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Irene alzó la mirada, llorosa, y sus ojos buscaron la confirmación en Ismael. El muchacho asintió, alzando un dedo en señal de silencio. Los golpes se repitieron, secos y metálicos, viajando a través de la estructura de la casa. La mente de Ismael tardó unos segundos en rastrear aquellos impactos sordos y apagados. Metal. Algo, o alguien, estaba golpeando sobre una pieza de metal en algún lugar de la casa. El sonido se repitió mecánicamente. Ismael sintió la vibración viajar bajo sus pies y sus ojos se detuvieron sobre una puerta cerrada en el pasillo que conducía a la cocina en la parte posterior.

– ¿Adónde da esa puerta?

– Al sótano… -respondió Irene.

El chico se aproximó a la puerta y auscultó el interior pegando el oído a la lámina de madera. Los golpes se repitieron por enésima vez. Ismael trató de abrir, pero la manija estaba atrancada.

– ¿Hay alguien ahí dentro? -gritó.

El sonido de unas pisadas ascendiendo por la escalera llegó hasta sus oídos.

– Ten cuidado -dijo Irene.

Ismael se separó de la puerta. Por un instante, la imagen del ángel emergiendo del sótano de la casa inundó su mente. Una voz quebradiza se oyó al otro lado, distante. Irene se alzó de un salto y corrió hacia la puerta.

– ¿Dorian?

La voz balbuceó algo.

Irene miró a Ismael y asintió. -Es mi hermano…

El muchacho comprobó que derribar una puerta o, en ese caso, destrozada era una tarea bastante más compleja de lo que los seriales radiofónicos daban a entender. Pasaron unos buenos diez minutos antes de que, con la ayuda de una barra de metal que encontraron en las alacenas de la cocina, la puerta se rindiese por fin. Ismael, cubierto de sudor, se retiró unos pasos e Irene dio el tirón de gracia. La cerradura, un amasijo de astillas de madera emergiendo del mecanismo herrumbroso y trabado, cayó al suelo. A ojos del chico, parecía un erizo.

Un segundo después, un muchacho de complexión pálida emergió de la oscuridad. Su rostro estaba atenazado en una máscara de terror y sus manos temblaban. Dorian se cobijó en los brazos de su hermana, como un animal asustado. Irene dirigió una mirada a Ismael. Fuera lo que fuese lo que el muchacho había visto, había hecho mella en él. Irene se arrodilló frente a él y le limpió el rostro manchado de suciedad y lágrimas secas.

– ¿Estás bien, Dorian? -le preguntó con calma, palpando el cuerpo del chico en busca de heridas o fracturas.

Dorian asintió repetidamente. -¿Dónde está mamá?

El muchacho alzó la mirada. Sus ojos estaban estancados de terror.

– Dorían, es importante. ¿Dónde está mamá?

– Se la llevó… -balbuceó él.

Ismael se preguntó cuánto tiempo llevaría atrapado allí abajo, en la oscuridad.

– Se la llevó… -repitió Dorian, como si estuviese bajo los efectos de un influjo hipnótico.

– ¿Quién se la ha llevado, Dorian? -preguntó Irene con fría serenidad-. ¿Quién se ha llevado a mamá?

Dorian les dirigió una mirada a ambos y sonrió débilmente, como si la pregunta que le formulaban fuese absurda.

– La sombra… -respondió-. La sombra se la llevó.

Las miradas de Ismael e Irene se encontraron. Ella respiró profundamente y puso las manos sobre los brazos de su hermano.

– Dorian, voy a pedirte que hagas algo que es muy importante. ¿Me comprendes?

Él asintió.

– Necesito que vayas corriendo al pueblo, a la gendarmería, y que le digas al comisario que un accidente terrible ha ocurrido en Cravenmoore. Que mamá está allí, herida. Que vengan cuanto antes. ¿Me has comprendido?

Dorian la observó, desconcertado.

– No menciones la sombra. Di sólo lo que yo te he dicho. Es muy importante… Si lo haces, nadie te creerá. Menciona sólo un accidente.

Ismael asintió.

– Necesito que hagas esto por mí, y por mamá. ¿Podrás hacerlo?

