero sólo consiguió proferir un sonido débil antes de que una mano le tapara la boca.
Y entonces oyó la voz de Ronnie. Un susurro agudo.
– ¡Soy yo! -dijo-. ¡Soy yo! Lorraine, nena, soy yo. ¡Estoy bien!
Apartó la mano y se quitó la capucha.
Ella encendió de inmediato la luz de la mesita. Lo miró totalmente incrédula. Miró a un fantasma que se había dejado barba y rapado la cabeza. Un fantasma que olía a la piel de Ronnie, al pelo de Ronnie, la colonia de Ronnie. Que le sujetaba la cara con unas manos que tenían el tacto de las manos de Ronnie.
Se quedó mirándolo total y absolutamente perpleja, mientras la alegría comenzaba a arder en su interior.
– ¿Ronnie? Eres tú, ¿verdad?
– ¡Claro que soy yo!
Siguió mirándole. Boquiabierta. Mirándole. Y mirándole más. Luego sacudió la cabeza con incredulidad, en silencio unos momentos.
– Todos dijeron… Dijeron que habías muerto.
– Perfecto -dijo-. Lo estoy.
Le dio un beso. Su aliento olía a tabaco, alcohol y un poco a ajo. En estos momentos le pareció el aroma más maravilloso del mundo.
– Me mandaron fotografías de tu cartera y tu teléfono.
Los ojos de Ronnie se iluminaron como los de un niño.
– ¡Joder! ¡Genial! ¡Los encontraron! ¡De puta madre!
Su reacción la confundió. ¿Estaba bromeando? Todo lo que estaba ocurriendo la confundía. Le tocó la cara, las lágrimas rodaban por sus mejillas.
– No me lo creo -dijo, acariciándole las mejillas, tocándole la nariz, las orejas, palpando su frente-. Eres tú. Eres tú de verdad.
– ¡Sí, boba!
– ¿Cómo…? ¿Cómo…? ¿Cómo sobreviviste?
– Porque pensé en ti y no estaba preparado para dejarte. -¿Por qué…? ¿Por qué no me llamaste? ¿Estabas herido? -Es una larga historia.
Le acercó hacia ella y le besó. Le besó como si descubriera su boca por primera vez, explorando cada rincón. Entonces apartó la cara un momento, sonriendo casi sin aliento.
– ¡Eres tú de verdad!
Las manos de Ronnie se habían adentrado en su camisón y exploraban sus pechos. Cuando se los operó por primera vez le volvieron loco, pero luego pareció perder el interés, igual que perdió el interés por casi todo. Sin embargo, esta noche, esta aparición, este Ronnie en su cuarto, era un hombre completamente distinto. El viejo Ronnie que recordaba de tiempos más felices. ¿Había muerto y resucitado?
Estaba desvistiéndose, desatándose las deportivas, bajándose los pantalones. Tenía una erección enorme. Se desprendió del impermeable, del jersey negro de cuello alto, se quitó los calcetines. Retiró las sábanas y las mantas y le subió el camisón por los muslos.
Luego se arrodilló y empezó a humedecerla con los dedos, encontrando su lugar especial como hacía antes, con maestría, lo trabajó, mojándose el dedo en la boca y en ella, encendiendo un fuego devorador en su interior. Se inclinó hacia delante, le desabrochó el camisón y liberó sus pechos y luego se los besó durante mucho rato, primero uno y luego el otro, mientras seguía acariciándola con los dedos.
Luego su polla, más grande y dura de lo que había estado en años, dura como una roca, se introdujo en ella y empujó.
Ella gritó de alegría.
– ¡¡Ronnie!!
Al instante él le puso un dedo en los labios.
– ¡Ssshhh! -dijo-. No estoy aquí. Sólo soy un fantasma.
Lorraine le rodeó la cabeza con los brazos y acercó su cara a la de ella tanto como pudo, hasta que notó su barba en su piel. Le encantó, lo atrajo hacia ella, lo atrajo y lo atrajo, sintiéndole más dentro de ella y más y luego mucho más.
