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Glenn Branson apareció y la saludó alegremente con la mano. La verja comenzó a abrirse y, en cuanto el hueco fue suficiente, Abby la cruzó. El sargento le señaló que aparcara delante de una hilera de contenedores con ruedas y luego sujetó la puerta para que saliera.

– ¿Se encuentra bien? -le preguntó.

Ella asintió desolada.

Con actitud protectora, Branson le pasó un brazo por el hombro.

– No pasará nada -le dijo-. Creo que es usted una mujer muy fuerte. Traeremos a su madre de vuelta sana y salva. Y también recuperaremos sus sellos. Él cree que ha elegido un lugar inteligente, pero no. Es una estupidez.

– ¿Por qué lo dice?

– Ha elegido el lugar para asustarla -contestó Branson mientras la conducía a través de una puerta hacia el hueco de una escalera-. Ésa es su prioridad, pero no debería serlo. Ya está usted bastante asustada, así que no necesita intensificar más las cosas. No piensa con claridad. No está actuando como actuaría yo.

– ¿Y si les ve? -preguntó Abby, recorriendo el pasillo, intentando seguir su ritmo.

– No nos verá. A menos que tengamos que intervenir. Y sólo lo haremos si creemos que está usted en peligro.

– La matará -dijo ella-. Es malo. Si algo se tuerce, lo hará sólo para divertirse.

– Somos conscientes de ello. ¿Tiene los sellos?

Abby levantó la bolsa de plástico para enseñársela.

– ¿No ha querido correr el riesgo de dejarlos en el coche en una comisaría de policía? -Branson sonrió-. ¡Sabia decisión!

116

Octubre de 2007

Cassian Pewe ya estaba sentado a la mesa de reuniones del despacho de Jack Skerritt cuando Grace regresó de la reunión informativa. Los dos hombres evitaron mirarse.

El comisario jefe indicó a Grace que se sentara, luego dijo:

– Roy, Cassian me ha dicho que es consciente de que cometió un error de juicio al dar la orden de registrar tu casa. El equipo que estaba allí ha recibido instrucciones de marcharse.

Grace lanzó una mirada a Pewe. El hombre miraba fijamente la mesa, como un niño al que acaban de regañar. No parecía arrepentirse de nada.

– Me ha explicado que lo ha hecho para ayudarte -prosiguió Skerritt.

– ¿Para ayudarme?

– Dice que tiene la sensación de que corren gran cantidad de insinuaciones insanas a tus espaldas sobre la desaparición de Sandy. Es correcto, ¿verdad, Cassian?

Pewe asintió a regañadientes.

– Sí… mmm, señor.

– Dice que tenía la sensación de que si podía demostrar, al cien por cien, que tú no tuviste nada que ver con su desaparición, acabaría con esos comentarios de una vez por todas.

– Nunca he oído ninguna insinuación -dijo Grace.

– Con todo el respeto, Roy -dijo Pewe-, hay bastantes personas que creen que la investigación original fue un trabajo precipitado y que tú contribuíste a cerrarla prematuramente. Se preguntan por qué.

– ¿Puedes darme el nombre de alguna?

– No sería justo para ellas. Lo único que intento hacer es repasar las pruebas, utilizando las mejores técnicas y tecnología modernas de que disponemos, para exonerarte completamente.

Grace tuvo que morderse la lengua; aquel hombre era de una arrogancia increíble, pero ahora no era momento de comenzar una bronca. Tenía que irse dentro de unos minutos y ponerse en posición para el encuentro de Abby Dawson, que estaba programado a las diez y media.

– Jack, ¿podemos hablar de esto luego? No me satisface nada lo que ha dicho, pero tengo que irme.

– En realidad, pensaba que podría ser buena idea que Cassian te acompañara, en tu coche. Podría proporcionar una ayuda inestimable a tu equipo en la situación actual. -Se dirigió a Pewe-: ¿Es cierto, verdad, Cassian, que eres un negociador experto en secuestros?

– Sí, así es.

Grace apenas podía creer lo que acababa de oír. Que Dios ayudara al pobre rehén que tuviera a Pewe negociando por él, pensó.