Dorian miró a Ismael y luego a su hermana. -Mamá ha tenido un accidente y está herida en Cravenmoore. Necesita ayuda urgente -repitió el muchacho mecánicamente-. Pero ella está bien…, ¿no?.

Irene le sonrió y lo abrazó. -Te quiero -le susurró.

Dorian besó a su hermana en la mejilla y, tras dirigir un saludo de camarada a Ismael, echó a correr en busca de su bicicleta. La encontró junto a la barandilla del porche. El obsequio de Lazarus había quedado reducido a una red de alambres y metal retorcido. El muchacho contempló los restos de su bicicleta mientras Ismael e Irene salían de la casa y reparaban en el macabro hallazgo.

– ¿Quién es capaz de hacer algo así? -preguntó Dorian.

– Es mejor que te des prisa, Dorian -le recordó Irene.

Él asintió y partió a escape. Tan pronto como hubo desaparecido, Irene e Ismael salieron al porche. El sol se ponía sobre la bahía, trazando un globo de tinieblas que sangraba entre las nubes y teñía el mar de escarlata. Ambos se miraron y, sin necesidad de palabras, comprendieron lo que les esperaba en el corazón de la oscuridad, más allá del bosque.

12. DOPPELGÄNGER

Nunca hubo una novia más bella al pie de un altar, ni la habrá jamás -dijo la máscara-. Nunca.

Simone podía oír el llanto silencioso de las velas ardiendo en la penumbra y, más allá de aquellos muros, el susurro del viento arañando el bosque de gárgolas que coronaba Cravenmoore. La voz de la noche.

– La luz que Alexandra trajo a mi vida borró cuantos recuerdos y miserias habían poblado mi memoria desde la infancia. Aún hoy, pienso que pocos mortales llegan a conocer ese umbral de felicidad, de paz. De algún modo dejé de ser aquel muchacho del distrito más mísero de París. Olvidé aquellos largos encierros en la oscuridad. Dejé atrás para siempre aquel sótano negro donde siempre creía oír voces, donde la voz de mis remordimientos me decía que vivía aquella sombra a la que la enfermedad de mi madre había abierto una puerta desde los infiernos. Olvidé aquella pesadilla que me persiguió durante años… En ella, una escalera descendía desde las profundidades del sótano de nuestra casa en la rue des Gobelins hasta las cuevas de la laguna Estigia. Todo aquello quedó atrás. ¿Y sabe usted por qué? Porque Alexandra Alma Maltisse, el verdadero ángel en mi vida, me enseñó que, en contra de lo que mi madre me había repetido desde que tuve uso de razón, yo no era malo. ¿Comprende, Simone? No era malo. Era como los demás, como cualquier otro. Era inocente.

La voz de Lazarus se detuvo un instante. Simone imaginó lágrimas deslizándose en silencio tras la máscara.

– Juntos exploramos Cravenmoore. Muchas personas piensan que todos los prodigios que contiene esta casa son creación mía. No es cierto. Apenas una pequeña parte ha salido de mis manos. El resto, galerías y galerías de maravillas que ni yo mismo acierto a comprender, ya estaba aquí cuando entré por primera vez. Cuánto tiempo llevaban en esta casa nunca lo sabré. Hubo una época en que pensé que otros antes que yo habían ocupado mi lugar. A veces, si me detengo a escuchar en silencio por la noche, creo oír el eco de otras voces, de otros pasos, que pueblan los pasillos de este palacio. En ocasiones pienso que el tiempo se ha detenido en cada habitación, en cada corredor vacío, y que todas las criaturas que habitan este lugar fueron un día de carne y hueso. Como yo.

»Dejé de preocuparme por esos misterios hace mucho tiempo, incluso después de comprobar que, tras meses de vivir en Cravenmoore, aún descubría nuevas estancias en las que no había estado jamás, nuevos pasadizos que conducían a alas desconocidas… Creo que algunos lugares, palacios milenario s que se pueden contar con los dedos de una mano, son mucho más que una simple construcción; están vivos. Tienen su propia alma y su propio modo de comunicarse con nosotros. Cravenmoore es uno de esos lugares. Nadie sabe cuándo fue construido. Ni quién lo hizo, ni por qué. Pero cuando esta casa me habla, yo escucho…