– ¡Ronnie! -jadeó en su oído, respirando más y más deprisa, llegando al climax y notando cómo él explotaba en su interior.
Luego se quedaron los dos muy quietos, engullendo bocanadas de oxígeno. En el televisor, la película seguía avanzando. El calentador continuaba soplando aire, con un ruido intermitente.
– Nunca pensé que los fantasmas se pusieran calientes -susurró Lorraine-. ¿Puedo convocarte todas las noches?
– Tenemos que hablar -dijo él.
100
Octubre de 2007
El agente Duncan Troutt se sentía menos seguro de sí mismo esta mañana, su segundo día como policía hecho y derecho. Y esperaba que hubiera más acción que ayer, porque se había pasado la mayor parte de su turno dando indicaciones a estudiantes extranjeros y presentándose a los propietarios de algunos negocios, en particular al jefe de un local de comida rápida india que había recibido una paliza hacía poco, una agresión que había sido grabada con la cámara de un móvil y que había acabado en YouTube.
A las nueve pasadas, después de girar en Lower Arundel Terrace, decidió volver a visitar a Katherine Jennings con la esperanza de encontrarla en casa. Antes de salir de la comisaría esta mañana había leído en el registro que un compañero del turno de noche había intentado localizarla dos veces, a las siete y a las diez, sin éxito. Una llamada a información telefónica todavía no había dado con ningún número que se correspondiera con ese nombre en esa dirección, figurara en el listín o no.
Mientras caminaba por la acera, observando cada una de las casas y comprobando cada uno de los coches aparcados en busca de alguna señal de robo o vandalismo, dos gaviotas chillaron encima de él. Miró arriba y luego al cielo oscuro y amenazador. Las calles todavía estaban brillantes por la lluvia caída anoche y parecía que en cualquier momento podía empezar a llover otra vez.
Poco antes de llegar a la entrada del número 29 se fijó en un Ford Focus con un cepo aparcado al otro lado de la calle. El coche le sonaba de ayer. Recordaba haber visto que tenía una multa en el parabrisas. Cruzó, cogió el papel, sacudió las gotas de lluvia del envoltorio de celofán mojado y leyó la fecha y la hora. Había sido emitida a las 10.03 de ayer, lo que significaba que llevaba aquí más de veinticuatro horas.
Podía haber todo tipo de explicaciones inocentes. La más probable era que se tratara de alguien que no se había percatado de que estas calles requerían permisos de aparcamiento para residentes. También era posible que se tratara de un coche robado abandonado. Lo más importante para él era su ubicación, próximo al piso de la mujer que le habían pedido que fuera a ver y que, al parecer, había desaparecido, aunque sólo fuera temporalmente.
Pidió por radio información sobre el coche, luego cruzó la calle y llamó al timbre de Katherine Jennings. Como antes, no obtuvo respuesta.
Entonces, después de decidir que volvería a intentarlo más tarde, siguió con su ronda, bajó hasta Marine Parade y allí giró a la izquierda. Al cabo de unos minutos, su radio cobró vida. El Ford Focus pertenecía a Avis, la empresa de alquiler de coches. Dio las gracias a la operadora y reflexionó detenidamente sobre aquel dato nuevo. A menudo, las personas que alquilaban coches desobedecían las normas de tráfico. Tal vez quien hubiera alquilado este coche no quisiera pasar por el lío de quitarle el cepo, o no hubiera tenido tiempo.
Pero todavía podía existir una relación con Katherine Jennings, por muy escasas que fueran las probabilidades. Mientras caían las primeras gotas de lluvia llamó por radio a su superior inmediato, el sargento Ian Brown de la brigada criminal del distrito de East Brighton. Le trasladó su preocupación por el vehículo y preguntó si alguien podía llamar a Avis y averiguar quién lo había alquilado.