– Entiendo -fue lo que dijo en realidad.

– También creo que sería bueno para él ver cómo funcionamos aquí en Sussex. Es evidente aquí y en la Met hay cosas que se hacen de forma distinta. Cassian, creo que podría ser un buen aprendizaje para ti observar cómo dirige una operación importante uno de nuestros agentes más experimentados.

Miró a Grace y el mensaje no podía ser más claro.

Pero Roy no estaba de humor para sonreír.

117

Octubre de 2007

Había transcurrido mucho tiempo desde la última vez que había estado aquí, pensó Abby mientras conducía el coche por la carretera sinuosa que subía entre campos de hierba y vastas áreas de rastrojos. Quizá fuera porque estaba más nerviosa a cada minuto que pasaba, pero los colores del paisaje parecían poseer una intensidad casi sobrenatural. El cielo era un lienzo azul vivo, con sólo algunas nubes minúsculas aquí y allí. Era casi como si llevara puestas las gafas de sol.

Agarraba con fuerza el volante, notaba el viento racheado que golpeaba el coche, intentando sacarlo de su rumbo. Tenía un nudo en la garganta y los alfileres de su estómago ardían aún con más fuerza.

Al principio, el sargento le pidió que llevara un auricular para que pudiera escuchar cualquier instrucción que tuvieran que darle. Sin embargo, cuando le dijo que Ricky había intervenido algunas de sus conversaciones anteriores, Branson decidió que era demasiado arriesgado. Pero ellos sí la escucharían, cada palabra. Lo único que tenía que hacer era pedirles ayuda y ellos actuarían, la tranquilizó.

Abby no recordaba la última vez que había rezado, pero ahora se descubrió de repente musitando una oración, en silencio. «Querido Dios, por favor, que no le pase nada a mamá. Por favor, ayúdame a superar esto. Por favor, querido Dios.»

Había un coche delante de ella, avanzando despacio, un viejo Alfa Romeo granate con dos hombres dentro; el pasajero hablaba por el móvil, imaginó. Lo siguió por una curva pronunciada a la izquierda, dejaron atrás un hotel a la derecha y el estuario del río Seven Sisters abajo. Las luces de freno del Alfa que una furgoneta de reparto cruzara un puente estrecho, luego volvió a acelerar. Ahora la carretera ascendía.

Al cabo de unos minutos, vio una señal más adelante. Las luces de freno del Alfa Romeo volvieron a encenderse, luego el intermitente derecho comenzó a parpadear.

La señal decía Centro pueblo A-259, con una flecha que señalaba en línea recta, y Paseo Marítimo Beachy Head, con una flecha que señalaba a la derecha.

Abby siguió al Alfa Romeo hacia la derecha. Siguió conduciendo a una velocidad exasperantemente lenta y miró el reloj de su coche y el de su muñeca. El primero iba un minuto atrasado, pero sabía que el suyo era preciso, lo había puesto en hora antes: las 10.25 de la mañana. Quedaban sólo cinco minutos. Estuvo tentada de adelantar, le preocupaba llegar tarde.

Entonces sonó su móvil. «Número privado.»

Contestó por el manos libres conectado al encendedor del coche que le había dado la policía para que ellos pudieran escuchar cualquier conversación.

– ¿Sí? -dijo.

– ¿Dónde coño estás? Llegas tarde.

– Llego dentro de unos minutos, Ricky. Todavía no son las diez y media. -Y añadió nerviosa-: ¿No?

– Te lo dije, a las diez y media cae por el puto precipicio.

– Ricky, por favor. Estoy llegando.

– Más te vale, joder.

De repente, vio aliviada que el intermitente izquierdo del Alfa Romeo comenzaba a parpadear y que el coche se detenía en un área de descanso. Ella aumentó la velocidad más de lo que le hubiera gustado.

Dentro del Alfa Romeo, Roy Grace observó mientras el Honda negro aceleraba por la carretera serpenteante. Cassian Pewe, en el asiento del copiloto, dijo a su teléfono seguro: