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Estábamos flotando en neumosillones ante la pantalla mural, y soportamos los anuncios. Por fin una voz resonante dijo: «Lo que van a ver es en parte una simulación por ordenador». La cámara reveló la Piazza di Spagna en la mañana del día de Navidad, con unas cuantas siluetas en las Escalinatas y en la plaza, igual que si el ordenador encargado de simularlas hubiera sido programado por Tiépolo. Y en este friso cuidadosamente reconstruido de espectadores casuales apareció la imagen simulada de Vornan-19, bajando en un arco brillante desde los cielos. Los ordenadores hacen este tipo de cosas muy bien actualmente. A decir verdad, no importa que el ojo de una cámara no consiga registrar algún acontecimiento inesperado de gran importancia, porque siempre se le puede sacar del abismo del tiempo mediante una astuta recreación. Me pregunto qué pensarán de estas simulaciones los historiadores del futuro… si es que el mundo sobrevive al primer día del mes próximo, por supuesto.

La figura que descendía estaba desnuda, pero los simuladores esquivaron el problema de los testimonios discrepantes de las monjas y los otros espectadores mostrándonos sólo una visión desde atrás. Estoy seguro de que no se trataba de pacatería; la cobertura televisiva de la orgía Apocaliptista que Shirley y Jack me habían mostrado fue muy explícita en cuanto a revelar la carne, y al parecer ahora es un recurso habitual de las cadenas meter un poco de anatomía en los noticiarios cada vez que tales exhibiciones se encuentran protegidas por la decisión del Tribunal Supremo sobre la legítima observación periodística. No tengo ninguna objeción a tal cobertura de lo descubierto; hace mucho tiempo que habrían debido descartarse los tabúes sobre la desnudez, y supongo que cualquier cosa que anime al ciudadano para que se mantenga bien informado es deseable, incluso ese tipo de concesiones en los noticiarios. Pero un centímetro detrás de la fachada de la integridad siempre se oculta la cobardía. Las caderas de Vornan-19 no habían sido simuladas porque tres monjas juraron que las cubría un nimbo nebuloso, y resultaba más fácil evitar el problema que correr el riesgo de ofender a los devotos contradiciendo el testimonio de las santas hermanas.

Observé a Vornan-19 inspeccionando la Piazza. Le vi subir las Escalinatas Españolas. Sonreí mientras el nervioso policía subía corriendo los peldaños, ofreciendo su capa, y era derribado al suelo por un relámpago invisible.

A esto siguió el coloquio con Horst Klein. Se hizo de forma muy inteligente, pues se utilizó al mismo Klein, conversando con una simulación doblada del viajero temporal. El joven alemán reconstruyó su propia conversación con Vornan, mientras que el ordenador emitía lo que Klein recordaba había dicho el visitante.

La escena se alteró. Ahora nos encontrábamos dentro de un edificio, en una gran habitación con polígonos congruentes grabados sobre paredes y techo, y con el suave y uniforme brillo de la termoluminiscencia iluminando los rostros de una docena de hombres. Vornan-19 se hallaba bajo custodia, voluntariamente, pues nadie podía tocarle sin verse fulminado por aquel voltaje de anguila eléctrica suyo. Estaba siendo interrogado. Los hombres que le rodeaban pasaban sucesivamente por el escepticismo, la hostilidad, la diversión y la ira. También esto era una simulación; en ese momento nadie se había tomado la molestia de grabarlo.

Vornan-19 repitió hablando en inglés lo que le había contado a Horst Klein. Los interrogadores le desafiaron en varios puntos de lo dicho. Distante, tolerando su hostilidad, Vornan paró todas sus estocadas. ¿Quién era? Un visitante. ¿De dónde venía? Del año 2999. ¿Cómo había llegado aquí? Transportado en el tiempo. ¿Por qué estaba aquí? Para ver por sí mismo el mundo medieval.

Jack lanzó una risa despectiva.

—Eso me gusta. ¡Para él somos gente del medioevo!

—Es un toque muy convincente —dijo Shirley.

—Todo se lo han inventado los simuladores —observé yo—. De momento no hemos oído ni una sola palabra auténtica.

Pero no tardamos en oírlas. Resumiendo los acontecimientos de los últimos diez días en unas breves frases, el narrador del programa describió el traslado de Vornan-19 a la suite más imponente de un elegante hotel situado en la Via Véneto, cómo había establecido allí su corte para recibir a todos los interesados en verle y cómo había obtenido un guardarropa de excelentes trajes contemporáneos, pidiendo que uno de los sastres más caros de Roma atendiera sus necesidades. Todo el problema de la credibilidad parecía haber sido dejado de lado. Lo que me asombró fue la facilidad con que Roma daba la impresión de haber aceptado esta historia sin ningún tipo de pruebas. ¿Creían realmente que provenía del futuro? ¿O acaso la actitud romana era una enorme broma, un mero capricho autoindulgente?

La pantalla mostró imágenes de piquetes Apocaliptistas delante de su hotel, y de repente comprendí por qué estaba teniendo éxito el fraude: Vornan-19 tenía algo que ofrecerle a un mundo turbado. Si se le aceptaba, se aceptaba el futuro. Los Apocaliptistas estaban intentando negar el futuro. Les contemplé: las máscaras grotescas, los cuerpos pintados, las piruetas lascivas, los carteles que blandían, gritando «¡Alegraos! ¡El fin está cerca!». Agitaban furiosamente los puños hacia el hotel y arrojaban sacos de luz viva hacia el edificio, con lo que hilillos de reluciente pigmento rojo y azul corrían sobre los ladrillos desgastados por el tiempo. El hombre del futuro era la némesis de su culto. Una época desgarrada por los miedos de una extinción inminente se volvía hacia él de una forma sencilla y natural, y con esperanza. En una edad apocalíptica, todas las maravillas son bienvenidas.

—Vornan-19 celebró su primera conferencia de prensa en vivo la última noche en Roma —dijo el narrador—. Treinta reporteros que representaban a los mayores servicios mundiales de noticias le interrogaron.

De repente la pantalla se disolvió en un torbellino de colores, del cual surgió la grabación de la conferencia de prensa. Esta vez no era una simulación: Vornan en persona, vivo, apareció ante mis ojos por primera vez.

Me quedé impresionado. No puedo usar otra palabra. En vista de mi relación posterior con él, permítaseme que lo deje bien claro desde este momento. Le consideraba tan sólo un fraude ingenioso. Sentía desprecio hacia sus pretensiones y despreciaba a quienes, fuera por el motivo que fuese, estaban escogiendo participar en su ridículo juego. Sin embargo, mi primera visión de quien pretendía ser nuestro visitante tuvo en mí un impacto totalmente inesperado. Parecía estar mirando hacia el exterior de la pantalla, relajado y dispuesto a todo, y el efecto de su presencia era algo más que meramente tridimensional.

Era un hombre delgado, de talla un poco inferior a la media, con hombros delicados y algo caídos, un cuello esbelto y femenino y una cabeza finamente modelada, que mantenía orgullosamente erguida. Las líneas de su rostro eran muy pronunciadas: pómulos afilados, mejillas angulosas, mandíbula fuerte, nariz prominente. Su cráneo era ligeramente demasiado grande para su cuerpo; formaba una bóveda bastante alta y era un poco más largo que ancho, y la estructura ósea de atrás habría resultado de interés para un frenólogo, pues su cráneo se hallaba curiosamente prolongado y tenía ciertas protuberancias. Sin embargo, lo que de extraño había en él caía dentro de la gama de lo que puede esperarse hallar en las calles de cualquier gran ciudad.

Tenía el cabello gris, y lo llevaba bastante corto. También sus ojos eran grises. Podría haber tenido cualquier edad entre los treinta y los sesenta años. Su piel carecía de arrugas. Vestía una túnica azul pálido que poseía la sencillez del estilo costoso y en su cuello había un pañuelo pulcramente doblado, de color cereza, proporcionando el único toque de color a toda su persona. Parecía tranquilo, lleno de gracia, alerta, inteligente, encantador y un tanto desdeñoso. No tuve más remedio que pensar en un esbelto gato siamés azul que conocí en el pasado. Tenía la ambivalente sexualidad de un soberbio felino, porque hay algo sinuosamente femenino en casi todos los gatos machos, y Vornan proyectaba esa misma cualidad, ese aspecto bien cuidado de gracia que posee la pantera. No quiero decir con ello que diera la impresión de no tener sexo, sino más bien de que era andrógino, omnisexual, capaz de encontrar y dar placer en cualquier persona o cosa. Recalco el punto de que ésa fue mi primera e inmediata impresión y no algo que ahora esté proyectando hacia el pasado, fruto de lo que luego descubrí sobre Vornan-19.